El Calderón se perfuma con pólvora
La afición del Atlético se conjura entre petardos y cerveza para recibir al Bayern

Cinco alemanes, todos rubios, dos con gorra, 180 centímetros de estatura media, entran en uno de los vagones del metro de Madrid en la parada de Ópera. No hay espacio para ninguno de ellos, pero empujan y empujan y se hacen hueco. Los cinco ríen. A su alrededor el silencio y las primeras coplas: “Joder con estos alemanes”. Ninguno habla castellano porque siguen con la guasa al menos tres paradas más. Después una ola de calor inunda sus frentes y paran. Tratan de respirar y refrigerar el cuerpo. Ninguno de ellos lleva la camiseta del Bayern, pero eso cambia al bajarse del tren. Delante espera Götze, de gris, con un grupo de bávaros. Uno de ellos con un peto de pana marrón claro, tirantes, gorro y las medias rojiblancas del Bayern subidas hasta las rodillas. Ahí ya se sienten como en casa y comienzan a gritar.
Cerca del Vicente Calderón la gente se congrega entorno a la rotonda en la que desemboca el Paseo de los Melancólicos. Hay banderas colgadas en las paredes y ya lucen las primeras bengalas. De repente, como si se tratase de una ola o del efecto de un tornado, llegan las notas más altas del himno del Atlético. Todos cantan. “¡Esto es la hostia macho!”, le comenta uno de los coristas a otro. Ambos han desafinado por la emoción, o eso dicen.
Pero en cuanto suenan los primeros petardos y la pólvora inunda el lugar Pablo empieza a llorar. Van encima de los hombros de su madre. “No llores tonto, que esto es una fiesta”, le dice con la dulzura propia de las madres. El niño, sin embargo, tiene un berrinche de los buenos. Y así continúa hasta que llegan a su puerta. El grupo de aficionados del Bayern crece a medida que se acerca la hora del encuentro. De hecho, algunos traen la fiesta puesta. Hay un conato de pelea entre varios de ellos pero la cosa acaba pronto. La policía custodia la zona a caballo y a pie. Observan la estampa con concentración y atentos a lo que ocurre. No intervienen.
En la llegada del autobús del Atlético los aficionados estallan. Quieren hacerse oír. También en el caso del Bayern, pero al revés. Quieren que sientan lo que les espera dentro. 55.000 personas apoyando a un solo equipo. Y para eso hay que calentar, aunque la guía la conocen. Y se nota.
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