El espíritu de Neustift
La gran obra de Luis, la fundación de La Roja, fue una genial construcción de manejo de grupos y persuasión que acabó por consolidar al equipo que ganó la Eurocopa de 2008
"El espíritu de Neustift" le llamaron a todo lo que ocurrió aquel mes largo de concentración en el valle de Stubai, donde España preparó cada partido de la inolvidable Eurocopa de 2008, el año en el que nació La Roja, el año que España volvió a ganar. Puede que se hubiera dado en cualquier parte del mundo, pero es seguro que nunca se hubiera producido sin la aportación de Luis Aragonés, que desparramó sobre el valle toda su sapiencia. Cómo manipular a mi antojo en función de las necesidades, podría llamarse la lección. Porque eso hizo Luis. Cualquiera de los futbolistas que movió a su antojo lo sabe y no lo olvidará jamás. En algún bar de aquel pueblo hay fotos que lo demuestran. En la memoria de quienes vivieron aquellos días, sin duda, está grabado a fuego.
"¡Es alucinante cómo maneja los códigos!", decía Xavi. "En Luis nada es gratuito"
Luis supo llevar a su terreno cada minuto de aquella concentración, cada decisión, cada detalle, cada guiño. Y ganó España la Eurocopa. Puede que el caso más evidente del efecto Luis durante aquellos días tenga que ver con Sergio Ramos y con Xavi, uno por defecto y otro por exceso. Al volante le hizo capitán general, al entonces lateral le enseñó a ser futbolista. Nadie se llevó más broncas que el andaluz; y pocos jugaron mejor que Xavi. "¡La mangoneta!, Sergio, ¡la mangoneta me la deja en casa!", le gritaba Luis a aquel caballo desbocado cada vez que intentaba un regate pasándose la pelota por la espalda a la carrera. Le habló del grupo, de respeto al compañero, de la esencia del jugador. Y Sergio le entendió cuando, en el campo de entrenamiento, ante los ojos de todos, incluido el de las vacas y los caballos peludos que les miraban desde la ladera, le hablaba y le decía: "¡Haga usted el favor de dejar el móvil de los cojones y hable con sus compañeros!". Y por la noche, se iba a ver a Xavi. Y a Iker. Y como no podía dormir, porque Luis durmió muy poco en aquel valle, hablaba con Paloma, la jefa de prensa, hasta que asomaba el sol y le daba permiso para irse a dormir. Y entonces, hablaba con los empleados del hotel. En Italiano. Como si Luis hablara italiano...
"Es alucinante cómo maneja los códigos. Es una enciclopedia", le reconoció entonces Xavi. Y no mentía, solo verbalizó aquellos días su sorpresa al ver de lo que fue capaz Luis, de su facilidad para generar aquel ambiente de grupo. "En Luis nada era gratuito, no hacia las cosas por hacerlas, las hacía porque eran necesarias, porque era su libro de fútbol. Era una lección permanente", le reconoce Capdevila y como él, todos los jugadores que en Austria, camino de la gloria de Viena, se impregnaron del espíritu de Luis Aragonés en las montañas. "Este pueblo contagia cosas positivas", dijo Jara, ex jugador del Valencia y hombre clave en la elección del lugar de concentración de España, al lado de Innsbruck. Fue él quien le propuso a la RFEF irse a Stubai, quien puso a la selección en la pista de Neustift. "Sabía que sabrían cuidar de sus invitados", afirmó. Pero el que supo cuidar de todos aquellos días, en aquel pueblo por el que todos tenían la sensación de que, tarde o temprano, asomaría Heidi, fue Luis Aragonés. Es cierto que Jesús Paredes, el preparador físico, y Antonio Limones, el director de logística de la selección, se encargaron de supervisar la infraestructura, pero Luis le puso el alma a la montaña. "Yo sólo he tratado de influirles en algunos conceptos que considero básicos, como el respeto que se deben tener unos a otros; que sepan, porque lo considero fundamental, que el compañero está siempre a tu lado; que pueden contar los unos con los otros porque eso, entiendo, hace fuerte a un equipo", aseguró entonces el técnico, como si nada, como si fuera todo tan fácil, convencido de que los jugadores lo entendieron. "Funcionan solos".
"¡Haga usted el favor de dejar el móvil de los cojones y hable con sus compañeros!", gritaba Luis
Luis les protegía, incluso de los micrófonos. Durante un entrenamiento hizo retirar a un cámara de detrás de una portería convencido de que podría grabar lo que decían los porteros, Casillas, Reina y Palop, que cada día terminaban media hora más tarde que sus compañeros las sesiones preparatorias. Nada le hacía más feliz a Luis. "Antes", decía en la madrugada, en esas charlas clandestinas con periodistas, en bares, "acababa el entrenamiento, nos tomábamos el vermú, comíamos, jugábamos a las cartas, los solteros quedaban con las chicas y luego, cenábamos. Eso es ser futbolista", decía.
Nada demuestra mejor el espíritu que contagió Luis Aragonés al equipo español en aquellos días que el abrazo con el que el equipo celebró el gol de Villa, que le dio la clasificación a España en Innsbruck en el minuto 92, ante Suecia. El Guaje salió como una flecha hacia el banquillo y desapareció engullido por los abrazos de sus compañeros. Hasta Luis se sorprendió a sí mismo festejando como no acostumbraba: "Me emocioné al ver la reacción del banquillo. Reconozco que ha sido una reacción impropia de mí". Solo dos años antes, el 19 de mayo de 2006, en el estadio Gottlieb-Daimler, de Stuttgart, España y Túnez se enfrentaron en el segundo partido del Mundial. España, que había goleado en el primero a Ucrania (4-1), perdía en el minuto 70 por 0-1. En el 71 empató Raúl, se fue al banderín de corner, beso el anillo y miró al banquillo. Solo se abrazó a Cañizares y a Salgado. El resto de los suplentes le dieron un par de palmaditas sobre el número siete. "Fue mérito de Luis", dijo Torres. "Todo lo genero él", explicaron entonces, y sostienen aún, en la federación española. No mienten. En Neustift, en el valle donde España ganó la Eurocopa, olía a sabio de Hortaleza.
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