Gana el Dépor, los ultras se van
Los Riazor Blues se marchan del duelo ante el Athletic (1-0) en el minuto 17 tras increpar a la directiva y ser silbados por el estadio
Iba un cuarto de hora de partido en Riazor y gran parte de los presentes en el graderío no miraba al césped, lo que ya de entrada es un problema. Los Riazor Blues, que habían accedido al campo con sus pancartas y símbolos, quisieron recordar a su compañero asesinado en Madrid. Con el pitido inicial dieron la espalda a lo que sucedía sobre el verde y guardaron diez minutos de respetuoso silencio. Tras ellos se manifestaron de manera ruidosa y reiterada contra la directiva de su equipo. La mayoría del deportivismo ya había dejado claro en el último partido antes de Navidad que no quería que el estadio fuera el escenario de ese tipo de litigios y les dedicó una gran silbatina. Perseveraron los Blues y mantuvieron el pulso los que se lo reprochaban, así hasta en tres ocasiones. En medio había veintidós tipos de corto jugando al fútbol. Contrariados por la oposición de una parte mayoritaria de Riazor, algunos de los radicales amagaron con abandonar sus posiciones. Brotaron gritos de “fuera”. Y se marcharon.
El Deportivo, sus jugadores, aguantaron en medio del temporal como los buenos gallegos, con el paraguas abierto. Le cayó un chaparrón inicial del Athletic, azuzado por sus aficionados que se dejaban escuchar desde la esquina que ocuparon en el estadio. Pero no se mojó el equipo de Víctor Fernández. También el técnico se había sometido al veredicto de la tribuna antes del partido cuando anunciaron su nombre por la megafonía. Le declararon culpable: silbaron tirios y troyanos. El aragonés también está en medio de una tempestad. Es de secano, pero puede que tantos años viviendo en Galicia, donde se afincó tras entrenar al Celta, le haya enseñado a transitar sobre la borrasca: cada vez que pende sobre él una posible destitución encuentra la manera de salir indemne. Ayer lo hizo con un triunfo ante un rival que en sus cuatro últimas salidas había sacado tajada. No tuvo enfrente al mejor Athletic, que ahora tan sólo se queda tres puntos por encima del Deportivo en la tabla, sinónimo de que debe mirar hacia abajo. Anda taciturno el equipo vasco desde que se ganó el pase a la Liga de Campeones en el verano bilbaíno contra el Nápoles. Y sin Aduriz ni Muniain le faltó talento en la zona de la verdad, allí donde Viguera pudo adelantarles justo cuando los Blues emprendían la retirada, en plena confusión local. El máximo goleador de la campaña pasada en Segunda bajó con prestancia un centro que le llegó desde la izquierda, pero remató de manera catastrófica. No hace mucho los pichichis de la división de plata hacían carrera cuando daban el salto, hoy la distancia entre ambas categorías es sideral.
Viguera erró, los Blues dejaron vacío parte del fondo de Marathón de Riazor, la atención colectiva volvió al césped y justo en ese momento el Deportivo comenzó a mostrarse. Lo hizo con Luis Fariña, que influyó en el juego como pocas veces se había visto en Riazor. Jugador de apariciones estelares como la que le dio la victoria a su equipo ante el Elche, el argentino por fin adquirió peso en la circulación de la pelota. Fluyó entonces el Deportivo, también entre el sosiego de quienes consideran que un estadio es un lugar para disfrutar del fútbol. Fue entonces cuando el equipo coruñés por fin se lo brindó a su gente, cuando llegó el gol de Cavaleiro, una belleza por control, regate y definición en el área.
El Athletic palideció, pero más lo hizo Riazor cuando Luis Fariña se tocó uno de sus muslos. Había estado mes y medio fuera del equipo por una lesión muscular y antes del parón navideño había regresado con tiento. La temporada la había comenzado con molestias en una rodilla. Casi nunca ha podido entrenar a tope y es el jugador diferencial de un equipo al que no le sobra ese valor. Fariña se marchó entre aplausos de consternación y el Deportivo pareció perder el hilo. Tampoco lo encontró el Athletic por más que Valverde operara para adelantar a De Marcos del lateral al interior. No le funcionó la apuesta por Unai López al técnico y añoró como nunca a los ausentes, más cuando el novel Iñaki Williams despreció el empate con un remate de cabeza franco que se marchó alto. Habían transcurrido los minutos y nadie estaba sobrado, sin reprís el Depor para activarse en alguna contra, sin un pasador que pusiera a correr a los delanteros. Pero supo sufrir y encontró premio por ello: un triunfo que vale oro en la lucha por la salvación y la ovación final de sus incondicionales.
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