Froome protagoniza dos años más tarde el ‘remake’ del Tour del 13
Solo Quintana, que cede un minuto más, resiste mínimamente la gran escabechina del británico desencadenado en el Soudet
No hay quinto beatle. De hecho, ni siquiera hay cuatro. Los fab four no son, como las esperanzas de los aficionados reclamaban, ni cinco, ni cuatro, ni tres, ni siquiera dos. Es uno, que se llama Chris Froome y lleva el amarillo como si fuera su segunda piel. Como mucho, y buscando auxilio en el optimismo, quizás se podría decir que los grandes son uno y un poco, casi dos, porque Nairo Quintana, el más resistente de los derrotados, sigue creyendo a pesar de asistir desde la misma posición a la repetición de la película que hace dos años protagonizó el mismo Froome auxiliado por su mismo secundario, Richie Porte, en el Tour de 2013. Las repeticiones de las historias, como se sabe, más que ilusión generan desolación entre los que las sufren, y aburrimiento.
Detrás de Quintana, que cedió 1m 4s en la cima del primer puerto del Tour (más seis segundos de bonificación: ya es tercero en la general el colombiano, a 3m 9s de Froome), llegaron, miserables, los desafiantes más famosos, más derrotados: Alberto Contador, que ve alejarse el sueño del doblete, perdió 3m 1s (a 4m 4s está en la general), y el dorsal número uno, Vincenzo Nibali, que comprendió que no reeditará, 90 años después, la gesta de su ancestro Ottavio Bottecchia de ganar dos Tours seguidos, perdió 4m 25s (y está a 6m 57s del británico en la general). Y todo ello ocurrió en apenas 10 kilómetros, en poco menos de media hora, un espacio, un tiempo, que han tenido más peso en la clasificación y en los sentimientos, los de victoria, los de derrota, que los 1.500 kilómetros recorridos antes desde Holanda y sus mares furiosos, que las 36 horas que llevan pedaleando los ciclistas desde hace 10 días.
La mañana de la etapa que pasará a la historia como la de la escabechina del Soudet, las redes sociales hervían con la difusión de un vídeo que recogía con imágenes del ataque tremendo de Froome en el Ventoux en 2013 los datos fisiológicos que su organismo expresaba en cada momento. Alcanzaban tales niveles de vatios, de frecuencia de pedalada y cardiaca, de velocidad que muchos de los que las transmitían querían ver en ellas la señal de un ciclismo sobrehumano, el interpretado por un ciclista largo y huesudo y descabalado y estrecho como un deshollinador, y brazos tan finos que las venas parecen dibujos en relieve sobre los huesos largos en los que los codos fabrican ángulos absurdos. Si alguien quería intimidar al británico colocándolo en la misma categoría de Lance Armstrong, la referencia terrible, no lo consiguió en absoluto, pues los vatios, las cadencias, las frecuencias, son el alimento espiritual de Froome, la materia de la que está hecho su ciclismo, como tampoco le preocuparon lo más mínimo las grandes maniobras del Movistar, el equipo que jugó al ataque, al que machacó el Sky a la contra.
Cuando el pelotón entró en el horno conocido como puerto de Soudet, donde la zona de bosque, la humedad y el calor oscuro, fueron los ciclistas del equipo de Quintana, Gorka Izagirre sobre todos, quienes hicieron la gran limpia: poco a poco, uno a uno, los llamados favoritos de segundo nivel, los llamados fantásticos también, empezaron a reventar. A los cinco minutos de puerto, a 13 kilómetros de la cima, se quedó Bardet, y a los seis, Talansky, y luego Péraud, Pinot, Mollema. El primero de los gordos fue Nibali: el tiburón de Messina dijo basta en el minuto 12, a 10,5 kilómetros de la llegada. A los 15 minutos, Purito. “Queríamos llevar la carrera rápida para ver quién era el más fuerte, para ver quién fallaba”, dice Quintana, quien, a ocho kilómetros de la cima ordenó moverse a Alejandro Valverde. Si Froome y los suyos (Porte y Thomas, siempre con él), ni se inmutaron, el movimiento fue fatal para Contador, el penúltimo de los grandes en ceder. “Y como no sufrieron nada con Valverde, no tenía sentido mover a Quintana”, explicó Arrieta, el director del Movistar, quien se preparó entonces, en un coche en el que le acompañaba el ministro de Educación, Iñigo Méndez de Vigo, para la actuación de Froome, ya feliz por cómo le iban las cosas.
