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El italiano Conti gana la etapa más larga mientras los favoritos descansan

El pelotón sestea, antes de la batalla de Francia, en una jornada intrascendente

El pelotón durante la decimotercera etapa de la Vuelta a España 2016.
El pelotón durante la decimotercera etapa de la Vuelta a España 2016.J. Lizon (EFE)

Descartada la ley del más fuerte (porque los que lo eran preferían guardar para el futuro, o sea para el Aubisque, sin vergüenza alguna), debía imponerse la ley del más débil. O sea, que ganase Romain Cardis, el farolillo rojo de la general, situado a tres horas y 16 segundos del líder Nairo Quintana. Si hubiera justicia poética debía ganar él, ahora que había cogido la escapada con la que soñaban los lideres para vivir tranquilos. Sentados ellos en el jardín de Navarra, sobre la bici, paseando, Romain Cardin soñaba con la gloria. Rodeado de verde, con árboles que se vierten como el agua sobre la carretera, acogiendo al viandante -llámese senderista o caminante-, dejando a los lados las cuevas de brujas antiguas, Cardin probablemente soñaba, entre el olor cambiante de la vegetación, con una victoria bíblica que convirtiese a los últimos en los primeros. Pero la Biblia no es la historia. Ni el futuro.

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Quizás con eso soñaba Cardin, en su primer año de profesional, mientras en Urdax, bordeaba la frontera donde suena el francés y el euskera con el mismo acento, y el español serpentea por desuso. Llámale María, Miren o Marie a la señora que se mostraba preocupada por el horario de paso por las cuevas de Zugarramurdi, su territorio, “porque pasan dos veces”, para sentir la magia que supone ver tu pueblo, tu zona, tu entorno en televisión, algo así como el visado de la realidad, los papeles de la legalidad geográfica. A uno le gusta ver su pueblo aunque él no esté. Así, su pueblo existe. Y lo reconoce. Incluso lo adivina antes de que la televisión lo enfoque. Y lo explica, antes de que nadie se lo pida. María, Miren Marie, había trabajado como extra en la película de Álex de la Iglesia, “Las brujas de Zugarramurdi”, donde hubo exceso de figurantes, y había cantado en una boda de una autóctona y un donostiarra -sin regalo alguno- Ella, como tantas. Y resulta que Cardin y sus otros once fugados iban a pasar por allí, con el pelotón viendo el paisaje, disfrutando de ese verde tranquilo, intenso, brillante al que le golpeaba el sol como el brazo de un amigo. María, Miren, Marie, no se fijaría en él. De hecho, llegado un momento, su sueño explotó como una pompa de jabón. Y se le fueron los asesinos de justicias poéticas, necesitados de la ley del anonimato, hambrientos como él. Y se fueron seis. Y luego se fue uno, Valerio Conti, donde la carretera engaña con aspecto malévolo.

Risas en la meta

La próxima edición de la Vuelta saldrá de Nimes, la esencia de la torería en Francia. Pero el pelotón de la Vuelta hoy no tuvo vergüenza torera, Llegar a media hora de una escapada inútil tenía mucho, todo, de pasotismo, de desgana, de jornada voluntaria de descanso. Llegaron a la meta dando un pase de pecho mirando al tendido, a la velocidad de vértigo de un auto de choque en la feria, riendo, saludándose, señalándose con el dedo, cicloturistas felices por haber llegado a la meta, ciclistas aficionados encantados de haberse conocido. Por momentos, existió la ilusión de que el pelotón llegase fuera de control. Apoteósico hubiera sido. Relojes parados, sonrisas y lágrimas, amiguetes que dicen que mañana la ida es muy dura. Pase de pecho con el toro vencido, humillando, agotado, pequeñito, con los cuernos astillados.

Pero siempre hay quien hace de la necesidad virtud. Y la miseria de unos es la necesidad de otros. Y mientras unos duermen, siempre hay alguien que trabaja. Nunca duerme todo el mundo a la vez. Y a Conti la siesta de los demás le devolvió un sueño. Les restó mérito el pasotismo de sus colegas, pero le dio premio la insistencia con sus afines. El pelotón le firmó el visado pero había que tramitarlo en Urdax. Y lo selló con calidad.

Hay etapas que podrían solventarse en avión, ahorrando esfuerzos. Pero hay que hacer un recorrido. Luego los ciclistas deciden qué hacer con él. Y decidieron ir en carro de paseo, dejando que otros fueran en moto, con prisa. Todo por la etapa reina. Mañana se verá si tenía sentido. O era una excusa. O una argucia. O están como parecen. Si mañana no condiciona el futuro, ni se explicará lo de hoy ni se entenderá lo que falta. Es lo que tiene retirarse de las apuestas. Y reírse de sí mismo.

El sueño había terminado. Para él, el último de la fila, y para los fuguistas habituales que son presa del fracaso habitual. Tipos que se llaman, por ejemplo, Vegard Stake Laengen, Smukulis, Benedetti... siempre dispuestos a circular sin navegador, siempre entregados a la aventura. Cuando se fue Conti, dijo adiós. Nada de hasta luego. El italiano dijo ciao y esperó en la meta. Era el día de alguno y ese alguno era él entre tantos alguienes.

Por detrás, el pelotón caminaba bajo el sol y la sombra, con ese jugueteo visual que ofrecen los árboles separados. Lo había dicho Nairo en Bilbao: “A ver si se consolida una fuga y llega”. O sea, descansamos, que nos esperan las brujas del Aubisque, y de Marie Blanque y del Soudet. Y hace sol. Y llevamos muchos días. Y la fatiga. Y la ansiedad. Y todo eso que afecta a la sístole y al diástole. Así que el pelotón transitó tranquilo, respetando los controles de velocidad, haciendo los stops, los ceda el paso. Llegar, solo llegar, aunque fuera a más de 20 minutos, algo que siempre se clava en la carrera como una jornada de abstención.

Cardis ya dormía. Tendrá que soñar de nuevo, buscar otra nube que le pasee a ras cielo. Es la diferencia de correr o no correr. María, Miren, Marie se quedó feliz porque los ciclistas, fueran quienes fueran, pasaron dos veces por Zugarramurdi, por sus cuevas. Y de buena gana, el pelotón hubiera hecho una paradita para darse un garbeo por el territorio de aquellas brujas masacradas por la ignominia religiosa. Otros tiempos. Como los del ciclismo, éste de ahora que borra etapas como quien pasa el cepillo por el encerado, sin avergonzarse de que la escapada, “la que ojalá llegue”, lo haga a casi media hora, como si el GPS les hubiera llevado por otra carretera. Una cosa es descansar -es decir no atacar, que ¿por qué no?- y otra, echarse una siesta sin almohada. Más vale que despierten mañana o, de lo contrario, su cansancio se convertirá en insomnio.

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