Un gran motivador
Manel Comas dedicaba un montón de horas a su pasión y no podía contener sus ganas de contar cosas
Era un año mayor, pero él quiso ser mi ayudante. Y lo fue. Era en 1976. Entrenaba al Basquet Badalona, en Primera B, y yo al Cotonificio que por entonces no se llamaba así, sino Círculo Católico. Nuestros equipos se entrenaban y jugaban en el viejo campo de La Plana. Él veía nuestros entrenamientos y yo los suyos. Ya era muy buen entrenador y un gran motivador.
Él sabía cómo era yo y yo sabía cómo era él. Enseguida congeniamos. Estábamos muy bien compenetrados. Nos complementábamos. Yo era más serio y callado; él era muy extravertido y comunicativo. Fichó con nosotros por un pastón; vamos, que de hecho le costaba dinero entrenar. Dedicaba un montón de horas a su pasión. Además de ser mi ayudante en el primer equipo dirigía al equipo junior. Tenía una ilusión tremenda. Como único pago —y para el Circol eso ya suponía un gran esfuerzo—, le invitaron a un viaje al campeonato Europeo junior. Al año siguiente se fue al Mollet, en Primera, y después al Joventut, con el que ganó la Copa Korac.
Era un año mayor, pero él quiso ser mi ayudante. Y lo fue. Era en 1976.
Me sucedió en el Barça y no tuvo la suerte que merecía. Cometió el error de creer lo que todo el mundo decía, que era muy fácil entrenar al Barça. Cuando se dio cuenta, ya no pudo rectificar la trayectoria. Años más tarde, fui yo quien le sustituyó en el Joventut y no le gustó ni un pelo. Pero eran cosas de la vida. Nos teníamos mucha confianza. Recuerdo en una Copa del Rey, había tertulia en el hotel y yo regresaba de un paseo, me acercaba y decía: “Vamos Manel, deja hablar a los demás un poquito”. No podía contener sus ganas de contar cosas, pero se tomaba bien el comentario.
En el Basquet Badalona tenía un americano muy bueno que se llamaba McAndrews. El equipo jugaba en torno a él, con un espíritu tremendo. Más tarde evolucionó en función de los jugadores con los que podía contar. Le gustaba montar sus sistemas contando con jugadores muy altos, desde el base hasta el pívot. Creía en ello y logró resultados buenos.
Nos enfrentamos muchas veces. En un partido en el Palau, cuando yo dirigía al Barcelona, se quejó de la jugada final. Montó la marimorena en la rueda de prensa. Cuando llegué yo dije que no había que hacerle mucho caso porque era el protestador oficial de la ACB. En la vuelta, en la cancha del Baskonia, donde ya solía ser recibido con bastante entusiasmo, la cosa estaba todavía mucho peor. Él había calentado el ambiente recordando mis declaraciones y añadiéndole algo de salsa. Al empezar el calentamiento, entré en la pista y la pitada fue tremenda. La atravesé pausadamente, fui a estrecharle la mano y le dije: “Hola Manel, estoy contento porque has conseguido que me reciban como en casa”. Nos echamos los dos a reír. Por encima de todo está la amistad.
Después de esa larga trayectoria como entrenador y como persona sólo cabe lamentar que esa enfermedad haya cortado su vida.
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