Mahrez, el triunfo del talento de barrio
El extremo del Leicester, que hace dos años jugaba en la Segunda División francesa, gana el premio al mejor jugador de la Premier
“¿Nunca lo ganó Drogba?”, preguntó Riyad Mahrez tras alzar el premio. Es el mejor jugador de la Premier League según los votos de sus compañeros, los de los 92 clubes que integran la Asociación Profesional de Futbolistas inglesa, la organización sindical de deportistas con más solera en el mundo porque data de 1907. Mahrez, extremo de la selección de Argelia y sensación entre las sensaciones del Leicester, supo entonces que es el primer africano en llegar a esa cima. Sucede en ella a Eden Hazard en una vitrina abierta hace 43 años y en la que se exponen leyendas como Keegan, Dalglish, Lineker, Cantona, Giggs o a Mark Hughes, Shearer, Henry, Cristiano Ronaldo y Bale, los cinco futbolistas que lograron esa nominación en dos ocasiones.
Mahrez abandera el triunfo del talento y su eclosión ofrece algunas claves sobre cómo se debe gestionar esa cualidad en futbolistas en edades tempranas. El mejor jugador de la Premier League conoció la hiel del descarte durante toda su adolescencia, con 18 años se buscó la vida a 300 kilómetros de casa, en un equipo de la séptima categoría gala con un sueldo de 750 euros al mes. No hace ni dos años, el Leicester le fichó por medio millón de euros procedente del Le Havre, un equipo de la segunda división francesa para el que había metido seis goles en sesenta partidos. Hoy es la estrella del líder de la Premier en una campaña en la que aporta 17 goles y 11 asistencias.
La maduración de Mahrez, que tiene 25 años de edad, fue tardía, pero no por ello menos atisbada. Quienes en su día le despreciaron nunca dudaron de su capacidad técnica, sí de que las pudiera explotar por su físico: “Demasiado pequeño, demasiado flaco”. Creció en un entorno duro, Sarcelles, una población del área metropolitana de París, al norte, vecina a Saint-Denis, antaño un pequeño enclave rural transformado a mediados del siglo XX en destino para inmigrantes, primero sobre todo magrebíes, más tarde subsaharianos. El padre de Mahrez llegó desde Beni Snous, una población argelina del área rifeña, lindante con la frontera de Marruecos, no lejos de Melilla. Su madre es marroquí. Formaron una familia en Sarcelles, un sitio donde es sencillo que la vida se encamine hacia una vereda equivocada. Pero Mahrez, también su hermano mayor Ouahziz, siempre eligieron el camino del fútbol.
La pelota rescata a gente en Sarcelles, donde en un complejo deportivo que lleva el nombre de Philippe Christanval, exjugador del Barcelona y primer héroe futbolístico de la localidad, se cocina una de los principales viveros que atraen a ojeadores de los grandes clubs del país. El talento se desparrama, pero el perfil que buscaron en los últimos años los responsables de las principales canteras obedecía al de un futbolista que descollaba en sus prestaciones por la exuberancia física. Hay crecientes voces en Francia que se quejan de que donde antes salían Platini, Giress, Tigana, Genghini, Cantona o Zidane parten ahora demasiados futbolistas con menos sutileza. “Riyad siempre jugó en los equipos B o C”, detalla Mohamed Coulibaly, uno de las referencias más buscadas cuando se trata de reconstruir la trayectoria de Mahrez. Se trata del director deportivo del Sarcelles. “Nunca fue de los mejores de su año, pero ha demostrado que tiene el material de los grandes en la cabeza. Mentalmente es muy fuerte”, explica. Mahrez siempre quiso ser futbolista y jamás se despistó de ese objetivo. Ni la tragedia de la temprana muerte de su padre en 2006 le despistó. Todo lo contrario: le había prometido que llegaría.
“Mahrez es la luz que brilla en nuestro equipo”, describe Claudio Ranieri, que este domingo le observaba a su derecha en el lujoso escenario montado en el hotel Grosvenor House mientras le imponían como el futbolista más valioso del campeonato que más dinero expone. Poco antes habían aterrizado en helicóptero en el corazón de Londres tras despegar desde el césped del King Power Stadium de Leicester al poco de haber acabado el partido contra el Swansea. Pero ambos conocen la sombra. “Era imposible predecir su trayectoria, es totalmente atípica”, se defiende Mickaël Pellen, uno de los técnicos presentes durante la prueba que Mahrez superó para enrolarse en el Quimper, un modesto club bretón que en 2009 jugaba en la segunda división francesa. Convenció, pero menos porque lo mandaron al filial, en el séptimo escalón del fútbol galo. “¡Apenas pesaba 60 kilos!”, rememora Pellen.
Mahrez emergió y llegó al primer equipo, que al final de la temporada perdió la categoría. Se fue a Le Havre, también en Segunda División, donde tuvo continuidad y minutos hasta que despertó el interés de Steve Walsh, el armador de un equipo de ensueño, el mismo sobre el que recae la responsabilidad de haber reclutado también a Vardy y Kanté, que estaban junto a Özil, Kane y Payet entre los seis finalistas del premio recibido por el argelino de Sarcelles, representante del futbolista barrial, un tipo agradecido con sentido colectivo. “Tengo mucho por lo que estarlo, a mis compañeros, al entrenador, al personal del club. Si el Leicester es algo es por su espíritu de equipo. Ese es nuestro secreto y nuestra fuerza porque trabajamos muy duro hombro con hombro y somos como hermanos”, explicó al recibir el galardón.
Sostienen quienes conocen bien a Mahrez que el hecho de no haber despertado el anhelo de los ojeadores cuando otros compañeros de Sarcelles sí lo hicieron le sirvió para no perder su esencia en el camino. Apuntan los más críticos con las mejores canteras de fútbol y el estilo que se pregona en muchas de ellas que hay metodologías que cercenan el talento de tipos como Mahrez, que cada vez se obliga más al pase y se censura el regate, que se juega poco con el balón en los pies y el futbolista de la calle debe reconvertirse en uno academicista. Mahrez sigue un programa de pesas para fortalecerse, ya no es un enclenque, pero no ha dejado de ser calle, parque, balón contra la pared, fútbol en cualquier circunstancia.
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