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El nuevo clásico de América

Argentina y Chile, tan desiguales en títulos, se han convertido en las dos grandes potencias del continente y este domingo repiten la final del año pasado

Isla, Torres y Vargas luchan por el balón.
Isla, Torres y Vargas luchan por el balón.NELSON ALMEIDA (AFP)

Con una desigualdad histórica brutal y pocos antecedentes comunes, Argentina y Chile parecen encaminados a construir el nuevo clásico americano. En esta edición repiten la misma final de la anterior, cuando La Roja doblegó en los penaltis a la Albiceleste consiguiendo la única Copa América que muestra en sus vitrinas. Otras cuatro veces, Chile fue subcampeona frente a la apabullante presencia argentina: 14 títulos y 13 subcampeonatos, solo superada por Uruguay con un campeonato más y muy alejadas ambas selecciones de la de Brasil, que exhibe ocho Copas de América y 11 subcampeonatos, pero que vive una época de declive.

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A la selección chilena incuso le superan en título países como Paraguay y Perú (dos cada uno) y le igualan Colombia y Bolivia. No puede decirse que el combinado que ahora dirige el argentino Pizzi muestre un particular pedigrí en la competición. Es más, de 25 partidos en el torneo ante Argentina, no ha ganado ninguno: 19 derrotas y seis empates. Y sin embargo, su segunda final ante Argentina, este domingo, tiene todo el boato de un clásico que puede perdurar en el tiempo. Hasta la llegada de Marcelo Bielsa a la dirección técnica de La Roja —entre 2007 y 2011—, Chile era más una suma de jugadores que un equipo. No le habían faltado talentos Desde Sergio Livingstone, el portero al que los rivales de la selección de Paraguay sacaron a hombros del campo, hasta Marcelo Salas, El Matador, pasando por el goleador Enrique Hormazabal, Leonel Sánchez, Chamaco Valdés (máximo goleador histórico de la Liga chilena), Carlos Caszely e Iván Zamorano, entre otros. Nunca faltó materia gris en Chile, pero nunca le sobró organización —en los tiempos modernos— para multiplicar el talento.

Bielsa lo logró. Consiguió que los jugadores chilenos recuperasen la implicación con su selección y con Sampaoli consiguieron su único título de la Copa América que este domingo defenderán ante Argentina, su repetido rival. Para llegar a la final derrotó en semifinales a Colombia (0-2) en un partido cuya segunda parte se retrasó más de dos horas debido a una tormenta.

Chile ha sido, probablemente, el equipo mejor organizado del torneo, con las ideas más claras y las misiones más precisas en el campo. No empezó bien, como si le costase coger su velocidad de crucero. La derrota ante Argentina (2-1) tuvo un valor más mítico que deportivo: no afectaba tanto a su clasificación como a su autoestima. Pizzi acumuló críticas, Eduardo Vargas era un goleador seco y la defensa ofrecía grandes lagunas, especialmente en el juego aéreo.

25 partidos y 19 victorias albicelestes

Desde 1916, año de la primera edición de la Copa América, Argentina y Chile se han enfrentado en 25 ocasiones, con 19 victorias albicelestes y seis empates.

La última igualada fue un 0-0 en la final del año pasado. El encuentro se resolvió en los penaltis. Los chilenos se llevaron el título por 4-1.

A Chile le costó arrancar, sí, pero cuando el motor se ha puesto a punto ha transmitido la sensación de una selección imparable que fabrica ocasiones y goles a la misma velocidad de vértigo con la que juega. Nadie se ha arrugado en Chile, nadie se ha escondido. Los galones de Alexis Sánchez no le han impedido perseguir a los rivales hasta su propia portería si era necesario; Vargas es tan molesto cuando ataca como cuando defiende. Hasta el momento no ha dado síntomas de flaqueza física en ningún momento y ahora opone su acusada personalidad futbolística a la ya conocida de Argentina. Chile no tiene un Messi. Nadie, salvo Argentina, tiene un Messi, pero la tela de araña de Chile es tan pegajosa como flexible. Cuando Messi regatea, asiste o dispara, tiemblan los rivales, pero cuando Chile echa a correr el campo se hace tan grande para sus enemigos como pequeño para los chilenos. El nuevo clásico es desigual en todo. Pero ya tiene todos los aires de un clásico.

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