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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La españolía, y eso

A ver si al final va a resultar que del fútbol de La Roja tiene alguna culpa Del Bosque

Del Bosque, ayer en el entrenamiento de la selección.
Del Bosque, ayer en el entrenamiento de la selección.PIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP)

Declarado el estado de éxtasis entre la afición española, solo queda que el capitán Sergio Ramos levante la Eurocopa a los cielos de París. Porque visto, leído y escuchado todo lo que ha provocado el imponente triunfo de España ante Turquía, solo queda dar las buenas noches, apagar la luz, cerrar la puerta y volver a casa con el trofeo. Inaugurado el estado de yo soy español, español, español ya pueden Francia, Alemania o Italia darse la media vuelta que por aquellos lares no pintan nada. Lo más curioso es que hace un par de semanas uno tuvo la idea de encender el televisor en mala hora y se encontró con frases de este tenor: “Hay que tener vergüenza torera”. “¿A qué jugamos?”. “Los profesionales tienen que saber que llevan puesta la camiseta de España”. “Tras esto lo mejor es que no vayamos a la Eurocopa”…

Lo que llevó a tantos respetables analistas a manifestarse así fue la derrota de la selección ante Georgia en un amistoso-basura previo a la competición. Tronaron las cornetas, repicaron las campanas del infierno, anunciando, porque quien sabe, sabe, el fin de los tiempos, el de Del Bosque, el de este grupo de jugadores, faltos de vergüenza, al parecer, de atributos, quizá, de furia, de españolía, ¡firmes!

Y sucedió que España hizo acto de presencia en la Eurocopa y lo primero que le explotó fue la bomba De Gea y sus vomitivas amistades. Del Bosque confió en él por la presunción de inocencia, o porque así le dio la gana, y el equipo se convirtió precisamente en eso, en un equipo, con Iniesta convertido en el único futbolista conocido capaz de hacer posible lo imposible y mostrando al mundo que la línea que separa este juego de la magia puede ser invisible. Ganó España a la República Checa, con un gol en el penúltimo suspiro pero con una autoridad aplastante. Lo hizo gracias a un tanto de Piqué, que tras el partido, y por una vez, utilizó las redes sociales para algo que no fuera maloliente. Y en ellas colgó, y presumió de ella, la imagen de Ramos subido a su chepa, enemigos íntimos fuera del campo pero, dentro de él, la mejor pareja de centrales que se pueda encontrar.

Pero nada es comparable al partido de España ante Turquía. Puede el lector, de aquí al final del artículo, imaginar cuantas alabanzas desee. La Roja mostró el mejor fútbol del torneo, qué digo del torneo, de este torneo y de varios anteriores. Y es posible, solo posible, que alguna culpa tenga Del Bosque. O quizá no, que ya se sabe que este hombre heredó un equipo y él apenas ha hecho nada. Como no lo hacen otros técnicos, del tipo Ancelotti, que son meros gestores de egos.

Pero mira que es difícil gestionar egos cuando aparece alguien siempre prudente como Pedro meando fuera del tiesto. Seguro que Del Bosque apaga ese incendio mientras la euforia se apodera de la afición y de tantos respetables analistas que, henchidos de supuesta españolía, ese palabro que Luis Aragonés utilizaba como nadie para desesperación de los traductores, aguardarán su oportunidad a la vuelta de la esquina. Y lo harán para, a la vista de por dónde sople el viento y en caso de derrota, enviar a Del Bosque a su marquesado, olvidando de nuevo, por enésima vez, que hace mucho tiempo que este señor se ganó el derecho a perder.

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