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Froome resiste a Nairo y ataca a la prensa

En el Día de Mandela, gana en Mende el inglés Cummings, del equipo sudafricano Qhubeka. El líder, al que lanzaron orina, se queja del trato de los medios

Carlos Arribas
Froome rodeado de todos los componentes de su equipo
Froome rodeado de todos los componentes de su equipoJEFF PACHOUD (AFP)

Cuando el 18 de julio de 1959 Federico Bahamontes ganó el Tour, el Águila de Toledo estableció un nuevo canon de delgadez en el ciclismo. Era, es, pues aún, a los 87 años la mantiene esbelta, una delgadez de carnes hija del hambre de la posguerra, de pómulos altos y secos y de músculos duros como el acero producto del trabajo para sobrevivir. Michael Rasmussen, el ciclista danés que se ganó el apodo de pollo por sus mínimos pliegues de grasa, puso de moda una delgadez extrema y enfermiza en cierta forma, hija del hambre voluntario, de productos raros y de sustancias múltiples, un modelo de éxito que siguen algunos de los actuales contendientes, como Chris Froome, a quien algunos aficionados silban en las cunetas y uno en concreto le arrojó en la cara un vaso de orina gritándole “dopé” cuatro días después de que otro le diera un puñetazo a su compañero Richie Porte camino del Soudet.

En la carretera, en las cuestas casi derretidas por el calor que llevan al aeródromo de Mende, a Froome le atacó luego Nairo Quintana.

No fue el 18 de julio de 2015 el mejor día para el líder radiante, quien solo sonrió de verdad cuando le dijeron que la etapa la había ganado su amigo Steve Cummings, inglés de 35 años, compañero de aventuras jóvenes, quien corre para un equipo sudafricano y ganó su primera etapa en Francia justo el día en el que el mundo celebra el Día de Mandela, el padre de Sudáfrica. Miembro de la fuga de 20, Cummings atacó en el descenso hacia la pista con una pasada estilo Valentino Rossi a la pareja de franceses Pinot y Bardet, que se habían destacado y se quedaron con un palmo de narices.

Acreditado por un periódico de su país, Rasmussen ha vuelto al Tour por primera vez desde que lo abandonó escondido y de amarillo, retirado por su equipo en 2007 después de que se descubriera que había mentido a las autoridades antidopaje sobre su paradero unas semanas antes. Llegó Rasmussen con ánimo provocador y se fotografió feliz en la salida de Rodez ante el autobús atómico del Sky, el de los corredores delgados de ahora que comen de postre gominolas químicamente medidas para contener todos los nutrientes, y de cuyo interior le llegaban voces airadas, como la de Peter Kennaugh, el campeón inglés, que le advertía a Rasmussen: “Y deja de tuitear que Geraint Thomas es un pistard que sube mejor que un escalador”.

Rasmussen se reía y alguien castigaba a los chicos del Sky, que no tuvieron su mejor día: Kennaugh personalmente en persona llegó a Mende el último, descolgado; Porte se desfondó tras un trabajo ambicioso y extenuante en un puerto de segunda a 40 kilómetros de la meta, allí donde François Hollande, tras aplaudir a los fugados desde la cuneta, tal como hizo hace 55 años otro presidente de la república, Charles de Gaulle, cuando el Tour pasó por su pueblo, se subió en el coche del director de la carrera, Christian Prudhomme para terminar la etapa; y su segurísimo galés Thomas no alcanzó a estar delante de su jefe amado cuando Quintana se puso de pie sobre la bicicleta y atacó.

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Detrás del colombiano, alegres también, Nibali y Valverde se lanzaron a la aventura. Froome fijó la mirada en el manillar, calculó los vatios que podría generar en los dos kilómetros de ascensión que faltaban, ajustó su motor y, costosamente, por primera vez en este Tour sin compañeros que regularan su paso, recuperó el terreno perdido. Superó a Nibali y Valverde, que había cortado inteligentemente al italiano, distanció a Contador y TJ, que habían intentado pegarse a su rueda, y alcanzó a Quintana, uno que no dejó de cambiar de ritmo en toda la ascensión, en los kilómetros de llano finales en la pista del aeropuerto. Allí el británico siguió la rueda del colombiano y, en una acción plena de significado, le esprintó llegando a meta. Le sacó 1s y se regocijó por ello. “Ante Quintana, mi rival más peligroso, cualquier segundo es importante”. Terminado el día, la opinión de Froome se vio reflejada en la clasificación general: superado TJ, Quintana ya es segundo, a 3m 10s del líder. Y suspira por los Alpes.

Ante Quintana, en las carreteras pintorescas y abrasadas por la canícula que no dejan respirar a los turistas, Froome se manejó con cierta tranquilidad ante los ataques de Quintana. En la sala de prensa, el británico, que sufre un acelerado proceso de acercamiento al malhumor de su compañero-enemigo Brad Wiggins en el 12, cargó contra la prensa.

Si su mujer, Michelle, se ha encargado de bloquear en Twitter a todos aquellos que cree que no son justos con su chico, y ha recordado lo maslos que son a Jalabert y a los científicos que dudan de la limpieza de las prestaciones del corredor en el golpe asestado al Tour en el Soudet, ante los periodistas Froome encadenó en varias respuestas un discurso único en el que manifestó su decepción por los silbidos y la orina de una minoría de espectadores, recordó lo mucho que trabajan todos los ciclistas, defendió la limpieza del pelotón, se preguntó qué más puede hacer para demostrarlo, lamentó la herencia recibida de los años de Armstrong que hace que todos los líderes sean sospechosos, y culminó: “Pero todo esto es culpa de algunos medios que inaceptablemente e injustamente publican informaciones malas e irresponsables sobre mí. Estos medios [cuyo nombre no citó] son los que crean el clima de sospecha y el estado de ánimo de estos aficionados”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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