La vulnerabilidad del líder invicto
Aumentan los goles en contra en el Barça mientras crece el desequilibrio de Messi
Líder invicto, el Barça solo ha cedido dos puntos en ocho jornadas, contra el Madrid. Su efectividad es tremenda. Hoy es un equipo que se explica por sus goles, a favor, como es su costumbre —tres de media—, y también en contra: 11 en 8 partidos de Liga, 17 en los 12 encuentros disputados durante la temporada.
Aunque su estilo es plenamente reconocible, no es fácil todavía familiarizarse con el juego del equipo de Tito Vilanova. Acostumbrado a controlar el partido y masticar la jugada hasta generar situaciones de superioridad, tan obsesivo con la posesión de la pelota que se le acusaba de retórico, el Barça se dispara ahora en determinados momentos y acepta hasta el intercambio de golpes.
Alterna pasajes soberbios, como el primer cuarto en Riazor, con situaciones reprobables, manifiestas en fases intermedias del mismo partido. A pesar de la intervención del técnico en el descanso y con los cambios, el equipo parece a veces más interesado en rematar que en pasar, en llegar que en tocar, en correr que en acompañar, en golear que en jugar. Incluso se diría que a menudo le puede más la impaciencia y la necesidad de afirmarse que el gobierno del partido. No es que el equipo que pasaba por tener el juego más sensato se haya vuelto loco, sino que su fútbol evoca con más frecuencia al dream team de Cruyff que al del equipo de Guardiola y del propio Vilanova. Y, siendo todos parientes, hijos de la misma idea, tienen sus matices, como las tuyo el de Rijkaard.
Incontenible en ataque, capaz de contar goleadas en poco tiempo, el Barça se torna de repente frágil defensivamente, falto de regularidad y continuidad. Varios analistas coinciden en que es imposible mantener el ritmo del inicio del partido del sábado, cuando los azulgrana contaron tres goles. El arranque fue, sin embargo, tan sorprendente como la caída posterior del juego, porque a los barcelonistas se les supone entidad de sobra para cerrar el encuentro sin tanto sufrimiento.
El equipo de Vilanova remite a veces más al ‘dream team’ que al de Guardiola
Hay varios factores que explican lo sucedido: las lesiones de los zagueros titulares (Alves, Piqué, Puyol y Abidal), los errores individuales (Valdés falla en dos goles y Alba marca en las dos porterías) y las decisiones arbitrales (el penalti es tan discutible como la expulsión de Mascherano). Hay, sin embargo, circunstancias más difíciles de contar y que afectan a la estructura del equipo. El Barça ya no se despliega a partir del 3-4-3, o del 3-7-0, cuando alineó a Busquets, Xavi, Iniesta, Thiago, Cesc, Messi y Alves en la final del Mundial de Clubes, sino que su punto de partida es el 4-3-3 o el 4-2-4, un dibujo que favorece las llegadas en las dos áreas, también en la propia.
Trabaja Vilanova en la evolución del juego desde el punto en que lo dejó Guardiola. Las incógnitas siguen siendo las mismas: encajar a Cesc, generar las mejores condiciones para Messi y desde este año también aprender a cerrar con dos laterales ofensivos como Alves/Montoya y Jordi Alba cuando resulta imposible defender con tres centrales por las ausencias de Piqué, Puyol y Abidal.
La vocación ofensiva y el riesgo que supone apostar por el pase profundo obligan a acentuar la atención en las pérdidas de balón, muy graves en un equipo que juega estirado y donde ha aumentado la distancia entre líneas. Al Barça siempre le costó jugar sin la pelota y ahora, cuando se la roban, ni presiona ni se repliega en bloque. Todo va tan rápido que aumenta la sensación de vulnerabilidad. No parece solo una cuestión atribuible a las bajas sino también de practicar con los presentes el trabajo táctico y de organización, la tarea que más desarrolló Vilanova con Guardiola.
Mientras, en cualquier caso, la diferencia la marca Messi. Así que, más que preocupado por encontrar su propio equilibrio, el Barça aspira a que le baste para ganar con el desequilibrio del 10.
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