La nueva liturgia del clásico vasco
Decía Juanan Larrañaga, el histórico mediocentro de la Real de los 80 y principio de los 90, que lo bueno de los clásicos frente al Athletic, más allá de los puntos en juego, era que al siguiente partido iba más gente al campo. Ese resultado producía una alegría o una tristeza contagiosa que costaba mucho tiempo borrar. El fútbol ha cambiado pero el ceremonial sigue siendo el mismo con leves matices, fruto de los cambios sociales y deportivos. Todos los clásicos tienen su liturgia, emparentada con asuntos más propios de la pasión que del juego, una liturgia que adquiere mayor o menor boato en función de la trascendencia concreta de los puntos. Siempre son los mismos, pero no siempre significan lo mismo. Quizás por eso, el clásico de Anoeta, a un partido de concluir la primera vuelta, no será lo mismo que el que se dispute en San Mamés, a un partido de concluir la Liga, sobre todo si ambos equipos mantienen su lugar en la clasificación (cuarto es hoy el Athletic y quinta la Real) y su nivel de juego.
Cuenta la liturgia que en los clásicos predomina el coraje sobre el fútbol y que por eso, generalmente, resultan muy igualados, como si la actitud, indiscutible en ambos conjuntos, fuera una espesa red que envolviera las virtudes del juego, como si el talante estuviera por encima del talento. Pero lo cierto es que Real y Athletic acceden al clásico con un nivel excelente tras superar ambos los primeros titubeos: la Real, por la combinación de la Champions y la Liga; el Athletic, por su inseguridad en los partidos que disputaba fuera del castillo de San Mamés. Muchas coincidencias alrededor de una diferencia: Real y Athletic futbolísticamente son muy distintos.
El gol es más realista que rojiblanco (33-26) aunque el Athletic ha recibido dos menos que su oponente
El equipo de Jagoba Arrasate cabalga por los espacios a la espalda del rival con dos caballeros de los de “lanza en astillero”, que diría Cervantes: Griezmann y Carlos Vela unen a su calidad técnica y a su intuición para el gol, una velocidad endiablada con la que convierten en tanto el más mínimo despiste del rival. Para ello cuentan con dos lanzadores principales: uno desde cerca, Xabi Prieto, y otro desde lejos, Rubén Pardo. El Athletic, en cambio, invade el espacio con mucha tropa por delante, hasta el punto de que sus máximos goleadores son un central, San José (que no es titular) y un medio defensivo, Mikel Rico. Muniain, Susaeta o Ibai Gómez, cuando juega, son la avanzada de la artillería que viene por detrás. Se diría, pues, que la Real sorprende y el Athletic arrolla, dos formas distintas de ganar. En lo que ambos coinciden, no obstante, es en la vocación ofensiva de sus laterales. A Carlos Martínez y De la Bella (o en su defecto José Ángel), en la Real, lo mismo que a Iraola y Balenziaga, en el Athletic, se les nota felices alcanzando la línea de fondo y buscando superioridad por los costados. Pero eso en el fútbol actual (ya muertos los extremos clásicos) es algo cotidiano.
Coinciden también en no acomodar su juego al del rival sino en imponer el suyo y en la fortaleza que exhiben en su campo, donde el Athletic no ha perdido y la Real solo sucumbió ante el Atlético, cuando aún titubeaba. El gol es más realista que rojiblanco (33-26) aunque el Athletic ha recibido dos menos que su oponente en lo que va de Liga. Datos de una liturgia que también ha dejado una extraña coincidencia: la sensación de que esta vez se dan las mejores condiciones para ver un buen partido.
En algo están cambiando los tiempos: el fútbol se ha abierto un hueco en la red del coraje y la actitud que ya, como la valentía, se les supone. Es la nueva liturgia del clásico vasco: ahora la palabra la tienen Griezmann o Muniain, Vela o Susaeta. Al Athletic le tranquiliza saber que una derrota no le descabalgaría de la cuarta posición (le lleva cuatro puntos a la Real) aunque el equipo blanquiazul se le subiría algo más arriba que a la chepa.
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