Soler, rey de los pelotazos
Aupado por Camps y Barberá, el exdirigente arruinó al club de Mestalla y a sí mismo con las especulaciones urbanísticas
En una comida con periodistas, a finales de 2004, el entonces presidente del Valencia, Juan Soler, anunció la buena nueva: “Voy a dar una serie de pelotazos para el Valencia. Ingresaremos 550 millones. Si fuera médico, trataría de descubrir una vacuna; como soy promotor, hago esto. Vamos a ser la envidia del Madrid y del Barcelona”.
Soler, de 57 años, es un símbolo de la burbuja inmobiliaria. Cuando llegó a Mestalla, en noviembre de 2004, era presidente de los promotores valencianos. Contó con el total beneplácito de las autoridades locales, encabezadas por el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, y por la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá. Vía libre de las administraciones públicas para todas sus especulaciones urbanísticas, las propias y las que llevaban detrás el nombre del Valencia CF. En 2006, Barberá le recalificó 130.000 metros cuadrados del estadio de Mestalla, 92.000 metros de edificabilidad, el doble de lo permitido por ley en esa zona norte de la ciudad. Como los socialistas valencianos del PSPV votaron en contra, Soler les echó a los peñistas encima. El club emitió un comunicado a favor del PP y en contra del PSPV. Fue cuando el consejero de Territorio y Vivienda, Esteban González Pons, tachó al líder socialista, Joan Ignaci Pla, de “Mijatovic” [el delantero montenegrino traspasado del Valencia al Madrid y acusado de traidor por los valencianistas más radicales]”.
En Riba-roja, a 20 kilómetros de Valencia, Soler concibió otro pelotazo: una nueva ciudad deportiva a pesar de que la de Paterna estaba a pleno funcionamiento. Con la ayuda del alcalde de la localidad, Francisco Tarazona, del PP, y del siguiente consejero de Territorio y Vivienda de la Generalitat, Rafael Blasco –juzgado ahora como supuesto autor del saqueo de seis millones de las ayudas que destinaba la Generalitat a los países en desarrollo-, el promotor compró 1.651.650 metros cuadrados de campos de naranjos por 35 millones y, tras recalificarlos, los vendió por 168.
El tercer pelotazo sería el estadio nuevo, presentado con boato el 10 de noviembre de 2006, en el Museo Príncipe Felipe. A instancias de la alcaldesa, Soler preguntó a la UEFA cómo sería el campo más lujoso posible, un cinco estrellas. Y se lo encargó al arquitecto holandés Mark Fenwick. Pero, tras gastarse 150 millones, el nuevo Mestalla se quedó a medio construir, paradas las obras desde febrero de 2009, un monstruo de cemento abandonado, sin nadie que pueda acabarlo.
En realidad, el millonario era el padre, el constructor Bautista Soler, que, años después, lloraría ante un amigo por haber dejado el Valencia en manos de un hijo tan poco capacitado. Cuatro años devastadores en Mestalla, desde 2004 a 2008. La deuda pasa de 120 millones a 550. Los fichajes son un ‘todo a 18 millones’: Manuel Fernandes, Zigic, Banega… Los rivales de fuera y los buitres de dentro se aprovechan de la candidez y megalomanía del presidente. Para llegar al palco de Mestalla, Soler había comprado acciones compulsivamente, a un precio hinchadísimo, y, al marcharse del club, se las vendió a su sucesor en el cargo, Vicente Soriano. Con una gran diferencia: Soriano no iba a pagárselas, un total de 85 millones.
Soler ha arruinado al Valencia, a las puertas de ser vendido a un fondo extranjero de inversión. Pero también a sí mismo. En noviembre pasado, Urbanas de Levante, su principal empresa, presentó la solicitud de concurso voluntario de acreedores en el juzgado mercantil número 2 de Valencia. Este miércoles, Soler volvió a los juzgados acusado de tentativa de secuestro sobre su principal acreedor. Así ha acabado quien fue, a principios de milenio, el rey del pelotazo en Valencia.
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