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Las malas noticias de Miguel Ángel López

El marchador murciano sucumbe en la lucha por el título olímpico de los 20 kilómetros marcha, que siempre vio lejano

Carlos Arribas
El comienzo de la carrera, con López y Martín en las primeras filas.
El comienzo de la carrera, con López y Martín en las primeras filas.BEN STANSALL (AFP)

Ni cervezas, ni orfidales, ni excitación y locura. Ni siquiera una caipirinha en la playa para celebrar un trabajo bien hecho. Miguel Ángel López, al que se esperaba, no llegó. Ni siquiera hizo un intento. No podía. No tenía más fuerzas que la arena de la playa de al lado, machacada por las olas que rugían. Como la arena barrida, el campeón de Europa y del mundo tampoco emitió un quejido. Se dejó llevar y solo al final, atacado su orgullo, picado, fue capaz de salir del muermo. Le valió para terminar 11º, el peor puesto en una gran competición desde su debut en el Mundial de 2011, cuando fue 13º con 23 años. Dos años más tarde fue tercero. Dos más, y primero en Pekín 2015, donde pudo con Zhen Wang y Zelin Cai, los chinos que arrasaron en Río y le sumieron en la miseria. En los Juegos, también su único antecedente era bueno, quinto en Londres, donde ganó otro marchador chino, Din Chen.

Álvaro Martín, el otro español decepcionado del día, terminó 22º. Aspiraba a un puesto entre los ocho primeros, y hasta creía que algo más. Francisco Arcilla fue 55º.

“La sensaciones son buenas, pero el cuerpo no tira. Es duro”, dijo el marchador de Llano de Brujas, quizás explicando los síntomas de lo que todo el mundo llama presión. En otras carreras, explica, se siente así al principio, incómodo, muy forzado, pero se puede superar y remonta. En los Juegos, en Río, no. “Puede ser, sí, que haya influido la presión. Son cosas del deporte”. Un año ha pasado desde Pekín. 365 días pensando en los Juegos, en el oro, en la triple corona. Soñando.

Álvaro Martín, el extremeño ambicioso y valiente marcha delante al principio, ojo avizor, pletórico. Con ojo clínico de sabiduría y años de experiencia, Ramón Cid, el director técnico del atletismo español, ve a López detrás y empieza a dudar. No han pasado ni cinco kilómetros. “No le veo buena cara”, dice Cid. Los que le rodean le callan. Va tranquilo atrás, controlando, sin desgastarse, pegado a la cuerda en las curvas para no dar un paso de más, le explican. Está mejor que nunca, le aseguran la gente de López. Carrillo, extrañamente silencioso, le ve pasar atrás pero no quiere pensar mal. Van a un ritmo tranquilo, dice. Los de cabeza están cerca. Están muy agrupados. Pasa el tiempo y la razón de Cid crece. Aceleran un británico, un chino, un japonés. Los atletas se estiran. Pasan el kilómetro 10, el 12, el 14. La carrera llega a su punto crítico, y López desaparece del todo. Se atrasa, se atrasa. Los chinos aceleran aún más y se van a por la victoria. Fuertes como el Atlántico agitado. Superiores a todos. Una ligera brisa que desde la playa asciende hasta el circuito y refresca a los atletas.

Álvaro Martín se rinde. Después de aguantar delante 50 minutos, siente que las fuerzas que creía le permitirían imprimir un cambio de ritmo en el kilómetro 17 se le han agotado en el 14. Se descompone. No sabe qué ritmo seguir. Qué hacer para terminar con dignidad, para no acabar arrastrado. No ve salida y marcha con la mirada desolada que ofrecen por la tele las víctimas de una catástrofe, supervivientes de un terremoto que avanzan por la calle preguntándose ¿dónde estoy?, ¿qué ha pasado? Al terminar, el joven marchador se flagela públicamente. “Estoy desolado, deprimido. He tenido una muy mala actuación. No he sabido competir”, dice el atleta de Llerena, víctima del agobio de sentirse muy físicamente, mejor que nunca, preparado para algo grande. Martín habla de presión también y describe gráficamente los síntomas que le asaltaron. “Cargaba con una gran responsabilidad. He fallado el día D a la hora H. De poco te vale haber estudiado mucho y saberte muy bien las preguntas si no haces bien el examen”.

Cuando terminaba la prueba remontando, López sufría por su ambición sin premio, por no haber estado a la altura pese a los sacrificios a que se ha sometido, por lo que le espera. “Iba pensando que encima me queda el 50, que si en el 20 iba a sí…”, dijo el marchador, que el próximo viernes disputará el 50 kilómetros marcha. “Por lo menos me servirá para soltar la rabia que tengo”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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