España y el riesgo del desapego
En el rastreo experimental de la selección española se dio una circunstancia tan insólita como sintomática en Ámsterdam. Entre los minutos 61 y 68, se alistaron once jugadores de once clubes distintos, ocho extranjeros y tres españoles. A saber: De Gea (United); Carvajal (Real Madrid), Piqué (Barça), Albiol (Nápoles), Bernat (Bayern); Cazorla (Arsenal), Suárez (Atlético); Cesc (Chelsea), Silva (City), Vitolo (Sevilla); y Morata (Juventus). A lo largo del choque, también dejaron rastro Athletic y Málaga (San José y Juanmi).
Aquella España Fútbol Club cimentada por el toque culé y el candado defensivo del Madrid ha dejado paso a un conjunto de procedencia babélica que en Holanda pareció reseteado por once soledades. No sería relevante de existir una idea común, pero el equipo está momificado desde Brasil.
Lo peor para La Roja sería romper el lazo con la gente, lo que tanto costó conseguir
En muchos momentos ante Ucrania y otros tantos ante la Oranje, esta desteñida Roja fue intrascendente, ni furiosa ni de toque geométrico. Esa es la búsqueda más relevante para Del Bosque. O mantener la partitura y orquestar a los que mejor se adapten a ella, o cambiar de repertorio si prima el perfil de los rookies. Por ahora, con seis derrotas en los once partidos disputados desde que arrancó el Mundial de 2014 y tras opositar 14 jugadores novicios, el mestizaje no cala. Como se advirtió en Holanda, los meritorios de antaño ya no hacen méritos, y los que llegan, en su mayoría, lo hacen por la gatera. Lo que queda del núcleo duro tampoco ha servido de pegamento para unos y otros. Todo destila cierta atonía, como si nadie supiera quién debe liderar la transición y hacia dónde hay que mudar.
El pasado no es el mañana. El equipo agota su prestigio y pierde gancho mediático y popular, lo que dificulta el cambio. España cae desde lo más alto y por el frustrante camino la gente se impacienta por lo que se va y no tiene paciencia con lo que pueda estar por llegar. Ningún factor juega a favor. Los años postmundialistas siempre resultan un engorro, sin mayores objetivos a la vista que unas fases de clasificación poco o nada seductoras ante equipos del camión escoba. Una sucesión de partidos que no glorifican y que están muy alejados en el calendario. Los amistosos de rango fijados ahora por la FIFA tampoco sirven de propaganda en épocas de laboratorio.
Todo ello resta el interés del público, que hasta se toma como un agravio que le interrumpan las emociones fuertes de la Liga o las Copas de Europa. Será aún más evidente ante el próximo envite, el 14 de junio en Bielorrusia, veinte días después de que la Liga baje el telón, con la resaca de la Copa del 30 de mayo y a los ocho días de brindar el ganador de la Champions.
Los futbolistas cuajados no son ajenos al sentir general, y a veces les puede la desgana. Además, aún no tienen una competencia clara. Los novatos no rechistan. Cuesta rebelarse contra la nomenclatura. España no es un caso aislado. Sostiene Del Bosque, y con razón, que hoy nadie juega con gran autoridad. Cierto, pero cuesta interiorizar el decaimiento. Tras los podios el consentir general fue mayor, lógico. Después del colapso de Brasil es la selección la que está en deuda. La afición esperaba un timbre de orgullo. No ha sido así, el grupo siente el desapego y es un vicio irresistible apuntar contra los medios.
El vestuario debería aceptar el desatino y apretar los dientes para no romper los lazos con la gente que tanto costó conseguir. Nada peor que seguir la senda de las selecciones precedentes a 2008, las del pesimismo crónico entre la hinchada. Del Bosque sabía que el tránsito no sería floreado. Nadie mejor que él, sabio, sensato y prudente en las buenas y en las malas, para aguantar el chaparrón. Lo ha hecho y, Minsk aparte, solo cabe mirar a septiembre, al duelo con Eslovaquia.
Para entonces, ya con Francia 2016 a la vista, el entrenador tendrá que tomar decisiones firmes. Fijada la médula del equipo, reducirá el número de concursantes a otros puestos. También despejará las dudas sobre los de la segunda línea en los tiempos de bonanza, Cesc y compañía. Y, como tenía subrayado en su plan de rescate, suspirará por que Koke se suelte de una vez como el Xabi Alonso que lleva dentro, por que Thiago no recaiga y libere al Xavi de su interior y por que Diego Costa, si no es Villa, sea de una vez Diego Costa y compita con Morata, el novel que parece liderar su generación. Solo si se acuna otra España Fútbol Club en la que nadie capitule, ambiciosa y atractiva, habrá merecido la pena sellar ahora una tregua. Por confiar nada se pierde... De momento.
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