Todos al trantrán de Froome
Un inglés es de nuevo el gran favorito para conquistar el Tour, que cumple 100 ediciones
En su playa de Mónaco, Chris Froome es capaz de lanzarse armado con arpón, sumergirse y dar caza a un pulpo, al que agarra por sus ocho patas y al salir a superficie golpea la cabeza hasta machacárselo en el primer muro de cemento que encuentra. Eso cuentan también que lo hacía Joaquim Agostinho, el ciclista portugués que aprendió a amar el Índico cuando cumplía con su ejército en Mozambique. Un poco más lejos, en Niza, ante los periodistas, Froome, el audaz submarinista, cazador, aventurero llegado de Kenia vía Sudáfrica, no suelta de sus manos un pequeño frasquito de jabón alcohólico con el que se desinfecta nerviosamente las manos después de estrecharlas a los que saluda. Eso se ve, y los viejos periodistas que acuden a la recepción organizada por el Sky no pueden evitar acordarse de Tyler Hamilton, quien en sus años de esplendor apretaba los botones del ascensor con los nudillos de los dedos, buscando evitar al máximo tocar donde otros hubieran tocado para evitar una infección segura y debilitadora, tan al límite están las defensas y el peso de los ciclistas cuando alcanzan su mejor forma.
El sudafricano exhibe una bella aceleración en la montaña y grandes desarrollos en la crono
Faltaban entonces 11 días para que comenzara el Tour que cumple 100 ediciones y Froome estaba ya muy en forma, exactamente, tan delgado como un anoréxico —y circula una foto de una de sus piernas como un mapa de venillas que tejen una red—, tan en forma como puede estar uno que hablaba ya casi como seguro ganador, al que se preguntaba, por supuesto, como solo se le puede preguntar a uno al que se considera casi seguro ganador. Así comienza el Tour, con un favorito, un inglés de 28 años, que es tan favorito que no se le pregunta por cómo se ha entrenado para tener la hermosa aceleración que exhibe en la montaña o para mantener la elevada velocidad y cadencia al mover los grandes desarrollos en la contrarreloj con esa posición tan impura (tan forzada por el descabalamiento óseo que es su largo perfil que parece dibujado por el Tim Burton de Pesadilla antes de Navidad) y sin embargo efectiva, sino por cómo se ha preparado para las obligaciones que debe cumplir el líder: la subida al podio cotidiana, el tiempo perdido esperando orinar para el control, los achuchones de los fans. Y con media docena más de ejercitantes que se lo creen.
“Sí, seré Wiggins”, dijo Froome a los expectantes de la prensa, “pero no el Wiggins borde del Tour pasado… Yo soy simpático y accesible, y nunca insultaré a un periodista, nunca me negaré a responder una pregunta, aunque, claro, agradezco que no esté Wiggins haciéndome sombra durante el Tour. Prefiero que no corra. Le echaré de menos en la contrarreloj por equipos, pero después serían insoportables las preguntas cotidianas sobre nuestras relaciones, el escrutinio constante mediático de todos los detalles del equipo…”.
Froome aterriza avalado por los triunfos en Omán, Critérium Internacional, Romandía, Dauphiné
Antes de un Tour, los aspirantes a la victoria final pueden elegir en la pastelería en la que venden las estrategias la magdalena que más les apetezca o que mejor puedan digerir: hay equipos que se piden mandar desde el primer día, otros que prefieren jugar a la contra, los hay que aman provocar y finalmente los que prefieren quedarse a rueda, a esperar el fallo sin forzarlo. Vista la mansedumbre con que se admite la superioridad aparente del Sky y su Froome, avalada por las repetidas victorias de su método en las pruebas de preparación —Omán, Critérium Internacional, Romandía, Dauphiné— y comprobado el desarrollo de la mayoría de los Tours de las últimas décadas, desde Lance Armstrong en adelante, es que los demás —Contador, Purito, Valverde, Andy Schleck, Cadel Evans…— le dejen al Sky el pastel más hermoso, el de llevar la carrera a su ritmo y al de sus muchachos tan bien entrenados, chicos de la pista que suben la montaña a piñón fijo —Kiryienka, Stannard, Kennaugh, Thomas—, escaladores resistentes —David López—, esprínters que escalan —Boasson Hagen y Sivtsov— y un chico que lo hace todo casi tan bien como Froome (Richie Porte).
Ellos, los demás, bajo el lema “sus mayores rivales son ellos mismos y algo harán que les deshaga”, se pelearán por un sitio en su sombra, a rueda, a la espera del fallo, y solo cuando lo vean casi todo perdido se animarán a intentar jugar a la contra. Lo que nunca harán, o así se han entrenado los últimos años, tan calculados, tan tímidos, será provocar a los más poderosos, que es, justamente, lo que hizo grande a Nibali, y pequeño a Wiggins, en el último Giro, lo que hizo grande, por ejemplo, a Ocaña ante Merckx, y también lo que hacía Merckx con todos…
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