El fenómeno de la marea Roja
La cultura de apoyar en masa a la selección en el extranjero se ha consolidado con unas señas de identidad propias
Durante años, la chapela, la camiseta de la selección y el retumbar de su bombo fue la fotografía fija y casi solitaria del aficionado español en las grandes competiciones internacionales. En el inicio de las retransmisiones televisivas existía el ritual en los realizadores de enfocar a Manolo El del Bombo. El recurso parecía querer transmitir la seguridad de que España no estaba sola, de que al menos, ahí estaban ese seguidor innegociable de la selección y su percusión.
Frente al desplazamiento masivo de ingleses, italianos, holandeses o alemanes, entre el aficionado español no calaba esa cultura de culto festivo y seguimiento a la selección más allá de los Pirineos. Las bolsas de los centenares de aficionados que por entonces la seguían en Eurocopas o Mundiales tenían que ver más con los emigrantes que residían en las sedes de los torneos o con seguidores de alto poder adquisitivo. Nada que ver con la marea roja que acompaña a España en los grandes campeonatos en los últimos años. Hay ya un sello en su afición como lo hay en los clubes. La hinchada que sigue a La Roja ha forjado su propia identidad a partir de una parafernalia, que incluye al folclore, que la identifica frente al resto.
El lunes, está previsto que 10.000 aficionados españoles apoyen en París a la selección en su partido de octavos de final contra Italia. La cifra supera de largo los 8.000 que se registraron en Toulouse, Niza y Burdeos. La proximidad de Francia ha servido para reafirmar un fenómeno que se inició en 2004. Allí comenzaron las grandes oleadas de camisetas rojas favorecida también por la bonanza económica previa al estallido de la burbuja inmobiliaria. La conquista de las Eurocopas de 2008 y 2012 y el culmen del Mundial de Suráfrica de 2010 han consolidado ese fenómeno.
El lunes, está previsto que 10.000 aficionados españoles apoyen en París a la selección ante Italia
“Los éxitos logrados han sido fundamentales para esto que vemos ahora. En los tres primeros partidos se han vendido las 8.000 entradas del cupo que nos dio UEFA”, admite Pablo Bisbal, uno de los responsables de la web federativa aficionadosrfef.es y de la Embajada del Aficionado, una iniciativa estrenada recientemente y que permanecerá para próximos eventos como los partidos de clasificación para el Mundial de Rusia. “Damos un servicio de apoyo. Hay aficionados que vienen en autocaravana y consultan sobre en que aparcamiento o camping es más conveniente. Por la seguridad también han preguntado”, resalta Bisbal.
A las puertas del campo de entrenamiento de la Isla de Ré una familia de Frigiliana (Málaga) aguarda a que se abran las puertas para poder seguir la última sesión de trabajo. Son dos matrimonios que con los vástagos forman un grupo de diez. “Nosotros empezamos en la Eurocopa de 2008 en Austria y Suiza. Planificamos las vacaciones para seguir el torneo y desde entonces hemos repetido”, relata uno de los cabeza de familia. “Vienen de todos los lugares de España. He visto banderas de todas las comunidades”, abunda Pablo Bisbal.
En Toulouse, la sede más cercana a las fronteras españolas, salió una ovación atronadora cuando en el segundo tiempo saltó al campo el goleador del Athletic Aduriz. En Burdeos, se vieron en la grada española una ikurriña y una señera que conformaron una imagen de una España plural unida en torno a la selección.
Ambiente festivo
La afición española, junto a la irlandesa, se ha ganado la condición de ser la más festiva. Las imágenes de hermanamiento con los rivales se han sucedido en las tres ciudades que han visitado hasta el momento. En Burdeos, donde se temía a los ultras croatas, se produjo una convivencia amistosa. En Toulouse, hasta se vieron partidos nocturnos entre checos y españoles. Esta fue una imagen que contrastaba con la barbarie de los hooligans y los ultras rusos que asolaron Marsella solo unas horas antes.
El folclore y su simbología más clásica ornamentan a los seguidores españoles. Igual que los suecos desfilan con cascos vikingos, y los ingleses cantan el God save the Queen, entre los españoles proliferan tricornios, monteras y trajes de sevillanas con el ¡Qué viva España! de Manolo Escobar de fondo. La tonadilla es utilizada cambiando el nombre de España por el del país rival de turno para favorecer la convivencia en terrazas y plazas céntricas de las ciudades que visitan. Llegada la hora del himno en los partidos, trona el “Lo,lo,lo,lo,lo”. No hay letra, pero es una de las grandes señas de identidad del aficionado de la selección.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.