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El Leicester emociona al mundo

Ranieri rompe en llanto tras un nuevo triunfo de su equipo, que si gana tres partidos de los cinco que le quedan se alzará con la Premier League

Vardy, del Leicester, celebra su gol ante el Sunderland.
Vardy, del Leicester, celebra su gol ante el Sunderland.Michael Regan (Getty)
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El maravilloso lienzo que dibuja el Leicester se realza con el pincel de Claudio Ranieri. El entrenador que hace año y medio tuvo que dejar su trabajo con la selección de Grecia tras perder contra Islas Feroe está a tres victorias de ganar la Premier League con cinco jornadas por jugar y la perspectiva de los dos próximos partidos como local ante West Ham y Swansea. Y lo vive entre la realidad y la incredulidad, entre lo cerebral y lo emotivo. Ayer tras ganar (0-2) en campo del Sunderland acudió con el resto de su equipo a saludar a los aficionados que se habían desplazado, el rostro le tembló y asomó un puchero. “Todo Leicester estaba allí, comprendo que nuestros aficionados lo disfruten, pero tenemos que mantener los pies en el suelo. No es un día grande todavía”, trató de rebajar luego.

El Leicester se llevó los puntos con su quinta victoria consecutiva. Justo cuando la presión podía apretar más, cuando la mirada del planeta futbolístico se posa sobre el aspirante más sorprendente del fútbol contemporáneo este responde dejando la meta a cero durante los últimos cuarenta días. En Sunderland caminaba hacia una nueva victoria por la mínima gracias al regreso al gol de Vardy, que no marcaba desde el pasado 14 de febrero, y embocó un mano a mano tras monumental pase de Drinkwater. “Vamos Jamie, te necesito, te necesitamos”, reveló Ranieri que le dijo en el entre tiempo. Pero tras el tanto, pleno de fe y confianza, exuberante, el Leicester acabó en el área rival y su goleador sentenció sobre el pitido final. “Nos han aplaudido incluso los aficionados del Sunderland”, se maravilló Vardy en declaraciones antes de enfilar la caseta.

Ranieri y Vardy tras la victoria.
Ranieri y Vardy tras la victoria.Carl R. (REUTERS)

El Tottenham se mantiene en la pelea por el campeonato a siete puntos del líder tras liquidar a un mustio Manchester United con tres goles en seis minutos. El Arsenal podría llegar a esa altura si vence su partido aplazado contra el West Bromwich, pero a estas alturas el Leicester es el equipo de la gente, del pueblo y de la nobleza. “Muero porque ganen la Liga”, deslizó esta semana el Príncipe William durante el transcurso de un evento de la federación inglesa. “Si el principe dice eso ya no tengo nada más que decir”, bromeó José Mourinho cuando le preguntaron horas después por sus preferencias. “Tengo una gran relación con Pochettino y valoro su gran trabajo con el Tottenham, pero creo que Ranieri y su trayectoria se merecen un triunfo. Es un buen hombre y le respeto”, abundó el entrenador portugués sobre el italiano, al que en su día afeó su currículum: “Tiene 70 años (en realidad cuando lo dijo no había cumplido los sesenta) y ha ganado una Supercopa. Quizás tenga que cambiar su mentalidad, pero a lo mejor es demasiado viejo para hacerlo”, había dicho del técnico romano.

El final de su carrera albergaba la posibilidad de un poético epílogo para Ranieri sin necesidad de cambiar su libreto. El Leicester se agrupa en torno a un 4-4-2 según los cánones más clásicos con dos extremos y dos esforzados en la medular, desprecia el valor de la posesión y está a punto de ganar el campeonato con una base en la que nueve jugadores han disputado más de treinta partidos. Y con esos argumentos ha logrado llegar al corazón de medio mundo. Ranieri cree tener la explicación y la expone con tanta simplicidad como emotividad en una carta hecha pública durante la pasada semana en The Players Tribune, un medio digital norteamericano especializado en recoger testimonios del mundo del deporte en primera persona: “Somos un club pequeño que muestra al mundo lo que se puede lograr con espíritu y determinación. Nuestra historia es importante damos esperanza a todos los jugadores jóvenes a los que alguna vez les han dicho que no eran suficientemente buenos”.

Vardy era un pandillero que conoció calabozos, llevaba una tobillera electrónica para estar controlado por la justicia y trabajaba en una fábrica de sol a sol 

Vardy era un pandillero que conoció calabozos, llevaba una tobillera electrónica para estar controlado por la justicia y trabajaba en una fábrica de sol a sol. Con 16 años le dijeron que era demasiado bajo para vivir del fútbol, mucho menos del gol. Al lateral Simpson lo descartó el Manchester United, que lo acabó cediendo a un segunda división belga antes de darle el pasaporte. Hace tres años el Newcastle, hoy penúltimo en la Premier, decidió que tampoco valía para su equipo. A Albrighton lo dejó marchar el Aston Villa, ahora colista desahuciado, y Huth no prosperó en el Chelsea. Drinkwater, flamante internacional inglés, se crió en Old Trafford, pero estuvo cedido en cuatro equipos antes de salir. Schmeichel llevó la misma vida nómada en el vecino City. “Y Kanté y Mahrez estaban hace poco en la cuarta división francesa”, incide Ranieri, que se pregunta y se responde. “¿Qué necesitas para llegar? ¿Un gran nombre? ¿Un gran contrato? No. Solo necesitas abrir la mente, el corazón, una batería cargada y correr con libertad”.

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