Los placeres sencillos
En un mundo donde nadie o casi nadie ama lo que hace, los chicos de La Roja disfrutan jugando y así nos hacen disfrutar con ellos
Menos tu vientre / todo es confuso, así celebraba Miguel Hernández la presencia amada de su compañera. Menos el fútbol, todo es confuso, podríamos escribir nosotros estos días glosando al poeta. Y ciertamente no hay demasiados motivos para la alegría en un país como el nuestro. Un país desmoralizado, agobiado por las deudas, que ha deja-do de creer en sus políticos y en sus instituciones, cuyos jóvenes no pueden trabajar, sus ancianos malviven con escasas pensiones, y que ve cómo conquistas largamente buscadas, una sanidad y una educación pública, la objetividad informativa, la apuesta por la igualdad y el apoyo a los más desfavorecidos, la defensa de los derechos de los trabajadores, sufren los recortes dictados por la voracidad del neoliberalismo más brutal. No es extraño que, en un país así, la Copa de Europa de Naciones se convierta en la metáfora de ese mundo simple, sin complicaciones, en el que a todos nos gustaría vivir. Además nuestra querida Roja tiene muchas virtudes dignas de ser admiradas. Está compuesta por un puñado de jóvenes en cuyo juego siempre prima la idea de lo colectivo sobre lo individual, no se comportan de manera soberbia, y en un mundo donde nadie o casi nadie ama lo que hace, ellos disfrutan jugando y así nos hacen disfrutar con ellos. Aun más, su entrenador es un hombre apacible, atento y discreto. En un país tan vociferante y dado a la ofensa como el nuestro, ¡cuánto necesitamos personas pacientes y amables, con ese sosiego que nace de frecuentar a la bella razón!
Juan Cruz ha dicho que una de las cosas buenas del fútbol es que con él cesa la riña. Y, al menos, cuando es la selección nacional quien juega, nada es más cierto que esto. Entonces, todos nos ponemos de acuerdo y nos disponemos a compartir sus éxitos y sus fracasos, como si fueran los nuestros. Incluso banderas e himnos pierden su lado más sombrío y hortera para ser solo como los farolillos, las banderas y las músicas con que se adornan las fiestas del verano.
Pero el fútbol también está lleno de pasiones sombrías, y no debemos olvidarlo. El racismo de sus campos, el machismo de muchos de sus hinchas, como queda patente estos días en la campaña en la red contra la guapa novia de Casillas, el enfrentamiento cruel entre los ultras de los equipos rivales, nos enseña que también los llamados placeres sencillos pueden ser turbios y dados a todo tipo de perversiones. Y ahí está el ejemplo de Mourinho y de ese “dedo que nos enseña el camino”. Estremece pensar hacia dónde...
Vázquez Montalbán dijo que en la vida podía cambiarse de profesión, de ciudad, de mujer, incluso de bandera o de patria, pero nunca de equipo de fútbol. Es una elección que pertenece a la infancia, y que una vez hecha no tiene vuelta atrás. Una de las cosas mejores del fútbol es que en él se mezclan las edades distintas y permite que convivan padres, hijos y abuelos en un plano de luminosa igualdad, como si todos se volvieran niños esperando las hazañas de los deportistas en los que confían.
El fútbol es como el armario lleno de zapatos de Legrá: una colección de inolvidables momentos
De José Legrá, el alegre boxeador, se contaba que tenía cerca de quinientos pares de zapatos. Una vez le preguntaron la razón, y contestó: ¿Qué otra cosa puede hacer para desquitarse un exlimpiabotas que tenía que trabajar descalzo? El fútbol es como el armario lleno de zapatos de Legrá: una colección de inolvidables momentos y luminosas imágenes que nos dicen que, más allá de nuestras congojas y conflictos cotidianos, en la vida existe la leve e incomprensible felicidad.
Gustavo Martín Garzo es escritor.
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