Simon Gerrans, el invisible
El primer australiano ganador de la Lieja derrota a Valverde en un apretado ‘sprint’
Antes de salir, en la fría mañana del palacio de los Príncipes Obispos de Lieja, y así se vio por televisión, el rey Felipe I de todos los belgas saludó a los más grandes favoritos: a su tocayo Gilbert, que quizás aspiraba a ser Felipe II, y pocos había que lo dudaran, con una segunda victoria en la decana de todas las clásicas, la Lieja-Bastogne-Lieja, que aunque nacida en 1892 cumplía 100 años de celebración; a Rui Costa, imperdible y brillante con su maillot arcoíris y el sentido de que la carrera podría ser la revancha esperada de Purito y Valverde por el Mundial de Florencia; a Alejandro Valverde, que llegaba al monumento ciclista en el que más disfruta, y más triunfa, con ganas de conseguir su tercera victoria; a Purito, dolorido después de haberse caído en la Amstel y en la Flecha; a unos cuantos más que internamente pensaban que serían más protagonistas de lo que los pronosticadores creían.
Y a su lado, al lado de Felipe I, Eddy Merckx, el rey de todos los ciclistas habidos y por haber, también daba la mano a los grandes, y a Valverde en especial, pues no en vano, ya en 2008, cuando el murciano ganó su segunda Lieja, el mismísimo Eddy le auguró convertirse en el gran clasicómano de su generación, y además llegaba a Lieja con la fresca victoria el miércoles en la Flecha Valona aún en la memoria de todos. Una tercera victoria en la cuesta de Ans, aquí a las afueras de Lieja, le podía haber dicho el caníbal, te convertiría en el tercero más grande de la historia en esta clásica, que es también la que más place a mi corazón. Merckx la ha ganado cinco veces, quedó segundo en una ocasión y tercero, en otra. Y detrás de él solo resiste el italiano Moreno Argentin, con cuatro victorias.
Es para Valverde su sexto podio (dos estancias en cada escalón) en la Decana, lo que le deja segundo en la historia
Mientras todo esto ocurría, Simon Gerrans, muy visible gracias a su llamativo maillot de campeón de Australia, hacía lo posible para pasar inadvertido. Su especialidad es esa: permanecer invisible hasta el momento inevitable del sprint y la victoria.
Y 262 kilómetros más tarde, y superadas 10 cuestas, la simbólica de La Redoute, que nace en el pueblo de Gilbert, la a veces decisiva Roca de los Halcones, la estratégica de San Nicolás, y sin que nada importante pasara —aparte de la caída desgraciada de Rui Costa y el abandono también de Purito—, porque ninguno de los grandes sintió que hubiera posibilidad de ruptura, en la última cuesta, donde una treintena de corredores aún pensaban que podían ganar (lo nunca visto últimamente en la Lieja), allí estaba, por supuesto, Gerrans, esperando a cubierto su momento. Atacó a un kilómetro Dan Martin, el ganador saliente, en busca de Caruso y Pozzovivo, los únicos aventureros que lo habían intentado en San Nicolás; a 500 metros, midiendo su esfuerzo, se movió Gilbert, con Valverde convertido en su sombra, y cuando el murciano vio que el belga no le llevaría muy lejos y lanzó su sprint lejano, se deslizó con suavidad a su espalda Gerrans. Quizás habría ganado Martin de nuevo, pero el irlandés patinó en la última curva, a solo 200 metros de la meta, y se cayó.
A su lado pasó sin mirar, lanzado, Valverde, pero a su rueda esperaba Gerrans, quien había salido con más aceleración de la curva y le superó sin complicaciones como una semana antes le había adelantado en el sprint por el tercer puesto en la Amstel, para convertirse en el primer australiano que gana la Lieja, que ya era hora. Es el segundo monumento de Gerrans, el hombre que tan poco se deja ver pero tan a lo grande (y que tan ligado está a la carrera de Valverde, pues fue a Gerrans a quien derrotó en Australia en 2012 el murciano, en la colina de Willunga, en su primera carrera tras la sanción por la Operación Puerto), tras la San Remo de 2012. Y es para Valverde su sexto podio (dos estancias en cada escalón) en la Decana, lo que le deja segundo en la historia, a uno solo de los siete casi inalcanzables de Merckx.
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