Cristiano acaba con el ruido
Tras los casos de De Gea y Piqué, el portugués consiguió con su repóker que la actualidad volviera a hablar de fútbol
Eran días de ruido, mucho ruido. Los coletazos del caso De Gea seguían emponzoñando el ambiente en el Real Madrid, con el director deportivo del club, y también su presidente, Florentino Pérez, de radio en radio defendiendo lo indefendible. Entonces, saltó la noticia: De Gea, ese joven tan fiel al color blanco que el Madrid se resistía a dejarle tirado, renovaba su contrato con el Manchester United hasta 2019 a cambio de la módica cifra de 200.000 euros semanales. Ese mismo día, Rafa Benítez, entrenador del club de Chamartín, intentaba escapar, sin conseguirlo, del interrogatorio al que le sometían los periodistas, empeñados en descubrir por qué no rechistó ante el fichaje de De Gea cuando su apuesta para la portería se llamaba, y se llama, Keylor Navas. “Cuando hablo, siempre digo la verdad, y si no puedo decir algo, no lo digo”, respondió. Tamaña sensatez, quizá aprendida en sus lecturas de El conde Lucanor, no ocultaba la realidad de los hechos: Benítez es un mandado. Y, como tal, la respuesta más adecuada a su secundario papel en todo este lío bien pudo haber sido otra: “Señores, yo obedezco órdenes”, debió decir, lo que no supone desdoro alguno cuando uno quiere conservar su puesto de trabajo.
Mucho ruido había. Y no solo alrededor del Madrid, sino también del Barça y de la selección española. En este caso, el conflicto tenía que ver con Piqué, que vestido de rojo fue objeto de la ira de la grada del Carlos Tartiere, en Oviedo, que le regaló un torrente de silbidos. Las razones podían ser de diversa índole, desde políticas, por aquello de su defensa del independentismo catalán, a futbolísticas, por sus habituales mofas contra el Madrid. Piqué, atrevido como es, decidió sentarse ante los medios de comunicación y dar su versión de los hechos, que en las formas (solo en las formas) fue sencillamente impecable. Dado que el arrepentimiento está sobrevalorado, declaró que repetiría todos sus actos “una y mil veces”. Además, elevó su condición de anti a la categoría de virtud. Abandonó la rueda de prensa sabiéndose, quién lo dudaba, el más guapo, el más alto, el más gamberro, el más simpático y el más listo.
Demasiado ruido había. En estas que regresó la Liga. Acudió el Madrid a Barcelona, a enfrentarse al Espanyol, y no hubo estadístico que se precie que no escudriñara en cientos de datos para explicar la sequía que había invadido a Cristiano: ningún gol en cuatro partidos oficiales, menuda hecatombe. Todas las alarmas del madridismo y las fanfarrias de los anti comenzaron a chillar a la vez. Hasta que el balón echó a rodar. Y entonces Cristiano impuso el silencio. Cinco goles marcó, uno tras otro, para superar a Raúl como máximo realizador de la historia del Madrid en la Liga: 230 dianas en 202 partidos, una bestialidad. Finalizado el choque, Marcelo quiso entregar tan histórico balón a su compañero, pero este lo rechazó. Ni una sonrisa dejó escapar el portugués, enfadado como vive con el mundo. Porque, últimamente, para ver a CR sonreír no basta con que firme un repóker de goles. Es más fácil verle feliz en un anuncio de póker. Basta con encender la tele y esperar a la publicidad, que ahí aparecerá él en una mesa, cartas en mano, como reclamo de una casa de juego online, de póker concretamente, esa actividad tan beneficiosa para los millones de niños que le idolatran. Como también idolatran a Neymar o, antes, a Rafa Nadal, otros protagonistas de ese tipo de anuncios tan cercanos a la exaltación de la ludopatía.
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