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el charco
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Material de sueños

Francescoli rodeado de jugadores del Peñarol.
Francescoli rodeado de jugadores del Peñarol.reuters

“¿Quién es mejor, Messi o Ronaldo?”, me preguntó un grupo del equipo de alevines de la escuelita de la RFEF, otorgándome un voto calificado para zanjar el debate de ídolos que mantenían desde hacía 10 minutos. “Francescoli”, les dije, y me fui a marcar la cancha con conos, mientras me miraban entre curiosos y decepcionados.

Ir a poner conos fue la salida que encontré a esa apasionada discusión de infancia, momento en el que construimos desde la inocencia los arquetipos que después nos acompañan para siempre. Esa construcción es un lujo que, con talentos que permanecen largo tiempo en sus clubes, pueden permitirse los jóvenes hinchas del Madrid y del Barcelona. En cambio, encontrar un Martino, un Bochini, un Alonso, un Palma o un Gorosito no es posible en el fútbol argentino de hoy, donde aún surgen buenos jugadores pero deben marcharse antes de la primera ovación.

Tal vez esa carencia actual hace que haya quienes vean en Messi no al talento que representa, sino al ídolo que se perdieron. Ya de adultos, en vez de pasar sus expectativas por el tamiz de la realidad, siguen esperando al ídolo en el que les hubiera gustado proyectarse. Les cuesta aceptarlo porque no les alcanza la evidencia de su talento. Esperan volver a ser niños y que les enamore ahí, que la admiración se produzca por combustión interna, mágica e incuestionable como cuando con cinco años nos decidimos por Superman. Messi podría colaborar con facilidad a esa química, aplicando calculadas dosis de político de turno diluidas al 1%. Por ejemplo haciendo pequeños aspavientos nacionalistas de tanto en tanto, demagogia que por fortuna evita de la misma forma que no se permite frivolidades en el área. “El amor no hace alarde”. Sudar la camiseta argentina con constancia debería ser más que elocuente.

De forma inversa, la madurez no acaba con el ídolo, solamente lo reubica en un lugar no idealizado. Hace poco tiempo fui a comer a De María y vi a Mick Jagger. Me acerqué con enorme timidez a que me firmara el único autógrafo que pedí en mi vida. Los Rolling Stones serán mis ídolos para siempre a pesar de llevar 15 años sin poner un disco suyo. Lo son porque cuando descubrí Aftermath, abandonado en un placard de mi viejo, tenía 11 años y lo escuché hasta gastarlo.

No es fácil un salto generacional como el de los Rolling Stones en el fútbol: exige un regreso del ídolo al club y la repetición de la gesta original, con más años en las piernas y frente a una nueva camada, que no lo conoce de primera mano sino a través de las exageradas leyendas que se pasan de padre a hijo. Actuar de eslabón entre épocas, superar las expectativas del mito y lograr que los pibes reconozcan en los viejos un tanto de razón. Ese sería el título oficial de ídolo eterno.

“¿Y ese Francescoli es mejor que Cristiano y que Messi?”, me preguntó uno de los chicos cuando terminé de marcar los rondos con los conos. “No”, le dije. “Francescoli es mi ídolo”.

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