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Drucker gana en Peñíscola en una etapa de calor, cansancio y paz

El luxemburgués se impone al sprint mientras los grandes esperan a los próximos días para jugarse la general

Drucker se impone en Peñíscola.
Drucker se impone en Peñíscola.Javier Lizon (EFE)

Calor. Calor seco primero, por tierras de Aragón. Calor húmedo, después por tierras de Castellón, como si el mar lanzara gotas secas. Olía a sprint desde el principio y un luxemburgués, de las tierras secas de Europa, Jean Pierre Drucker, alias Jenpy, encontró en Peñíscola petróleo entre los restos de anteriores batallas por la clasificación general. Ganó en el duelo de riñones al favorito, Meersman, que se equivocó por miedo, por precaución, por indecisión. Se había ido Bennati a dos kilómetros, del equipo de Contador, el año que viene del de Nairo Quintana. Bennati es un tipo duro y listo, como esos niños a los que nunca puedes dejar de vigilar porque se van a cualquier parte, en su caso a la meta.

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Calor y agua. Calor de pino y mar, sol vertical, rayos como gotas calientes. Y los bidones de agua de aquí para allá. Agua que va y viene, que se acaba como si alguien de repente hubiese quitado el tapón al mar. Agua para que nadie se seque. Bidones que vuelan, agua que atraviesa la garganta como un puñal. Sprint a la vista y sonrisa por llegar a la meta del día. Para vencer al calor, para recuperar el agua, para llegar al hotel, que mañana hay jornada de descanso junto al mar. Y como escribió Serrat a su pueblo blanco “si te toca llorar es mejor frente al mar”. Y reír también.

A punto estuvo de reír Bennati cuando se fue a falta de dos kilómetros y sembró de dudas al pelotón. Que sí, que saben que le cazan, pero que no le cazan. ¡Agua, por favor, y que no sea del mar, que la sal seca la garganta! Y que sí, que le cazan, pero cuando disparan y están a punto de darle en el corazón, separan el dedo del gatillo porque la pieza parece que ha caído. Y dudan. Y la duda, tan maravillosa para la razón, atenúa el corazón. Así que Bennati dice que sigue, que no queda nada, que a 200 metros está el agua, con gas o sin gas, el agua de la piscina si llega el caso, la del mar, la que sea.

Transiciones y sorteo

Ahí se equivocó Meersman, que temió que el italiano llegase y se lanzó a por él como un beagle. Y lo cazó, claro que lo cazó, a costa de que a él lo cazara un pointer, más alto, más esbelto, quizás más listo, menos voraz, más astuto. Eso fue la etapa, con la clásica fuga de seis ciclistas, que mueren donde suelen morir, cuando se ve la orilla y cuando hay sed, mucha sed, reseco y restos del naufragio seco de Formigal.

No pasó nada más. Las guerras tienen sus tiempos de paz. Y guerras grandes habían sido la del Aubisque (sin vencedores ni vencidos entre los generales) y la de Formigal, con un general derrotado en toda regla (Froome) por despistado, él y su equipo, todo el Sky entregando la cuchara. Entre Alcañiz y Peñíscola no había tiempo para la guerrilla. Demasiado abierto el paisaje, demasiado despejado el horizonte, demasiado difícil emboscarse en la nada. Tiempo de descanso. Tiempo de silencio. De pensar en el inmediato futuro, el que se avecina a partir del miércoles, con dos etapas de alta montaña y una contrarreloj entre medio.

Las transiciones en la Vuelta son como las elecciones de los esprinters, sobre todo si todos son neófitos y todos sienten que tienen las puertas abiertas, que hay vía libre, que se producen errores con los que ocurren lo mismo que con el dinero: nunca se pierde, otro lo gana y se lo queda. Ayer el sorteo le tocó a Drucker, cuando quien más boletos tenía era Meersman. Pero se le cayeron en el camino. Miró y no vio la meta. Cuando la vio, había mucha gente, hasta tres le adelantaron, le relegaron, le olvidaron. Y luego se olvidaron de todo. Agua, mucha agua, menos sol, humedad por dentro, no por fuera. Y a descansar para recuperar. Quedan más batallas, pero están en esta.

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