“Soy un jugador de la calle”
Con solo cinco partidos en Primera, el descaro de Jonathan Viera alegra Mestalla
La deuda del Valencia desterró el talento de Mestalla con los traspasos de Villa, Silva, Mata, Joaquín e Isco. De ahí que la irrupción de Jonathan Viera (Las Palmas, 1989) haya sido como encontrar una pepita de oro. Apenas lleva cinco partidos, un gol y una asistencia, pero da la sensación de tener un potencial enorme. “Soy un jugador de la calle. Es donde más he aprendido”, apunta Viera, regateador antiguo, inventor de quiebros o imitador de los de otros: la cola de vaca de Romario y la elástica de Ronaldinho son sus preferidos. De niño, solían llamarle Romario por llevar una camiseta con ese nombre, ser pequeñito y hábil y jugar arriba.
Ahora Viera es mediocampista, un potro salvaje al que tratan de domar los entrenadores. Lo cuenta en este relato. “Cuando entré al primer equipo [de Las Palmas], seguía haciendo las mismas cosas que antes de ser profesional. Iba a entrenarme por la mañana, comía y por la tarde me iba a la playa, donde podía estar cuatro horas jugando sin descansar. Hasta que me pillaron. Paco Jémez \[actual técnico del Rayo\] me dijo: ‘Como te vea jugar fuera del equipo, te mando al filial’. Y pensé que habría que ir dejando esas cosas”. ¿Fue un poco golfo? “Rebelde”, responde; “me gustaba entrenarme fuera del equipo, sin importarme lo que el club pensara. Me busqué un preparador físico y, claro, no estaban de acuerdo”.
No siempre se puede levantar el estadio. A veces hay que echar el balón atrás
Esa rebeldía la traslada a la cancha, tamizada tácticamente por Jémez y Juan Manuel Rodríguez en Las Palmas y por Pellegrino en el Valencia: “Jémez me hizo debutar por delante de jugadores como Guayre o Javi Guerrero. Y Rodríguez llegó cuando yo estaba saturado de todo. Con 20 años, querían que sacara los partidos adelante. Era imposible. Me sentó en el banquillo sabiendo que la gente se le echaría encima. Me ayudó mucho”.
Viera procede de La Feria, un barrio “muy humilde” de Las Palmas: “La cosa está muy mal, pero los niños siempre están jugando en la calle. De ahí salen los mejores. Es una pasión”. Su madre siempre estuvo a su lado: “Ella trabajó en una fábrica de pescado y pasaba mucho frío. Me ayudó mucho desde los 14 años [cuando entró en la escuela de Las Palmas] hasta debutar en el primer equipo. Entonces dije basta y pude ayudarla yo. Le estoy muy agradecido. También, a mi hermano y a mi padrastro”. Su novia le organiza ahora todo en Valencia, incluso la dieta que le ha preparado el club.
No le gusta la palabra fantasía asociada a su juego porque “la relacionan con el circo y los malabaristas”: “Lo que me sale lo hago desde chico y lo he ido mejorando en la calle, en los entrenamientos y en los partidos”. Hasta convertirse en un ídolo en el campo de Gran Canaria: “Cuando subí al primer equipo, trataba de levantar el estadio, pero no siempre se puede. A veces hay que echar el balón atrás, hacerlo fácil”. Ahora bien, el mediapunta lo tiene claro: “El fútbol se juega con el mismo descaro en todas partes. El día que deje de sentirlo así lo dejaré. Sé de qué va esto. Esté en el escenario en el que esté, no me escondo”.
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