Víctor Cabedo, promesa del ciclismo
El corredor falleció tras colisionar con un coche durante un entrenamiento
Víctor Cabedo aún no era un ciclista conocido. Había sido noveno en el campeonato de España en ruta y 11º en el campeonato nacional contrarreloj, dos notas nada despreciables en el ciclismo actual, y mucho menos juntas. En el mundo de las dos ruedas, manejarse bien en la ruta y contra el crono son señales de que uno anda por la senda del buen ciclista, incluso del gran ciclista, más aún del ciclista deseado. Y sin embargo, a Víctor Cabedo la vida se le escapó ayer por un barranco, en el kilómetro 10,2 de la carretera que transita entre Almedijar y Aín, en Castellón, tras chocar con un vehículo y caer al barranco que le sepultó la vida.
Mientras entrenaba, quizá soñando con las cumbres del Mont Ventoux, del Tourmalet, tras haber fichado por el Euskaltel, su primer contrato con un gran equipo profesional, a los 23 años, se topó con la fatalidad sin tiempo para disfrutar de su presente y de su futuro, sin tiempo para dejar su sello, su firma, en el ciclismo, un deporte al que amaba sobremanera.
Víctor Cabedo, castellonés de Onda, de 23 años, se había cultivado en el ciclismo en el País Vasco, como tantos otros, como Purito Rodríguez, por ejemplo, “porque esa es la cuna del ciclismo”, decía el ciclista catalán. Cabedo también se cultivó en Euskadi, primero en el equipo aficionado Seguros Bilbao, y después en el Orbea que, no fue invitado a la Vuelta a España del año pasado, y le privó de la pasión de una gran carrera. Pero ya supo lo que era el éxito cuando ganó una etapa de la Vuelta a Asturias, una prueba prestigiosa y exigente que suele dar la medida de los ciclistas del futuro.
Seguramente, Víctor Cabedo vibró en la última Vuelta a España. Vibró cuando Piedra, del Orbea, su exequipo, ganó en los Lagos de Covadonga, dando a un equipo humilde una victoria célebre. Quizás hasta se vio retorciéndose en La Huesera, la parte dura de los lagos, moviendo la bicicleta como solo un ciclista doliente sabe hacerlo.
Dicen los aficionados que se sobrecogen viendo rodar a un pelotón a 70 km/h en un sprint sin que se caigan, codeándose, metiendo tubular y manillar, o trazando curvas imposibles. Y dicen los ciclistas que el peligro está en la carretera, en las supuestas mañanas o tardes plácidas de entrenamiento, cuando lo coches se ponen nerviosos con tu presencia y no encuentran curva o adelantamiento para sortearte.
Víctor Cabedo encontró la muerte a eso de las dos de la tarde tras un choque contra un vehículo que le mandó a un barranco. Tenía todo el ciclismo por delante. Toda la pasión por un deporte al que hay que amar mucho para dedicarle tu vida, tu sufrimiento. Casi no le dio tiempo ni a sufrirlo ni a disfrutarlo. Se lo llevó la vida cotidiana, la rutina de los héroes.
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