Luis Enrique tiene razón
Le ha dado al técnico del Barça por acudir a las 'guerras de prensa' armado hasta los dientes Y allí es capaz de mofarse de un periodista por su apellido o autocalificarse de "gilipollas"
Así reza el Libro de Estilo de EL PAÍS: “Las expresiones vulgares, obscenas o blasfemas están prohibidas. Como única excepción a esta norma, cabe incluirlas cuando se trate de citas textuales, y aun así, siempre que procedan de una persona relevante, que hayan sido dichas en público y que no sean gratuitas”. Dicho esto, hablemos de Luis Enrique.
Será que 14 goles en dos partidos, ocho al Deportivo y seis al Sporting, lo curan todo. “Bona nit, Luis”, comenzó el periodista su turno de preguntas tras la goleada del Barça al equipo gijonés en la noche del sábado. Y Luis Enrique, técnico azulgrana, no solo contestó al interrogante planteado sobre la diferencia de juego del equipo en la primera y la segunda parte, sino que lo hizo ¡con educación! No dejó caer un gesto de asco, no se subió por las paredes, no ridiculizó al interpelante por su apellido. Respondió, argumentó, se mostró sosegado, hosco, por supuesto, pero respetuoso. Puso fin así a la semana del disparo al periodista, que comenzó dos domingos atrás, con él mismo al mando de la tropa, cuando tras la derrota ante el Valencia se le interrogó sobre la preparación física del equipo, a lo que respondió: “¿Cómo es tu apellido?”. Era Malo el apellido y ahí dejó Luis Enrique su respuesta, tan ufano él, tan malencarado. Días después se negó a pedir perdón a Víctor Malo y definió de este modo sus sensaciones tras dilapidar la kilométrica ventaja que tenía su equipo sobre el Atlético y el Madrid en la Liga: “Me va el baile, soy así de gilipollas”.
No será esta tribuna desde donde se lleve la contraria al entrenador azulgrana. Nadie como uno mismo para conocerse. Le ha dado a Luis Enrique por acudir a lo que él considera guerras de prensa armado hasta los dientes. Así que no le importa poner en cuestión los conocimientos de los periodistas, y está en su derecho dada su condición de multidoctorado, o su profesionalidad, lo que resulta más cuestionable. Pero incluso desde la discrepancia es posible conservar las formas. Y él no lo hace. Muestra un tono insolente y faltón, olvidando que en ese momento representa a una de las instituciones deportivas más importantes del mundo.
¿Pero qué le han hecho los medios de comunicación a este hombre? ¿Le han perjudicado en su profesión? ¿Le han impedido triunfar, ahí es nada, en el Real Madrid y en el Barcelona? ¿Ser internacional? ¿Disputar tres Mundiales? ¿Ganar unos Juegos Olímpicos? ¿Entrenar al equipo al que entrena?
Sucede que este Barça de pensamiento único alinea en sus filas a un futbolista que llama puta basura a la prensa y a otro que califica de vergüenza y manipulación que un periodista cometa el execrable crimen de creer que una acción es mano, opinión que no denota más que un problema oftalmológico. Y lógico es que nadie les llame la atención cuando su jefe es el primero en faltar al respeto a chicos y chicas que, con mayor o menor fortuna, se limitan a cumplir su trabajo y a esa tarea tan insultante de hacer preguntas a un señor que a lo mejor les importa un bledo, a cambio, en ocasiones, de un sueldo irrisorio. “Hace falta un Puyol que coja a los demás por la corbata”, dijo Capello respecto a la plantilla del Barça. Y habitualmente, en el vestuario del Barça el único que lleva corbata es Luis Enrique.
Año 1992. Otro Luis, entrenador entonces del Atlético, contesta así a un periodista en una rueda de prensa: “Usted es más blanco que Bernabéu”. Horas después, le cita en un bar cercano al Calderón y juntos ven el partido inaugural de la Eurocopa, Francia-Suecia. Y le pide perdón, el señor Aragonés.
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