La difícil transición del Espanyol
El enfrentamiento de dos facciones ya conocidas impide el cambio generacional
El Espanyol es muy capaz de salvar la categoría con un gol en el descuento del último partido. A veces parece incluso que no le preocupa la Liga hasta que se sabe los puntos que necesitará para la permanencia. El éxito queda a expensas de aventuras tan emocionantes como la Copa. La hinchada se ha acostumbrado a transitar por la cornisa, como predicaba Brindisi, porque sabe que Coro llegará a tiempo para marcar el gol de su vida y la de los periquitos.
También se ha habituado a sobrevivir sin tener un céntimo, agobiado por las deudas, capaz incluso de dinamitar su estadio de Sarrià o de regalar a Alvarito Vázquez al Getafe para cuadrar los números, ni que sea porque es un club honesto. No hay apuro que no se solucione con una plusvalía tan fácil de tramitar como difícil de explicar: el fin justifica los medios.
Las ha pasado moradas el Espanyol y, sin embargo, siempre supo competir, con independencia de los puntos y del dinero, sin importarle el anonimato de una parte de la prensa y la propaganda de otra, siempre irreductible. Unido en la adversidad, ha superado situaciones institucionales muy delicadas y soportado a presidentes como Julio Pardo. Los aficionados han discutido mucho y largo tiempo, pero nunca habían llegado al extremo de los accionistas.
A Sánchez Llibre no se le mira igual como presidente que como propietario
La junta general del pasado lunes resultó un acto esperpéntico, reflejo al fin y al cabo de la fractura social que desgarra a la entidad desde hace ya un buen tiempo, víctima de la parálisis, incapaz de modernizarse. El comportamiento de algunos accionistas fue tan reprobable como sospechosamente interesada resultó la interpretación que los candidatos a presidente hicieron de las votaciones.
Resulta sorprendente que algunas decenas de asistentes pudieran insultar reiteradamente a la mesa y boicotear el acto sin que mediara nadie, como si formara parte irremediablemente del plan de unos y otros: los unos como instigadores y los otros como sufridores, ambos igualmente interesados. Ya se sabe qué pasa cuando los sectores violentos se apoderan de los grupos de animación. No sirve de nada haberles expulsado como socios después de un tiempo de complicidad y connivencia porque después reaparecen como accionistas. Las Brigadas Blanquiazules amenazan con destruir la Curva Jove.
Las directivas les utilizan a su conveniencia. El lunes jugaban en contra de los que mandan y, consecuentemente, les vino bien para responsabilizarles de la bronca. Joan Collet echó cuentas y se felicitó por el apoyo de la mayoría: 61,01%. El nuevo presidente entendió que quienes pedían su dimisión antes de estrenarse eran solo una minoría muy ruidosa y jaleada por el bando rival. Sergio Oliveró interpretó lo contrario y aseguró precisamente que había sido el ganador por contar con el voto del 37,56%. Así que si no había sido elegido era solo por culpa de dos personas, los expresidentes Daniel Sánchez Llibre y Ramon Condal, máximos accionistas.
Oliveró pretendía que Sánchez Llibre y Condal se abstuvieran en la votación como en los tiempos en que José Manuel Lara era el máximo accionista y Sánchez Llibre ejercía de presidente por aclamación popular. Ocurre que Sánchez Llibre y Condal compraron las acciones de Lara y han dejado de ser los representantes de los socios para convertirse en los propietarios de la institución. No es lo mismo ser abonado que dueño, ni tampoco que el presidente, y antes consejero delegado, cobre por dirigir el club después de que le hayan puesto quienes disponen del capital.
El contencioso demuestra de nuevo que la transformación de los clubes en sociedades anónimas deportivas, no solo no ha solucionado los problemas de toda la vida del fútbol, sino que ha generado nuevos: ¿cómo saber si los intereses de los accionistas coinciden con los de los socios?
Ha cambiado la condición de Sánchez Llibre y por extensión los periquitos ya no le miran de la misma manera. El error del expresidente fue dilatar reiteradamente su salida del club y no gestionar a tiempo la transición, de manera que Collet es hoy rehén del pasado cuando ni si quiera se ha estrenado como presidente. Aunque con caras diferentes, la postal siempre parece la misma en el Espanyol.
No consigue cerrar su guerra civil porque ambos bandos se aferran a sus respectivas minorías para defender su posición cuando el triunfador moral de las elecciones ha sido Arnau Baqué, precisamente el que menos porcentaje de votos tuvo (0,38%) y también el que simboliza el cambio generacional. La mayoría, como es costumbre, suspira simplemente desde el puesto de colista para que aparezca la reencarnación de Coro y marque el gol de la vida en el último minuto del último partido de Liga. Si hay un club acostumbrado a jugársela, ese es el Espanyol.
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