Nadal resiste al caos

Diestro cuando escribe, pero zurdo cuando empuña la raqueta, como él. Desatado. El pulso que propone Donald Young a Rafael Nadal se traduce de inmediato en un juego a una carta, del que sale vencedor el manacorense (6-4 y 6-2 en una hora y 20 minutos) porque sabe corregir a tiempo, amansa a la fiera y endereza un partido turbulento que podía habérselo llevado por delante si no le confiere un punto de orden a la vorágine. Vence Nadal, verdugo en la ronda previa del holandés Sijsling, y se topará ahora en los octavos de Indian Wells con el francés Gilles Simon, al que ha derrotado en seis de sus siete enfrentamientos. Las sensaciones no terminan de ser buenas, pero ante el defecto de la imprecisión está la virtud de no dejarse llevar.

No va a ser una tarde placentera. Cuando sirve Young, la bola coge revoluciones, cae a plomo y se enreda en el cordaje de Nadal, que la escupe a duras penas y no consigue devolver los tres primeros restos. En el siguiente corrige la trayectoria y la pelota golpea la cinta, aunque esta vez franquea la red y besa a cámara lenta el asfalto. Suspira el español. Su rival le propone un duelo de pistoleros, sentarse frente a frente y poner los revólveres sobre la mesa. Una ruleta rusa que no acepta de buen grado, porque a él le interesan los intercambios largos y el peloteo para coger ritmo, pero que acepta porque la agresividad del chico local no le deja más remedio.

A partir de ahí, sudores fríos y a apretar el gatillo para ver de qué lado cae la suerte. Unas veces de su lado, en otras del contrario. Así transcurre casi todo el primer parcial, entre errores no forzados (15 del estadounidense y 12 de Nadal) y a un ritmo frenético, el que propone Young con su planteamiento a cara o cruz. Ataca, muerde, embiste. Se revuelve como un toro salvaje al que acaban de abrirle el portalón para que salga a la arena. Pega buscando las líneas y esprinta hacia la red para dejarle claro al número tres que tiene poco que perder, que aquellos tiempos en los que era un adolescente prodigioso, el niño más precoz en alcanzar la cima en la categoría júnior, fueron algo más que un esbozo.

No se siente cómodo Nadal. No disfruta en el terreno caótico y azaroso que le propone Young, 47 en la ATP, desbocado. Cada golpe del estadounidense es terminal, ya tenga éxito o no, pero tienen todos un sentido definitivo. 33 de ellos se resuelven en menos de cinco toques en el primer set. El desconcierto está a punto de hacerse con el español, que sufre en los servicios, sobre todo en los segundos, comete hasta tres dobles faltas y cede un break con una volea que, incomprensiblemente, se estrella contra la red cuando Young ya había declinado. El golpeo de derechas del norteamericano es tremendo. Por eso Nadal intenta buscarle el revés, a ver si por ahí puede domar a la fiera y cambiar el sentido del duelo.

El español no llega a encontrar cadencia, pero tiene la virtud de apagar el fuego interior del rival

Es ahí donde emerge el poder de la mente. Respira, se templa y apaga poco a poco el fuego interior de Young. Replica con dos rupturas consecutivas y se lleva la primera manga. El guion, sin embargo, tampoco cambia en exceso. La segunda arranca con desorden y otros tres breaks, consecutivos, de accidente en accidente, pero al joven de Chicago se le empieza a agotar el combustible y sus golpes pierden dirección.

La ganan los de Nadal, que estira los peloteos, afila el drive y aunque no llega a encontrar el punto de cadencia que pretende sí que tiene la virtud voltear el escenario y acabar con el descontrol, resumido al final en los 47 errores no forzados que suman entre ambos. A falta de buen juego, bien está resistir y escapar al remolino del caos.