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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Está acabado Rafa Nadal?

Nadie quiere hacer frente al instante en que teme haber perdido sus cualidades, o su fuerza, o su instinto

Juan Tallón
Nadal en el US Open
Nadal en el US Open DON EMMERT (AFP)

¿Qué le pasa a Nadal? ¿Está acabado? ¿Volverá a arrollar a sus rivales y ganar Wimbledon o Ronald Garros? Rafa, háblanos. Mándanos una señal. Di algo. Después de una temporada funesta, con derrotas que han encharcado su año de frustraciones, una pregunta nos atosiga: ¿es el fin? ¿Esto fue todo? ¿O se trata de un espantoso, pero provisional hundimiento? Nadie está libre de pasar una temporada en el infierno. Es bueno conocerlo de cerca y, al regreso, contarlo.

Las grandes hegemonías causan aburrimiento. En ellas, la victoria se vuelve algo que ya se sabía. Es tan arrolladora que deja la sensación de que es fácil, mecánica, igual que encender o apagar un interruptor. En cambio, la supremacía de Nadal era rotunda y a la vez suave, nunca jugó fácilmente, como consecuencia de poseer una fórmula. Cada victoria acarreaba un sufrimiento bellísimo, impar, que sugería que en sus partidos inventaba todo el tiempo su propio tenis. Experimentaba, buscaba, encontraba, renovaba. Nada parecía seguro. Sus cualidades lo obligaban a cambiar de teoría continuamente, mientras tendía a la extenuación.

Pero llega un día en la carrera de cualquier gran deportista, tal vez al caminar atribulado por la calle, y asomarse al escaparte de una pastelería o una boutique y ver su reflejo, que se pregunta: "¿Estaré acabado?". El declive es una de las amenazas más fascinantes y turbadoras de la humanidad. Siempre acecha. En unas ocasiones lentamente; otras de manera inesperada, casi fatal, al estilo de los dibujos de la Pantera Rosa, cuando la protagonista, que no fuma, ni bebe, ni se acuesta tarde, aunque tampoco temprano, y que por tanto debe vivir muchos años, camina cualquier mañana por la calle y entonces la aplasta un piano de cola. Nadie quiere hacer frente al instante en que teme haber perdido sus cualidades, o su belleza, o su juventud, o su fuerza, o su instinto.

A veces todo es producto de una racha horrible. No entiendes qué ocurre; simplemente, todo te sale mal y tienes miedo a que tu hegemonía conozca su ocaso. Nunca fallaste con estrépito; fracasabas alguna tarde, porque nadie es el mejor todo el tiempo, y en la siguiente ocasión volvías a reinar; te lesionabas de gravedad y tras una convalecencia aburrida eras el mismo de siempre. Pero otras veces, sin embargo, la esperanza se va disipando y todo se tambalea, cometes errores nuevos, pierdes la confianza, caes derrotado ante piltrafas, entrenas mal, la prensa te critica, pasa algo en tu familia, te ofuscas y, lo peor, ignoras qué hacer para que las cosas cambien. No sabes qué te pasa y eso es justo lo que te pasa. En cierto sentido, el problema remite a la mente, donde sin motivo dudas de ti mismo, como en aquella carta en la que Tolstoi, entonces un autor de 31 años, le escribió a Vasili Petróvich: "¡Estoy acabado como escritor y como hombre! Es definitivo". Y ni siquiera había escrito Guerra y paz o Anna Karenina, lo cual me hace confiar en que también Nadal regresará de su infierno.

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