Brasil se queda mudo
Los aficionados asisten incrédulos a la derrota aplastante de la 'canarinha'


Tras el quinto gol en el bar ya reinaba el silencio, pero cualquier aproximación a la portería de Alemania seguía siendo un amago de infarto. “¡¡Vamos!!”, gritaban los de las mesas, y se agarraban exasperados las camisetas amarillas, las caras pintadas con los colores de la bandera. En el sexto alguien gritó a pleno pulmón: “¡Llegó la hexa!”, y empezaron los primeros aplausos. En el séptimo ya se escuchaban risas y vítores. Y el último, el único, fue recibido indiferente y en silencio. De la euforia que lleva reinando casi un mes en Brasil a la vergüenza en solo 93 minutos.
“¿Emoción? Estamos comprando la emoción”, decía Alexandre Sáez, de 32 años, señalando una caja de cervezas. Todos hablaban con tristeza de Neymar, pero no le achacaban la derrota: a la mayoría no les convencía esta selección, “la peor de la historia” según Fernando Augusto, de 50 años y propietario de un kiosko. “Es bueno. En Brasil, el fútbol es una anestesia para la realidad. A lo mejor ahora pensamos en las elecciones (en octubre)”, se consolaba Renan Ramos, cocinero de 31 años. “Los que participaban en las protestas (de junio pasado) también están viendo los partidos”, opinaba Fernando.
Las mesas de las terrazas de Pinheiros (São Paulo) se fueron vaciando a medida que avanzaba la tarde. Y la decepción era tan grande que, en algún momento, se transformó en humor. “Uno a cero sería para llorar. Esto es para reír”, suspiraba Livia Barcelos, una estudiante de 25 años que, después de las cervezas, se dio con su amiga a las caipirinhas para olvidar.
Los chistes empezaron a correr de móvil en móvil antes del fin de la primera parte. “La Copa se queda”, rezaba uno en el que la estatua del Cristo Redentor de Río sostenía dos ametralladoras. “Rumbo a la sexta, 6-0”, decía otro que aún no calculaba la magnitud del desastre. En otro bar, un camarero se moría de risa al ver la foto en Facebook de un tatuaje “Hexa 2014” en pleno antebrazo. “A lo mejor se lo puede arreglar con un ocho...”. "En serio", se reafirmaba con esperanza.
El partido acabó en silencio mientras el adorado David Luiz lloraba ante los reporteros como un niño y el locutor repetía al vacío, una y otra vez, dos ideas. “Brasil es el único país con cinco títulos mundiales”. “Nosotros somos el país del fútbol”. Entonces, los camareros apagaron la tele.
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