Primates en pantalones
“Solo somos una raza avanzada de monos en un planeta menor”.
—Stephen Hawking: físico, matemático, cosmólogo, genio.
Causó cierta conmoción esta semana Sergio Ramos, el central del Real Madrid, cuando dijo que quería que ganase el Barcelona cuando jugaba contra equipos fuera de España. Chillidos de indignación llenaron las redes sociales y, se deduce, el mundo real; acusaciones de traición, de hipocresía, de mentir para quedar bien.
En vísperas de dos partidos Barça-Madrid, uno en Copa y otro en Liga el martes y el sábado próximos, uno cae en la tentación de pensar que el pequeño revuelo que desató Ramos tiene que ver con la idiosincrasia de la rivalidad entre los dos clubes de fútbol más grandes de España. Pero no es verdad. Si hubiera dicho lo mismo un jugador del Manchester United sobre el Manchester City, uno del Everton sobre el Liverpool, uno del Rangers sobre el Celtic y, se supone, uno de River sobre Boca, o de Galatasaray sobre el Fenerbahçe, etcétera, etcétera, podemos tener la seguridad que sus respectivos aficionados se hubieran escandalizado de la misma manera.
Agota un poco el tema en España, y más en una semana como la que nos espera. Que si uno siempre se beneficia de las decisiones arbitrales, que si el juego de uno aburre a las ovejas, que si el juego del otro entretiene a las hienas, y tal. Pero estos debates, por más vacuos que sean, forman parte del tejido del deporte. Y, a no ser que la especie evolucione de manera abrupta e inesperada, pasará mucho tiempo hasta que cambie.
Muy pocos se libran de sucumbir al instinto tribal, el motor humano sin el cual el deporte como espectáculo y fenómeno social no sería lo que es, ni generaría el dinero necesario para pagar los enormes salarios de gente como Sergio Ramos. El amor al fútbol es secundario. El amor al fútbol incluso puede llegar a ser un impedimento porque, al permitir la posibilidad de apreciar las virtudes del otro, inhibe la fuerza de la demencia tribal. Lo cual, si se impusiera como norma (que no se va a imponer), arriesgaría con reducir el fútbol al nivel de una pasión respetable pero minoritaria como la ópera, o el ballet.
Del United o del Liverpool, del Celtic o del Rangers..., muy pocos aficionados se libran del instinto tribal
Lo importante es la identificación con el grupo. Eso es lo primero. Después viene todo lo demás. No hablamos solo de fútbol, sino de todo deporte que la gente paga por ver. El mismo principio se aplica al béisbol, al fútbol americano, al baloncesto, a los New York Yankees, los Dallas Cowboys o los Chicago Bulls. Aunque no nos limitemos solo al deporte. Uno se hace de un partido político o de una religión o de una ideología ante todo por la necesidad primaria de asociarnos a una idea que nos permita la posibilidad de dar sentido al misterio de la vida y de formar parte de un colectivo que nos ofrezca un refugio ante el caos de la condición humana. Esto a su vez nos abre la puerta a la grata satisfacción de odiar y demonizar a los que pertenecen a un colectivo rival, sean estos izquierdistas o derechistas, miembros del PP o del PSOE, del partido demócrata o republicano, judíos o musulmanes o cristianos, fans del Liverpool, el Barça o el Madrid. Amparados por la fuerza y los números de nuestro grupo adquirimos la valentía y la estupidez necesarias para decir cualquier barbaridad sobre lo que hace o piensa el otro, para deshumanizarle y, como no infrecuente paso final, para ir a la guerra a matar a miles o millones de personas que se definen por conceptos que son diferentes a los nuestros.
Lo cómico es cómo caemos en el autoengaño de convencernos que nuestros prejuicios se basan en la razón, que empíricamente nuestros argumentos a favor del socialismo o del barcelonismo son superiores a los del capitalismo o el madridismo, o viceversa. Llegamos a donde llegamos, somos del Madrid o del Barça o de izquierdas o de derechas, por circunstancias de la vida, por accidentes que nada tienen que ver con la lógica y que son impulsados en primer lugar por ese instinto básico que conduce a la mayoría de las personas inexorablemente a identificarse con una bandera, una idea o un equipo. El cerebro solo entra en juego después.
Por más racionales, o incluso intelectuales, que quisiéramos pensar que somos, no dejamos de ser, como dijo alguien una vez, primates en pantalones. Algún día evolucionaremos, quizá, de la barbarie a la civilización. Menos mal que está Sergio Ramos para señalarnos el camino.
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