Sita, la Ryder, Pujol y una gacela
Juanma Iturriaga analiza la actualidad deportiva en una nueva entrega de su Diario del Palomero
25/9. Jueves
Recibo un correo electrónico de José Luis Gutiérrez desde Katmandú. Conocí a José Luis hace unos años a través de mi mujer, de la que fue profesor en la Escuela de Bellas Artes. A pesar de sufrir desde hace tiempo una enfermedad que le está limitando cada vez más su movilidad, José Luis continúa con su maravillosa labor en Bal Mandir, el mayor orfanato de Nepal. Además de pasarse el año intentando conseguir recursos para poder dar becas de estudios al mayor número posible de niños, todos los años se desplaza hasta allí durante las vacaciones escolares de los chavales.
En la misiva cuenta la historia de Sita. Sita es una niña que adora el futbol y lo practica siempre que puede. Pero lo más sorprendente no es eso, sino lo bien informada que está sobre cualquier asunto relacionado con ese juego. No se sabe muy bien donde la consigue teniendo en cuenta que vive en un orfanato paupérrimo. Hablando con ella de la liga española, da la impresión que Sita ve todos los partidos por televisión y además lee diariamente la prensa especializada, algo que resulta inimaginable. En el orfanato de Bal Mandir no hay más que un pequeño televisor, utilizado sobre todo para de vez en cuando distraer a los niños más pequeños y por supuesto que no hay internet, lo que hace aún más sorprendente su cultura futbolística. Es todo un misterio.
Desde hace dos años, Sita prácticamente no se quita una camiseta del Barcelona con el nombre de Messi a la espalda. La usaba tanto que con el calor y las actividades físicas, la camiseta terminó cantando un poco, cosa que José Luis no se atrevió a insinuarle por el carácter serio e introvertido de Sita. Un día intentó un acercamiento confiándole su afinidad al Barcelona y en particular a Messi, un gran jugador. Para su sorpresa, Sita le dijo que a ella Barcelona no le gustaba nada, y mucho menos Messi. Su equipo es el Real Madrid y Ronaldo el mejor del mundo. La pregunta era inevitable ¿Y por qué llevas esa camiseta? Pues porque se le habían regalado y no tenía otra.
José Luis confiesa que elucubró sobre si el motivo de la tristeza casi perenne de Sita se fundamentaba en no tener más remedio que ponerse la camiseta del equipo y jugador rival por excelencia. Cuando se lo comentó a unos amigos, estos no tardaron mucho en enviar al orfanato una camiseta blanca con el número 7 y el nombre de Ronaldo a la espalda. Su mujer Aurora se la entregó en privado para no despertar envidias, que en determinados lugares estas cosas hay que tenerlas también en cuenta. Sita se la puso encima de su camiseta del Barcelona y su triste rostro desapareció para dar paso a una enorme sonrisa que hasta ese momento era desconocida. Esa sonrisa que muestra en las fotos.
Con distintas protagonistas, camisetas y escudos, resulta indudable la capacidad emocional que tiene este fútbol super globalizado, incluso en chavales tan desfavorecidos por la suerte como Sita. Sólo espero que además de los goles de sus ídolos, a sus oídos no les hayan llegado historias como las de los amaños de partidos. Lo intuíamos desde hace tiempo y en los últimos días están saliendo a la luz casos con nombres y apellidos y detalles tan desalentadores como esos 120.000 euros repartidos entre jugadores del Zaragoza y sobre el que existen sospechas fundadas que terminaron en los bolsillos de jugadores del Levante, sus rivales en una última jornada donde se jugaban la permanencia en primera división. Su vida ya tiene la suficiente dosis de miseria como para que se puedan estropear lo único que nadie les puede quitar. Sus sueños.
26/9 Viernes
Hoy ha comenzado la Ryder Cup, cita inexcusable cada dos años. La Ryder tiene todo para convertirse en un acontecimiento de primera magnitud. Choque deportivo con los mejores jugadores de golf del mundo, enfrentamiento territorial donde el orgullo de pertenencia está muy presente, un formato de juego variado y una tensión y dramatismo creciente que suele desembocar en una jornada de domingo apasionante con los doce partidos de individuales. Su historia reciente ha deparado momentos memorables, pero de tener que elegir una edición, me quedaría con la de hace dos años en Medinah. La remontada europea fue sensacional, con el recuerdo de Seve siempre presente y representado por ese Txema Olazábal llorando una vez se consumó la proeza. Me sigo emocionando cada vez que vuelvo a ver el documental El milagro de Medinah. Europa manda 5-3 después de la primera jornada, pero esto no ha hecho más que empezar.
El golf y la Supercopa de baloncesto, que también ha arrancando hoy y nos ha dejado para mañana el primer Barça-Madrid del curso, me ha quitado el cabreo que me ha producido la comparecencia del exhonorable Pujol. No es que esperase nada diferente a la proclamación de su inocencia en todo lo que no fuese un pequeño despiste de unos cuantos millones y cuyo olvido le ha durado más de treinta años. Pero aun así, no esperando nada, el asistir a una nueva demostración de dos de las más enojantes costumbres de buena parte de nuestra clase política ha terminado por ponerme de mala leche. La primera, esa amnesia que parece ser contagiosa y queda representada por el ni ví, ni oí, ni si supe nada. La segunda, el recurso de la conspiración, en este caso contra Cataluña y su partido, materia en la que probablemente y ante el número de veces que se invoca, estemos ahora mismo liderando al mundo. Si le sumas el que yo ya tenía dinero antes de entrar en política como supuesto eximente, que digo yo que qué tendrá que ver una cosa con otra y el tener que asistir alucinado a sus reproches, es comprensible que terminase apagando la tele.
