Las purgas de Benítez, Mourinho y Van Gaal
El fútbol es tan convulso y chaquetero que no hay buen pasado que sostenga un mal presente e ilumine un futuro. Que le pregunten a José Mourinho, Louis van Gaal y Rafa Benítez, tres de los técnicos en activo con más rango, sueldo y palmarés. Lo mismo da, el fútbol devora sin miramientos y los tres están hoy en la diana, al borde de una profunda cornada. No importa que sean, junto a Pep Guardiola y Luis Enrique, los únicos entrenadores actuales en Ligas de élite que pueden presumir de haber ganado la Copa de Europa.
Una primera diferencia entre los tres en apuros y los dos españoles. A aquellos siempre les anticipó la etiqueta esa de los equipos de Mou, los equipos de Van Gaal y los equipos de Benítez. En el segundo caso, el sujeto siempre fue un mismo club, el predominante en Europa en la última década: el Barça de Rijkaard, el Barça de Guardiola, el Barça de Luis Enrique… La idea de un míster al servicio de un club frente a la idea de un club al servicio de un entrenador.
Hay semejanzas entre los tres jefes de caseta que hoy purgan en el Chelsea, el Manchester United y el Real Madrid. Ninguno fue un jugador de élite, siquiera del segundo o tercer escalón. Los tres se formaron bajo la tutela de entrenadores proclives a naturalizar el juego, a conceder su esencia a los jugadores, gente a la que su experiencia en un vestuario aconsejaba dar un paso lateral ante los futbolistas. Eran tutores como Bobby Robson, Leo Beenhakker y Vicente del Bosque, todos formados en buques escuela: el Ipswich Town de los setenta, y el Ajax y el Real Madrid de casi toda la vida.
Tras dejar el nido, Mourinho reanimó al Oporto en Europa 17 años después de lograr su primera orejona, lo mismo hizo Van Gaal con el Ajax 22 años después de su último gran trono continental. Con Benítez al frente, el Valencia conquistó de nuevo la Liga tras 31 años a la sombra. Más lazos: los tres despegaron hacia clubes históricos a los que ayudaron a resucitar: Mou al Chelsea y al Inter, Benítez al Liverpool y Van Gaal, si no a reflotar, sí contribuyó a que no encallara del todo la obra de Johan Cruyff en el Barça. Curiosamente, al igual que Van Gaal, Liverpool, Inter, Oporto y Ajax no circulan por la actual Champions. Ninguno de esos equipos profundizó en el manual de aquellos entrenadores efímeros. Cambiaron de paso, como los técnicos que les encumbraron por última vez, y todos vuelta a empezar por cualquier camino.
De alguna manera, Benítez, Mourinho y Van Gaal vendían al sector su libreto, una pócima que estaba por encima de historias, leyendas y escudos. Curanderos ilustres, revividores de primera categoría. Entrenadores por encima de instituciones y futbolistas, con los que siempre tuvieron, y aún tienen, serias divergencias. Su egómetro se dispara tanto o más que el de la estrella de turno, que, al fin y al cabo, les debe cada copa, sostienen ellos en su interior y, sin sonrojo, alguno también en su exterior. Eso metabolizan ellos, hasta que brota una sedición en la plantilla, a veces notoria, en ocasiones tan vírica que no se ve venir. Las dos partes acaban por citarse a un duelo al sol entre narcisos. Ya lo decía Mou estos días tras situar al Chelsea a un punto del descenso: “Llevé a los jugadores a un nivel más alto del que tenían y me han traicionado, es frustrante lo que hacen en los entrenamientos y lo que luego hacen en los partidos”. Ahí está el nudo gordiano. En los ensayos, gobiernan Mou, Benítez y Van Gaal, incapaces de asimilar que en los partidos hay un rival y una alta cuota de azar. Por tanto, son los jugadores los que deben improvisar las soluciones. No vale con mover los hilos a un grupo de soldados rasos. Las marionetas ejecutan, no piensan.
Si Mou se aferra a su ombligo (y a los 50 millones de indemnización en caso de despido), Benítez, más modesto, no sabe a qué BBC agarrarse. Van Gaal repasa su cuaderno de álgebra y tampoco comprende que en Manchester pidan su exilio. Los exfutbolistas del United se quitan la palabra para zurrar al holandés, desde Scholes a Schmeichel. Tan negativo se ha vuelto el holandés que ya no tiene quién le escriba, y mucho menos le entienda. Sus libretas tienen tantas flechas, cuadrados mágicos y otras gaitas que resultan encriptadas para todos. Este es otro de los vínculos entre los tres. No son oriundos del juego, practicaron poco de corto y no conciben la espontaneidad. Los partidos se juegan en sus portátiles y, por supuesto, requieren una sobredosis de información previa. Un tostonazo para los futbolistas, al tiempo que una coartada. “Hacemos lo que se nos pide”. No basta, el fútbol hay que sentirlo y compartirlo con los ancelottis de este mundo, tenidos por uno de los nuestros porque una vez fueron de los suyos. Pero cuanto más endiosado se crea el técnico.0, más se desparrama el arsénico por el vestuario.
Por mucha pizarra cibernética, el fútbol fue, es y será de los jugadores. Solo ellos y nada más que ellos conceden un visado a los entrenadores, y no por mucho tiempo. Menos aún si son de aquellos que quieren el vedetismo en los éxitos y solo un micro para ventilar culpas cuando caen chuzos.
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