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Un estilista con pinta de gladiador

Agirretxe, que pasó por el Athletic, brilla en la Real tras muchos años a la sombra

Agirretxe celebra un gol contra el Valencia.
Agirretxe celebra un gol contra el Valencia.ANDER GILLENEA (AFP)

Hay goles que se recuerdan toda la vida y jugadas que no se olvidan. Imanol Agirretxe (Usurbil, Gipuzkoa, 1987) recordará siempre el gol del domingo al Valencia, el segundo suyo, el cuarto de la Real, con una vaselina impecable ante Diego Alves, rubricando un partido genial. Como tampoco ha olvidado aquel penalti cuando era un infantil del Antiguoko donostiarra y sufrió una rotura de fibras al tirarlo. “Le quise dar tan fuerte que me rompí. Y encima el balón fue al larguero. Era muy malo tirando penaltis”, reconocía en 2009 en El Diario Vasco.Estuvo un mes lesionado y aún así marcó más de 100 goles esa temporada, en la que imponía su físico hasta el punto de que a veces su entrenador le cambiaba para no enervar a los familiares del equipo rival.

Hasta llegar al fútbol, Agirretxe se forjó en el frontón, un territorio que mitifican todos los futbolistas vascos que han pasado por las tres (o dos) paredes. Los porteros, como Iribar, reconocen que el frontón, por su vivacidad, exige la máxima concentración y ejercita los reflejos. Agirretxe no fue una excepción, aunque en la pelota vasca fue un costumbrista más que un crack. Jugaba de zaguero y se limitaba a llevar la pelota al frontis. La mano fue su primera herramienta, tanto que el balonmano fue su segunda tentación: por envergadura (1,87m) y potencia fue un lateral izquierdo apreciado. Hasta que descubrió el pie o se lo descubrió el Antiguoko, el equipo cazatalentos del que han salido también Xabi Alonso, Aduriz e Iraola (también de Usurbil).

Agirretxe se forjó en el frontón, un territorio que mitifican todos los futbolistas vascos que han pasado por las tres (o dos) paredes

Esta temporada, la mejor de una vida deportiva difícil, ha marcado 11 goles, pero ninguno de cabeza: tres con la pierna zurda y ocho con la derecha. Hay tópicos que persiguen a los futbolistas eternamente por más que los hechos los nieguen. Un tipo alto y musculoso necesariamente ha de ser un cabeceador al más rancio estilo inglés o un central rompedor al más rancio estilo español. Agirretxe iba para otra cosa. Quizás su momento estuvo marcado por la devoción a los delanteros centro corpulentos desde que coincidiera en Lezama con Fernando Llorente, dos años mayor que él, y también prescrito para cabeceador inglés hasta que alguien bajó la cabeza y se fijó en sus botas. El Athletic, al amparo del convenio que tenía con el Antiguoko, se lo llevó a los 14 años, pero solo se quedó dos en Lezama. Su marcha a la Real en edad juvenil fue otro de los múltiples motivos de fricción entre los dos clubes.

En San Sebastián le esperaban rosas con espinas. La confianza en el mocetón de Usurbil era muy limitada, tanto con el equipo en Primera como en Segunda. En la Real B jugó con Mikel González, Elustondo, Estrada, Carlos Martínez, Castillo, Zurutuza y Ansotegi, todos regularmente en Primera antes que él, que se comía las uñas en el Sanse o en la suplencia desde que debutó contra el Getafe perdiendo. Marcó su primer gol con 18 años en 2005, en otra derrota ante el Málaga (1-3). Cedido al Castellón, donde no se adaptó y frustró medio año de carrera, se topó después con Díaz de Cerio, Bueno, Abreu, siempre con un coche por delante que le impedía esquivar el tráfico. Era un recurso más que una apuesta, aunque la grada le adoraba y él respondía con algunos goles señalados.

Este año ha sido titular en 17 de los 29 partidos que ha disputado, como si el chico del frontón solo pudiera reivindicarse con los goles que otros no metían. Y, de pronto, el zaguero que las llevaba al frontis se ha revelado un estilista bajo su aspecto de gladiador. 474 veces ha utilizado los pies para jugar y 118 la cabeza, incluyendo 16 pases de tacón. El tronco de Usurbil era fino. El chico de los 100 goles que se rompió las fibras tirando un penalti marcó ante el Valencia el gol de su vida. Quizás el que definitivamente le dé la vida.

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