Un juego de niños
El canario Cabrera-Bello está entre los mejores a base de ilusión y confianza, igual que Jiménez, como un chaval a los 49 años, mientras Sergio García sigue torturándose
Uno es un canario de 29 años que aparece en su quinto grande con la ilusión por las nubes. El otro es un veterano de 49 que ha pasado cinco meses lesionado y vuelve con las ganas del principiante. Rafael Cabrera-Bello y Miguel Ángel Jiménez pusieron el acento español a la primer jornada del Open Británico, el primero con una tarjeta de 67 golpes, cuatro bajo par, y el segundo con 68. A un dedo ambos del líder al cierre de esta edición, el estadounidense Zach Johnson (66).
Curiosa pareja. Cabrera es el niño que creció viendo a los maestros, a Severiano, a Olazábal, al propio Jiménez, y El Pisha es el maestro que sigue sintiéndose como un niño —y luego está El Niño, Sergio García, caso aparte—. Cabrera toma recuerdos de cada detalle que palpa en el Open. La taquilla del vestuario de Muirfield con su nombre, la casa club y el plato de jamón y queso por el que da gracias a sus padres... Todo registrado en el móvil. Jiménez, que es menos de tecnologías, prefiere vivir la vida a través de los ojos. Y tan feliz es que cuando acaba la ronda no se acuerda del palo que utilizó en el primer hoyo.
Crecí viendo vídeos de Seve en el British y a Olazábal ganar el Masters de Augusta Rafael Cabrera-Bello
Para ser poco habitual en las grandes citas (dos Open, un PGA y dos US Open hasta ahora, y dos victorias profesionales), Cabrera-Bello dio una lección de tranquilidad y autocontrol. Verse colíder por momentos en la pizarra del Open no deja de impresionar a cualquiera. Pero él siguió a lo suyo, concentrado en cada golpe, sin dejar que la cabeza se fuera para otro lado. Pateó sin tembleques, se quedó a un suspiro del hoyo en uno en el 4 y en el 13, y acabó con un birdie en el 17 y un par peliagudo salvado en el 18. “He estado muy sólido, con mucha confianza. Sabía que iba arriba. Y miraba el marcador para disfrutar, pero sin querer meterme presión. Falta demasiado como para ponerme nervioso y crearme expectativas”. Mantiene los pies en el suelo este canario que creció “viendo vídeos de Seve en el British y a Olazábal ganando los Masters de Augusta”.
También vería Cabrera-Bello durante su infancia a Jiménez, hoy un señor jugador que exprime cada minuto que pasa en el campo. Cinco meses de baja por una pierna rota, tras una caída esquiando, ahora con el codo del tenista, 50 años que cumple en enero, y tan fresco: tres birdies en los tres primeros hoyos y cinco en la primera media vuelta, manchada en la segunda por dos bogeys. Pero él tan feliz de estar rodeado de los suyos, viviendo el Open como protagonista cuando hace poco estaba en un hospital. “No me planteo si será mi último Open. Sé que cada vez está más cerca el día en que ya no juegue con los jóvenes, pero tengo ilusión y motivación. No sé hacer en mi vida más que esto. El golf lo es todo para mí, es lo que me gusta, no importa las horas que necesite”. Que no le hablen del circuito sénior. Ni de dejar de esquiar, claro.
“En febrero no me imaginaba dónde iba a estar. Me llamaron loco proque hacía bicicleta. Me riñó el médico porque solté las muletas y cogí un bastón. He sido un paciente de los malos. No he hecho caso a nadie”, admite El Pisha, siempre ovacionado en el Open. Sus hijos le acompañan en Muirfield. Quieren jugar, como él. Y Miguel, buen padre, les habla del sacrificio, del trabajo diario.
Consejos ya no quiere escuchar Sergio García. El suyo es un caso inexplicable. Es sentir la etiqueta de favorito, estar bajo el foco, y desplomarse. Acabó con +4 y dos bogeys en los dos últimos hoyos, mal síntoma. Sus putts en el 18 no tenían alma. Eran el autógrafo de un hombre que se sentía derrotado de antemano. Y así no se va a ninguna parte en un grande. Luego habló de los greens duros y marrones, de un campo muy rápido, de una bola que no paraba, de la mala suerte...
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