La hierba de los gigantes
El césped de Wimbledon se cuida con extremo detalle Un ingeniero hidráulico, 14 operarios y dos mecánicos garantizan la solidez del piso y su altura
Corre 2010 y Rafael Nadal se lanza contra la pista ante miles de espectadores para pegar una voltereta con la que celebrar el título. Un año después, su gran rival permite que le fotografíen como un caníbal. Justo antes de levantar la Copa, Novak Djokovic acerca la boca al piso, enseña los dientes, y le pega un mordisco que prolonga con un paciente y reflexivo mascar con el objetivo de responder a una pregunta: ¿A qué sabe el césped de Wimbledon? Ningún campeón del torneo de torneos deja de rendir su particular homenaje al material que ha hecho única a la catedral del tenis, su sacrosanta hierba.
“A la hierba hay que tratarla como a una persona”, opina Neil Stubley, el encargado de las pistas de Wimbledon, que tiene a su mando a 14 operarios con diplomas especializados, a dos mecánicos y a un ingeniero hidráulico. “Tienes que cuidarla como cuidarías a tu propio cuerpo: hay que darle los nutrientes adecuados, la cantidad de agua adecuada… Nosotros consideramos nuestra hierba como un atleta de élite. Hay que afinarla tan bien como se pueda. Cualquiera puede hacer que crezca hierba. El talento está en conseguir que se pueda jugar sobre ella”, añade. “Hay que recordar una cosa: esta es una superficie viva que respira. Si no la regamos cada noche, se muere”.
“Hay que tratarla como a una persona, como al propio cuerpo”, dice el jefe de los jardineros
Cuando Stubley cogió el testigo de Eddie Seaward, que llevaba más de dos décadas ocupando el puesto de Head Groundsman del club, escuchó un consejo: “No te duermas en los laureles”. En Wimbledon, un lugar tan apegado a sus tradiciones como exigente y milimétrico en el cuidado de cada detalle, eso es imposible. Rufus, un halcón que tenía su propia acreditación, se ocupó durante años con sus vuelos amenazantes de que las palomas no molestaran al juego. La organización patrulla con perros las instalaciones para intentar evitar que los zorros de la zona, a más de media hora en tren del centro de Londres, pisen las pistas por la noche y destrocen la hierba con su orina corrosiva, como pasó en una final de los años 90. Los operarios utilizan un martillo Clegg para garantizar la solidez del piso, miden cada jornada la altura de la hierba, que reglamentariamente tiene que situarse en los ocho milímetros establecidos, y cuidan durante todo el año del césped como si se tratara de un hijo.
Entonces, con el verano, llegan los gigantes. Tenistas de más de 1,90 de estatura. Competidores que rebasan los 100 kilos de peso. Jugadores acostumbrados a basar la potencia de sus golpes en los agresivos apoyos que logran con sus pies, y cuyas zapatillas se vigilan para impedirles usar suelas antirreglamentarias (con pinchos en los laterales) para sujetarse mejor sobre las pistas.
“Según ha mejorado la tecnología con la que trabajamos, han crecido y se han vuelto más pesados los jugadores”, fotografía Stubley, que está en contacto permanente con otros especialistas (el encargado del césped del Santiago Bernabéu, por ejemplo, también es británico) y asesorará a la organización del primer torneo sobre césped de España, que se celebrará desde 2016 en Mallorca. “Cada avance técnico que logramos lo perdemos por el del físico de los jugadores. Cuando veo a alguien tan grande como Del Potro [1,98m y 97 kilos], y lo bien que se mueve, me llevo las manos a la cabeza y me digo: ¿cómo puede sobrevivir la hierba?”.
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