Ron Clarke, atleta australiano que batió 17 récords del mundo
Pese a sus increíbles éxitos como fondista, no tuvo más medalla olímpica que la que le regaló el legendario Emil Zatopek
Solo muchos años después fue Ron Clarke consciente de que la final terrible de los 10.000 metros en los Juegos de México de 1968, su desfallecimiento, su desmayo, no solo hizo daño al corazón de los millones de aficionados que siguieron su carrera y su valentía, y que admiraron el valor de un deportista capaz de llegar más allá de sus límites, sino también a su propio corazón. La lesión cardiaca que sufrió Clarke por el sobreesfuerzo en la altitud asfixiante del Estadio Olímpico mexicano le obligó a operare y se convirtió en una enfermedad crónica que le obligó a medicarse todos los días de su vida, hasta su muerte, el miércoles, a los 78 años, en Gold Coast (Australia), ciudad de la que fue alcalde entre 2012 y 2014.
Clarke, nacido en Melbourne en febrero de 1937, fue un prodigio del atletismo que en su carrera, iniciada cuando, a los 19 años y recordman mundial júnior, le fue dado el honor de encender con su antorcha la llama del estadio olímpico de los Juegos de Melbourne 56, batió 17 récords mundiales y nunca ganó un oro olímpico. Recibió, sin embargo, una medalla de oro olímpica, la que su admirado Emil Zatopek, otro de los grandes corredores de fondo de la historia, ganó en los Juegos del 52 en Helsinki. “Tómala tú, te la mereces”, le dijo a Clarke el héroe checo castigado por el régimen soviético cuando el australiano le visitó en su domicilio después de la Primavera de Praga.
Con Herb Elliot, Peter Snell y John Landy, Clarke formó parte emocionalmente del cuarteto de grandes atletas que llegados de las antípodas, y entrenados por genios como Percy Cerutty y Arthur Lydiard, invadieron y revolucionaron el atletismo mundial en los años cincuenta y sesenta. Pese a su increíble clase, a Clarke, sin embargo, le costaba ganar las carreras. “Como no tengo un final rápido, tengo que llevar un ritmo muy alto todo el tiempo”, decía a menudo Clarke, el primer atleta que bajó de los 28 minutos en los 10.000 metros. Lo hizo en Oslo, en una pista de ceniza el 14 de julio de 1965, hace justamente 50 años menos unos días: 27m 39s 89s. Era tan elevado su tren de carrera que se convirtió mediados los 60 en la liebre ideal para todos los que querían mejorar sus marcas en 5.000 y 10.000 metros: solo tenían que engancharse a la locomotora Clarke y resistir todo lo que podían.
“Clarke y los australianos y neozelandeses eran el espejo en el que nos mirábamos los españoles que queríamos ser grandes en atletismo”, dice Jorge González Amo, quien también compitió en los Juegos de México, en los 1.500 metros. Le había conocido unas semanas antes, en un viaje en coche entre dos reuniones de atletismo en Suecia. “Al saber que yo era español me dijo que justamente había estado corriendo en San Sebastián un 10.000 con Mariano Haro y Álvarez Salgado, y luego, muy intrigado y preocupado, me dijo: ‘pero en España están en guerra, ¿no? Estaba alarmado porque justamente cuando él estaba allí se había producido el primer atentado de ETA, contra Melitón Manzanas, y a los atletas les acompañaba la Guardia Civil casi a punta de fusil de un sitio a otro. Y para él eso era la guerra”.
Después de encender la llama olímpica en Melbourne, Clarke dejó el atletismo para estudiar en la Universidad y no volvió a correr como atleta de elite hasta comienzos de los años 60. Fue medallista de bronce en los 10.000 de los Juegos de Tokio 64 (detrás de Billy Mills y Mohammed Gammoudi) y entre aquella fecha y México 68 asombró al mundo con sus marcas en carreras de fondo. Batió dos veces el récord del mundo de las seis millas, dos el de las dos millas, cuatro el de 5.000 metros, dos el de 10.000m, una vez el de la hora (20,232 kilómetros), el de las 10 millas y el de los 20.000 metros, y cuatro el de las tres millas. “Y no fue campeón olímpico porque no se preparó bien para la altitud de México”, recuerda González Amo. “Otros atletas habíamos ido otros años a competir y sabíamos que teníamos que aclimatarnos. Él se entrenó unos días en los Alpes, pero su cuerpo no pudo con la altura”.
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