Botazo arbitral
El joven árbitro Jesús Gil Manzano ha acabado en las portadas por su calamitosa actuación en el Atlético-Barcelona
Jesús Gil Manzano solo tiene 30 años y ya es árbitro de fútbol en Primera. Si propagara el nombre y el primer apellido sería, por razones obvias, el colegiado más famoso del fútbol español, pero en su gremio son tan solemnes que creen que la resonancia castrense de los dos apellidos fortalece su autoridad. Como el destino lo carga el diablo, este joven extremeño que se hace rotular Gil Manzano ha acabado en las portadas por su calamitosa actuación en el Atlético-Barcelona, precisamente en un escenario donde reinó otro Jesús Gil que tampoco dejaba impasible a nadie. La noche se le cruzó desde el principio, que si el pinganillo no funcionaba, que si faltaba una sujeción de la red en una portería… Lo que apuntaba mal, salió aún peor, mucho peor. Muchos jugadores no ayudaron, pero él no se hizo ningún favor. Los fallos son excusables; los antojos, no. Le ocurre a menudo a muchos de sus colegas.
Lo más criticable de este juez deportivo no fue que se hiciera un lío con penaltis de verdad y otros de mentira, lo que abunda en su sector y forma parte del paisaje futbolero. Error humano, sin más, disculpable. Lo irritante fue su forma de administrar la tolerancia, a la carta, a capricho, porque sí y porque no. Y un togado deportivo no puede ser arbitrario, como mínimo debe ser coherente. Resulta que Gil Manzano comenzó indulgente con Mario Suárez, cuando éste rascó los tobillos de Messi en dos jugadas casi consecutivas en el primer tiempo, airado como estaba el rojiblanco tras la jugarreta que le hizo La Pulga en el origen del 1-1. “Una más y…” Bien, todo el mundo merece una tercera oportunidad. Vale, venga, dos o tres tarascadas y que se calme… debió pensar el réferi. Eso sí, clemente con las patadas pero inmisericorde con los arrebatos. Messi descargó su bilis con un puntapié al balón y, zas, tarjeta amarilla. “Lionel Andrés Messi fue amonestado por el siguiente motivo: alejar el balón del lugar donde se iba a efectuar una puesta en juego”, redactó en el acta.
Messi no había apuntado hacia nadie, simplemente lo pagó el balón, al que tan bien suele mimar. Arda, otro de los que suele cantar una nana a la pelota, también tuvo un ataque de cólera, y él sí puso en riesgo integridades ajenas. Apuntó y lanzó al asistente una bota de tacos afilados. El hombre estaba a lo suyo, que si los fueras de juego y esas cosillas, y apenas se enteró de que le silbaba un zapatazo. Llegó el primer alguacil, el que debe proteger a todos, y ya no digamos a sus auxiliares, y, débil él, se limitó a una amarilla, como a Messi. “Fue amonestado por lanzar su bota fuera del terreno de juego en señal de disconformidad”, certificó de forma eufemística en el acta. Curioso, porque resulta que Gabi fue expulsado en el corredor que conduce a los camerinos. Su intolerable pecado, “hacer observaciones técnicas”. O sea, por una disconformidad sin objetos voladores de por medio. En fin, que maltratar tobillos merece varias veces la absolución, no así patear el balón por una rabieta, que encima conlleva la misma pena que lanzar una bota contra alguien. Patada a patada, Mario Suárez aguantó 84 minutos antes de ser expulsado.
Quedó subrayado que para Gil Manzano nada hay peor que la discrepancia, la que sin más le expresó Gabi. Por ahí no pasa este árbitro, ni muchos otros. Lo de recurrir una decisión que alguien considera improcedente es cosa de la justicia ordinaria. ¡Estaría bueno! Con árbitros como este que a nadie se le pase por la cabeza divergir. Si alguien está cabreado por algo, que se consuele con lanzar botazos, una práctica libre de cargas en la ordenanza de Gil Manzano. Puede que llegue a ser un gran colegiado, aunque por el camino patine en unos cuantos penaltis, que le sucederá y recibirá más comprensión de la que sospecha. Pero debe entender que por muy árbitro que se sea, en la vida y en el fútbol toda discrepancia es aceptable aunque a uno le piten los oídos. Lo intolerable es que las patadas o botazos se los lleven otros y hacerse el Gil Manzano. Pecado de juventud tras un partido en el que se vio superado. Quizá convenga que se haga una observación técnica y no se amoneste de cara al futuro. Hasta un árbitro puede discrepar de sí mismo.
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