27/9 Sábado
Si existe un debate persistente en el tiempo inmemorial dentro del universo deportivo es el de la convivencia entre el juego y el resultado. Desde los que justifican cualquier camino pues lo único que les importa es lo que muestra el marcador hasta los más románticos que sólo entienden la victoria como una consecuencia de tener un estilo adecuado, el espectro es amplio. Uno de los casos mas llamativos fue sin duda el del Real Madrid de baloncesto de la temporada pasada. Durante meses enamoró a seguidores y hechizó a sus rivales con un estilo vibrante, espectacular que le valió para encadenar tantas victorias como halagos. Pero se gripó en la final de la Euroliga, y ya no se recuperó hasta terminar perdiendo una liga que había dominado con autoridad. Cuando ocurre una mezcla como esta, sobresaliente en el juego y suspenso en títulos, el análisis se complica, pues no es fácil encontrar el punto donde se corrigen los defectos sin perder las virtudes. El triunfo madridista ante el Barcelona en la Supercopa y la forma en la que lo ha conseguido hace intuir que se ha optado por un adecuado punto medio. Se mantiene estilo y columna vertebral mientras se intenta potenciar el colectivo con jugadores de buen perfil competitivo. A la espera que a partir de la próxima primavera se decidan los grandes títulos, parece una senda adecuada.
Pienso en este equilibrio dentro del contexto político, social y económico que estamos sufriendo. Invocando a los resultados (números en forma de índices económicos) como único credo, se sacrifica el estilo y se opta por una forma de entender la sociedad donde la solidaridad, la cultura, la protección a las clases más desfavorecidas o el conocimiento como vehículo indispensable de crecimiento personal y colectivo resultan despreciados. Por no hablar de que en aras de lo mismo, se cometen tropelías como, por ejemplo, esas privatizaciones en sanidad y otros sectores que oficialmente se fundamentan en la eficacia mientras esconden enriquecimientos para amiguetes de los que ostentan el mando. De esto habla mucho y claro el Gran Wyoming en su espectáculo Wyoming Desencadenado con el que he terminado la jornada sabatina. Entre risas y rock and roll, su discurso es contundente e inmisericorde con los centros de poder, ya sean políticos o religiosos. Wyoming logra que te vayas a la cama con motivos suficientes para mostrar una sonrisa por fuera mientras maldices por dentro.
28/9 Domingo
¡Vaya panzada de golf televisivo me he pegado!. Nunca me ha atraído lo suficiente su práctica, para que se necesita tiempo y una buena espalda, pero me apasiona como espectador. Y si encima hay doce partidos en juego simultáneamente, lo que imprime un ritmo frenético a la realización que va ininterrumpidamente de un enfrentamiento a otro, de un golpe decisivo a otro, me puedo pasar horas sin levantarme del sofá. Sólo me he desconectado un ratito para ver los últimos kilómetros del Mundial de ciclismo, donde un polaco de nombre Kwiatkowski les ha robado la cartera a los favoritos, Valverde incluido, que ha terminado tercero y ya es con todo derecho el Poulidor de los Mundiales (dos platas y cuatro bronces).
Volviendo al golf, Europa ha ganado con claridad y el dominio europeo empieza a resultar escandaloso. En las últimas diez ediciones, el resultado es 8 a 2 y hay que remontarse veintiún años para encontrar una derrota europea en casa. Como siempre, en los análisis habrá espacio para insistir en la creencia que parte del éxito europeo viene por su mejor entendimiento y adaptación al cambio que supone para los jugadores que durante tres días, su habitual hábitat individual se convierta en colectivo. Si Europa fue capaz de ganar cuando buena parte de los mejores jugadores del mundo eran estadounidenses, ahora que hay cuatro europeos entre los seis primeros del ranking sus triunfos parecen más lógicos.
Conecto, para terminar la semana, con el España-Brasil del mundial femenino que se inició el sábado. Ahora que el deporte femenino en España vive un momento de ebullición, nuestras chicas son un claro ejemplo del salto cualitativo que hemos dado. Juegan que da gusto, compiten extraordinariamente y se muestran como un equipo sin complejos, capaz de asaltar cualquier objetivo por ambicioso que sea. Como dice Laia Palau, su capitana, han crecido más en mentalidad que en centímetros. Esta semana próxima se lo juegan todo en un mundial vertiginoso. Obligados estamos a su seguimiento.
Al que no resulta fácil seguir es al keniano Kimetto, gacela humana que en Berlín se convirtió en el primer hombre que baja de 2 horas y tres minutos en el maratón. Con sus 2:02:57 rebaja de golpe 26 segundos a la antigua mejor marca. El record es estratosférico y ha puesto el foco de nuevo en atisbar el lugar donde se encuentra el límite en esta distancia para un ser humano y si alguien será capaz algún día de recorrer los 42,195 kilómetros en menos de dos horas. No me cabe duda que alguna vez se conseguirá y según mis cálculos llegaré a verlo. En los últimos 5 años se ha logrado un avance de minuto y medio, por lo que de seguir así, esa mítica barrera caerá allá por el 2024. 65 años tendré. Un chaval.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.