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EL CÓRNER INGLÉS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Misa salvaje

Brook Lopez y Al Horford saltan a por el balón al comienzo del partido entre Brooklyn y Atlanta
Brook Lopez y Al Horford saltan a por el balón al comienzo del partido entre Brooklyn y AtlantaKevin C. Cox (AFP)

“El problema es la gente que piensa con su epidermis, sus genitales o su clan”. Christopher Hitchens, escritor británico.

Hará unos 30 años, durante el descanso de un partido de fútbol en el estadio del Birmingham City, salieron al campo unas 20 jóvenes uniformadas a bailar. La respuesta de los aficionados ingleses a este intento de imitar el fenómeno cheerleader estadounidense fue de una crueldad singular. Resonó por todo el campo el cántico: “¡Prostitutes! ¡Prostitutes! ¡Prostitutes!”. El experimento no se volvió a repetir.

Aquella escena volvió a mi mente esta semana aquí en Nueva York durante un partido de la NBA entre los Brooklyn Nets y los Atlanta Hawks. Para alguien que nunca antes había presenciado un evento de estos en directo, dentro de un estadio, fue imposible no reflexionar sobre la diferencia entre el estado mental de los que acuden a ver baloncesto profesional en Estados Unidos y a ver fútbol profesional en Europa. Los primeros van en plan fiesta de cumpleaños infantil; los segundos como a una misa salvaje durante una guerra entre dos tribus en la época neandertal.

Dejar que la gente descargue sus broncas en un estadio no es necesariamente malo para la paz social

El partido entre los Nets, que jugaban en casa, y los Hawks, fue solo parte del espectáculo. La parte principal, sin duda, pero había mucho más: enormes banderas estadounidenses, de tela y de neón; policías uniformados desfilando como marines; una emotiva rendición del himno nacional que el público escuchó —a diferencia, se supone, de lo que podemos esperar en la final de la Copa del Rey— en reverente silencio y de pie, con la mano en el pecho.

Animadoras de los Wisconsin Badgers
Animadoras de los Wisconsin BadgersANDY LYONS (AFP)

El juego empezó y a los cinco minutos se detuvo: la primera de una docena o más de pausas a lo largo del partido en el que las cheerleaders —fenómeno prefeminista que curiosamente perdura en la gran democracia— salían a hacer sus numeritos sincronizados. En una ocasión aparecieron en vez de ellas unos 60 niños de entre cinco y 13 años a bailar, encantadores todos. Lo importante era que ninguno de los 19.000 espectadores se aburriera o distrayera ni un segundo, lo cual significaba que también se les diera la oportunidad de lograr el objetivo con que sueña buena parte de la humanidad, salir en televisión. Para esto estaba la dance cam: todo el público, o casi, se ponía a bailar y los que lo hacían con más gracia o desparpajo aparecían, para su ilimitado júbilo, en las enormes pantallas que dominaban el escenario.

Y había, claro, montones de comida, comida de cumpleaños de niños —hamburguesas, hot dogs y pastel de chocolate— que la gente digería en sus cómodos asientos con cubos de Coca-Cola mientras los gigantes de los Nets y los Hawks acumulaban puntos. El final del partido fue muy ajustado pero, por si el público no se hubiera enterado, mensajes por megafonía o en las pantallas les recordaban que tenían que hacer ruido o animar al equipo con la consigna Let’s go, Nets! Todos —o al menos los que no tenían en la boca un trozo de salchicha frankfurt con ketchup y mostaza— obedecieron.

La gente se lo pasó en grande pero una cosa quedó clara: nadie aquí iba a decir, como Bill Shankly sobre el fútbol, que el baloncesto era más importante que la vida o la muerte. Los Nets perdieron por tres puntos pero a la salida del estadio todo el mundo estaba de buen humor; nadie daba la impresión, como corresponde en un campo de fútbol cuando el de casa acaba de perder, de que estaba seriamente contemplando el suicidio o que se le acababa de morir la madre.

Hablando de madres, buena parte de la afición local en un partido de fútbol normal se pasa el partido proponiendo que las del árbitro o las de los jugadores rivales son, precisamente, prostitutas, cosa inimaginable durante un partido de la NBA. La violencia ánimica y verbal son una parte del show tan elemental en un campo de fútbol en Europa como los inocentes bailes en un estadio de baloncesto estadounidense.

Lo curioso es que la sociedad estadounidense, por más infantilizada que sea, es muchísimo más violenta que la europea. Hay tres veces más homicidios al año en Nueva York que en Londres. El año pasado la policía estadounidense mató a tiros a 458 personas; la británica, cero.

¿Conclusiones? Que no es bueno dar pistolas a niños. Que dejar que la gente descargue sus broncas en un estadio no es necesariamente malo para la paz social. Que Estados Unidos es diferente. Que en el caso específico de Gran Bretaña y Estados Unidos, se trata, como dice el viejo dicho, de naciones divididas por un mismo idioma.

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