Juan Manuel Bazurco, cura, futbolista y filósofo
El guipuzcoano marcó un gol histórico en la Copa Libertadores de 1971 y rompió la imbatibilidad del Estudiantes de la Plata
Las sotanas durante muchos años estuvieron en el País Vasco en los frontones. Hay fotografias, novelas, películas que retratan a sacerdotes deportistas arremangándose las faldas para golpear la pelota contra la pared que todo lo devuelve. A la pelota, en los pueblos, se jugaba en el frontis de la iglesia, y los maestros eran esos sacerdotes que se desfogaban con un deporte que exigía potencia, habilidad y sobre todo sacrificio. Pero Juan Manuel Bazurco (Motrico, Gipuzkoa, 1944), fallecido el pasado fin de semana, era un cura atípico: él cambiaba las faldas hasta los tobillos por los pantalones hasta la rodilla para jugar a un deporte más atípico, por más que la religión, la fe y la feligresía sean argumentos naturales para explicar el deporte del balompié.
Bazurco había jugado en el Motriko, localidad fronteriza con Bizkaia, y se había hartado de marcar goles en Tercera División, pero la oferta de la Real Sociedad para probar sus cualidades futbolísticas fue menos efectiva que la de la Biblia para prodigar la religión nada menos que en Guayaquil, en Ecuador. La fe de la palabra fue mayor que la del fútbol y se fue al otro lado del mundo sin abandonar la pasión por el balón. La fe y la pasión se pueden llevar bien, debió de pensar, y se adiestró de nuevo en el San Camilo en una liga menor donde alternaba la misa con el gol. No consta si sus misas eran especiales, pero sus goles sí debieron de serlo porque finalmente fichó por el Barcelona de Guayaquil, que buscando un delantero acabó encontrando un cura, para gran asombro de los directivos.
Pero Bazurco pasó a la historia del Barcelona y de Ecuador cuando en la Copa Libertadores de 1971 rompió la imbatibilidad del Estudiantes de la Plata, un equipo que predicaba más la acción que la palabra, al dictado de un tal Aguirre Suárez, que seguro le suena de sus andanzas por Granada. El gol le sentó en la historia, le atrajo más fieles que nunca (el marketing religioso tiene también beneficios deportivos) y en cierto modo le convirtió en el héroe de Guayaquil. No consta tampoco que aquel gol decisivo que bajó de la peana al invicto Libertadores tuviera nada que ver con su decisión de volver a España, abandonar el sacerdocio, casarse, tener hijos y asentarse como profesor de Filosofía en un instituto de San Sebastián.
Juan Mari Bazurco, de pronto, reunía religión, fútbol y filosofía, así, por orden, convirtiéndose de alguna manera en precursor de oraciones que ahora han adquirido dimensiones mediáticas. Pero él las aplicó desde la convicción y desde la libertad, sin mezclarlas. Desde que rechazó la posibilidad de intentar jugar en la Real, desde que asumió compartir misa en la iglesia y en el campo, y desde el momento en elo que pasó de la voz de la palabra al empuje de los puntapiés, como aquel que le dio a aquel pase que recibió de Spencer, genio y figura del Barcelona de Guayaquil, para suspender al Estudiantes.
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