El riesgo contra la solidez
Federer, el velocista, y Djokovic, el maratoniano, discuten el título en un duelo lleno de aristas
El día que Roger Federer ganó la Orange Bowl (1998), el Mundial oficioso de la categoría júnior, no se quedó tranquilo hasta que llegó a su casa y pegó a la puerta del apartamento una pegatina: “Aquí vive el número uno”. La anécdota, recogida por Simon Graf y Marco Keller en Years of Glory, refleja como pocas cosas la longevidad competitiva, el apetito y las motivaciones del genio suizo, que hoy (15.00, C+), con casi 33 años, busca extender su récord de 17 títulos grandes ante Novak Djokovic, de 27, quien a su vez le arrebatará el número uno a Rafael Nadal si logra el triunfo. Esta final de Wimbledon es al tenis lo que sería al baloncesto cruzar de nuevo a los Lakers de Magic Johnson con los Celtics de Larry Bird, y al ciclismo revivir los pulsos entre Fausto Coppi y Gino Bartali. Un duelo de opuestos lleno de aristas.
“Es un partido con un contraste de estilos muy claro”, dice antes de pisar la hierba de Wimbledon Albert Costa, que fue campeón de Roland Garros de 2002, de la Copa Davis en 2000 y bronce olímpico en los Juegos de Sidney. “Federer juega con mucha variedad de golpes, el otro es mucho más sólido”, describe. “Aunque el favorito es Djokovic, Federer tiene el estilo de juego que le puede molestar más: sabe irse a la red, bajarle muy bien la bola con el revés cortado, cambiar muy bien el ritmo... y no le va a jugar los puntos largos”, añade. “Eso no es lo que le gusta a Djokovic. Son tan claros los contrastes y es tan distino el estilo del uno y del otro, porque Djokovic también tiene sus armas, que va a ser un partido muy bonito”.
“Él será agresivo, se irá a la red. Yo debo proteger la línea de fondo”, dice Djokovic
Las estadísticas cuentan que este es un pulso entre la liebre que corre como un rayo y el cazador parapetado con la esperanza de que se equivoque y se ponga a tiro, lo que no siempre ocurre. En los seis partidos que ha disputado en el Wimbledon de 2014, Federer ha jugado 241 puntos de más de cuatro golpes. Djokovic, 441. Esas cifras cuentan qué partido quiere cada uno. Federer sueña con una final llena de concreción, pim, pam, y a por la siguiente bola. Djokovic, con un pulso extenuante, hecho de largos intercambios que poco a poco se cobren los errores del contrario y le cuezan los pulmones. Es un pulso entre el tenis de velocidad y el de ritmo, entre el tenis de ataque y el de contraataque, entre un corsario que entiende la pista a lo largo (siempre hacia adelante) y otro que la entiende a lo ancho (siempre en horizontal, por mucho que la influencia de Boris Becker empuje ahora a Djokovic hacia la red). Un duelo entre el saque y el primer tiro de Federer y el resto y los pasantes de Djokovic.
“Creo que sería bueno ver al 30% de los tenistas haciendo saque-red para provocar así con mayor frecuencia que los especialistas en la línea de fondo tengan que sacarse un pasante de locura, o ese giro de muñeca”, fotografió Federer, un tenista que en sus años de plenitud física se convirtió en un burócrata de la línea de fondo, porque podía ganar desde allí con menos riesgo, y que ahora, casi con 33 años, busca en la red lo que las piernas ya no le permiten ganar en otro lado. “Para que eso sucediera, los directores de torneos tendrían que cambiarlo todo”, admitió el suizo, que domina 18-16 el cara a cara con el serbio y ha ganado dos de los tres partidos de 2014. “Los jugadores de ese tipo van a necesitar tiempo para llegar. Incluso para gente como Isner o Karlovic es duro sacar y subir porque eso también se cobra su peaje, con ese esprint hacia adelante. En hierba, si el rival tiene un saque fuerte y un primer golpe duro, yo intento hacer lo mismo”, cerró el heptacampeón en Londres, que busca un octavo título de récord.
“Pero yo”, dijo Djokovic, que ha perdido cinco de las seis últimas finales grandes que ha disputado; “espero preparar soluciones tácticas y ejecutarlas tan bien como para impedirle que muestre su mejor versión”. “Estoy listo”, añadió. “La clave está en no dejarle dictar el juego, porque le gusta ser agresivo, irse a la red. Yo tengo que proteger la línea de fondo. Mentalmente, ganar este trofeo sería muy importante para mí”.
Hay cosas que cambian: Djokovic le pide estos días consejos sobre las dificultades de combinar el tenis con la paternidad a Federer, que en 2006 le criticaba por fingir lesiones y le pintaba como un niño malo. Hay cosas que no cambian: desde que pensaban en qué poner en su puerta, los dos rivales viven y respiran para ser el número uno.
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