El fútbol como simulacro
Son armisticios las tandas de penaltis. Lo hemos visto en esta soporífera Eurocopa. Los rivales hacen como si juegan, hacen como si atacan y se confían inopinadamente al efecto de un accidente
Los partidos de la Eurocopa no tendrían que terminar con los penaltis, deberían comenzar con ellos, de tal forma que los espectadores estuvieran a salvo de los 120 minutos de especulación balompédica que conducen a la prosaica lotería.
Lotería, en realidad, no lo es. Porque los penaltis pueden tirarse bien, como Insigne; mal, como Müller y hasta de manera cómica, como Zaza. Parecía el futbolista italiano un actor de comedia del arte. Tenía que haberse vestido de disfraz arlequinado. Su propio nombre es de artista cómico, Zaza, aunque la tanda que decidió el partido repartió los aciertos y los errores para eludir la atribución individual del trauma. No hubo un Baggio en Burdeos. Ni puede decirse tampoco que Hector fuera un héroe entre los alemanes, pese a las resonancias mitológicas de su patronímico.
Son armisticios las tandas de penaltis. Lo hemos visto en esta soporífera Eurocopa del balón prisionero. Los rivales hacen como si juegan, hacen como si atacan y se confían inopinadamente al efecto de un accidente. Italia se lo encontró con las manazas de Boateng. Después sobrevino el repliegue. Y el acuerdo con los alemanes. Por eso hicieron falta 18 penaltis. Y se hubieran tirado 36. Más se prolonga la agonía, más pueden los entrenadores excusar el resultado y eludir la incompetencia.
A Conte, por ejemplo, lo han tratado en Italia como a un héroe. Porque es un sentimental. Y porque sus primeras declaraciones a la televisión tricolore se recrean en la comunión del melodrama: "No es un adiós, es un hasta pronto". Y daban ganas de llorar, pero con lágrimas de Zaza, que son las lágrimas de Pulicinella.
Simular el dolor. Simular el fútbol. O el fútbol como simulacro. Se diría que los partidos los dirige Paolo Vasile con sus cualidades demiúrgicas. Porque son partidos con prime time en esta sospechosa costumbre de los penaltis. Un orgasmo con demasiados preliminares. Y sin el mando a distancia para avanzar el tiempo. Que es lo que hacíamos con las películas de Bud Spencer y lo que hacemos con las películas porno.
La Eurocopa, en cambio, nos ha secuestrado en la expectativa de un gol. Digo la Eurocopa cuando debería decir las Eurocopas. Porque hay dos. Ese grupo B de intertoto que se disputa una insólita plaza en la final (Portugal, Gales, y antes Polonia o Bélgica). Y ese Grupo A en que se resuelve el verdadero título (Alemania, Francia, Italia, y antes España), de tal forma que la gran final ya la vimos anoche. O no la vimos. Nos lo impidió el hormiguero de jugadores que se disputaban 20 metros de césped igual que las familias celtibéricas se disputan una playa de Benidorm.
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