El naufragio de una Inglaterra sin líderes
La federación con más recursos confió una cita histórica a lo que pudiera hacer un grupo de debutantes y la economía notará las consecuencias
“Ni un jugador de Australia entraría en el XV titular de Inglaterra”. La imprudencia es del inglés Danny Cipriani, cortado tras la lista final de Stuart Lancaster para el Mundial, en los días previos a la que sería la eliminación del XV de la Rosa contra los Wallabies. Su etapa con los Melbourne Rebels cegó al polivalente back inglés, pues el gran problema de su selección fue precisamente la falta de líderes, la duda de si alguno de sus 15 soldados tenía cartel para ser elegido en la mejor alineación del mundo. La joven selección inglesa se quedó en el terreno de lo potencial tras escribir la página más triste de su rugby. Por primera vez en su historia no superarían la fase, un deshonor que no había sufrido ninguna selección organizadora.
Media hora después de la eliminación, Lancaster, que tiene todas las papeletas para dejar al equipo después del doloroso trámite final del sábado contra Uruguay, lanzó un mensaje paternal: “Hay muchos jugadores jóvenes en ese equipo y es importante que el país esté detrás de ellos. No debemos dejar de lado lo que hemos conseguido en los últimos cuatro años”. Era el primer Mundial para 24 de los 31 ingleses, a muchos les quedarán dos o tres torneos con jugar. Es posible que la cita haya llegado muy pronto en sus carreras; el tiempo dirá cuántos sucumben a este tropiezo y a cuántos les hace más fuertes.
Aunque en términos generales Lancaster convocó a lo mejor que tenía, la cerrazón de Inglaterra a la hora de no llamar a jugadores que militen en clubes fuera del país les dejó sin un arma poderosa: Steffon Armitage. La omisión del tercera línea, campeón de Europa con el Toulon francés y elegido mejor jugador del máximo torneo continental en 2014, fue especialmente visible ante sus poderosos pares australianos, Michael Hooper o David Pocock, máxime con la lesión de Billy Vunipola en el encuentro contra Gales. Lancaster ignoró también a Nick Abendanon, de Clermont, aunque difícilmente habría disputado el puesto de zaguero a Mike Brown.
De entre los 31 que quedaron a finales de agosto, se acusó al técnico de previsible, de no tener en el banquillo a jugadores inconstantes pero resolutivos como el charlatán Cipriani. También se echó en falta una mayor dosis de experiencia, pues solo tres jugadores acumulaban más de 50 internacionalidades. Tras causar baja Vunipola, legaría Nick Easter, parte importante del equipo que llegó a la final en 2007, pero no bastó para calmar a un XV de la Rosa que salió temblando el sábado a Twickenham.
Sorprende que la federación de rugby más rica del mundo, orgullosa de su plan de trabajo con los clubes y un buen entendimiento con la Premiership, no haya sido capaz de generar más jugadores de calidad. El fracaso debe ser colectivo, como lo es la oportunidad perdida. Un periodista inglés comentaba el sábado que el Mundial debía asentar definitivamente el deporte en la sociedad, que nadie preguntara por qué se patea después de un ensayo. El impacto económico, con tantas camisetas blancas que quedarán sin vender y cientos de pubs desiertos, se eleva a decenas de millones de libras; la cadena ITV perderá un millón por partido porque recibirá un 60 por ciento menos en sus ingresos publicitarios. Incluso la Businness School alertaba la semana pasada del impacto que podría tener en el mercado bursátil. Hay un claro ganador, la reventa, por más que la organización luche contra las plataformas web del mercado secundario.
Por todo ello deberá responder Lancaster. Su asistente Graham Rowntree mencionaba antes del partido de Gales que era un error repetir alineación, que lo correcto era adaptarse al rival. El XV de la Rosa lo dirigió aquel día Owen Farrell desde el 10, dorsal que, lesiones de por medio, había ostentado George Ford durante el año previo. Certero en sus tiros a palos y sólido atrás, Farrell sirvió de opción conservadora ante un equipo tremendamente diezmado. El anfitrión eligió un partido con demasiado que perder para cambiar de arquitecto, como lo fue incluir en el centro a Sam Burgess, prácticamente desapercibido.
Pero al final todo lleva a un instante, Chris Robshaw decidiendo que su equipo pateara a touch en lugar de buscar el empate contra el XV del Dragón. El capitán desoyó la filosofía de su técnico: encomendarse a Farrell implicaba puntuar siempre que fuera posible. De hecho, el apertura había marcado todos sus tiros a palos aquel día. No era una patada tan fácil, dijeron los técnicos tras el fatal desenlace, pero Farrell anotó desde una posición calcada ante Australia. Lancaster se ha empeñado en justificar que esos momentos no pueden recrearse, que las prisas toman a los jugadores como prisioneros, pero hay un factor que debieron tener en cuenta: Inglaterra había conseguido el punto bonus ante Fyji, algo que no había logrado Australia y que difícilmente conseguiría la mermada Gales cinco días después. El empate era una dulce escapatoria que habría exigido a los galeses vencer este sábado a Australia.
El hecho de que el propio técnico se pasara toda la semana recalcando las mejoras del equipo, los progresos qué él percibe, es la más clara indicación de que no ha logrado trasladarlos al césped. Cuatro subcampeonatos en el Seis Naciones y una brillante victoria ante Nueva Zelanda en 2012 es poco zurrón para un ciclo en el que aspiraba a dominar al mundo.
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