“Esperaba el gran ataque de Quintana, pero como no llegaba les dije a mis chicos que aceleraran, que me prepararan el terreno”, dijo Froome. Obedientes y eficaces como pocos, entre Thomas y Porte lanzaron a Froome, quien despegó `para desaparecer de la vista de todos en el minuto 26 de la subida, cuando faltaban exactamente 6,4 kilómetros para el final con el que había soñado.
“Qué etapa la de este día”, dijo, en una frase robada a John Lennon, por supuesto, el británico rubio de Kenia que si no ha ganado ya al Tour ha dejado a los rivales, a todos menos a Nairo, al menos, con el consuelo que nace del tópico y que resumió así, por todos, Miguel Indurain, cinco veces ganador del Tour: “No esperaba que esto explotara así, pero el Tour es muy largo, queda toda la montaña”. Como si a alguno, viendo por ejemplo, cómo el Porte de Froome fue a por Nairo en los últimos kilómetros para privarle del segundo puesto y la bonificación, le consolara.
Contador, derrotado por la alergia
Como cualquier pistolero del Oeste, el feliz Froome dijo que no le gustaría estar en la piel de sus rivales, y, seguramente, Alberto Contador, que ha estado en otras ocasiones en la piel de Froome, le dé la razón. Fue el del Soudet uno de los días más duros para el ciclista español que se había propuesto ganar Giro y Tour el mismo año, lo que seguramente no conseguirá, un hecho que congratulará a los escépticos que lo creen imposible en el ciclismo actual. Los más finos observadores veían venir lo que ocurrió desde las primeras rampas del puerto temido por sus calores y su humedad: las piernas hinchadas, y el fino rostro también, la pedalada pesada. Los síntomas no engañaban: Contador sufría, en el peor momento posible, un ataque de alergia que se sumaba a las extrañas e irregulares prestaciones que había rendido la primera parte de la carrera. “He respirado mal. Siento fatiga. Y al ponerme de pie rendía menos vatios que cuando iba sentado, porque respiraba peor”, dijo el ganador del Tour de 2007 y 2009. “De todas maneras, Froome estaba por encima de los demás y yo me sorprendo de lo poco que he perdido yendo tan mal como iba”.
Nadie, aunque lo piense, lo verbaliza, nadie declara que ha perdido el Tour o que lo ha ganado Froome, y menos que ninguno el propio británico, quien dijo que, pese a haber vivido un día soñado, ganador de etapa en solitario, de amarillo, el 14 de julio y segundo su Porte, debería estar alerta aún a muchos peligros que acechan. “Puede haber averías, caídas, abanicos y vientos, y también está ahí Contador, que es capaz de atacar en el momento menos pensado, desde lejos, bajando, donde sea”, dijo el líder. “Pero a quien vigilaré más de cerca será a Nairo Quintana, pues es uno que siempre va a más en la última semana. De todas formas, no cometeré los errores que cometí en 2013 en la última semana [la pájara de Alpe d’Huez, la subida a Semnoz que coronó a Quintana], no me confiaré”.
Como Contador, Nairo Quintana tampoco pronunció la palabra derrota. “Froome ha sido superior a todos”, dijo, “y yo no esperaba perder tiempo, pero debo reconocer su fortaleza y aceptar su superioridad en Soudet. Ahora tendremos que pensar otra estrategia”.
Purito Rodríguez, ya a 10 minutos de Froome, sí que aceptó que el podio está lejos, y también el maillot de la montaña, que sería una alternativa por la que luchar. “Me ha dicho que iba muy bien, pero que falta de 10 kilómetros sufrió una pájara y que no podía más”, dice José Azevedo, el director del catalán en Katusha. “Creo que podrá luchar por ganar otra etapa y por quedar entre los 10 primeros de la general”.
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