Sabor a Messi
Me pareció verle, en su costado más vertical y contragolpeador, jugando como si fuera para el Madrid
Para terminar hoy con lo mejor del banquete de ayer habría que empezar desde atrás hacia adelante. Porque Argentina devoró a Ecuador en tres bocados en el primer tiempo y luego se dejó llevar a su no tan lejana versión light durante buena parte del segundo, cuando la salida de Agüero reordenó las líneas hacia un 4-4-1-1 un cuarto de hora después de la reanudación.
Es verdad que, a esas alturas, el partido ya era solo las sobras de sí mismo. Es verdad también que, a partir del ingreso de Ayovi y Montero, Ecuador rompió el amontonamiento inocuo de sus cinco volantes para descubrir que quizá habría sido más digno perder de algo, como en la segunda parte, que de nada como en la primera. Pero también es verdad que a la contundente, solidaria, seria y desenvuelta actuación argentina de la mitad inicial la endulzaron el genio de Messi y la preciosa volea de Di María en un complemento de mucho menor brillo.
Porque lo más destacable, lo esperanzador, fue la forma en que Argentina se paró de inicio para intentar abrir ese manojo de remeras amarillas que flotaban entre Mascherano y Messi. Con Clemente y Zabaleta apoyados en la raya y el camino juicioso en la circulación, Argentina solo debió esperar a que se creara el primer hueco para que Messi pudiera enlazar con los dos delanteros.
Argentina solo debió esperar a que se creara el primer hueco para que Messi pudiera enlazar con los dos delanteros
Así sucedió cuando finalmente taladró y rompió por donde parecía más difícil entrar. Messi se hizo pared de Di María para que este último asistiera a Agüero, que definió adelantado en el primer gol. Una jugada que se inició y concluyó por el centro, precisamente la zona que Ecuador pretendía proteger. De ahí en adelante, Ecuador, en un tímido intento por salirse de su propio corsé, cometió su más grande locura: dejar suelto a Messi.
Que lo de Ecuador fuera una excentricidad o simple insensatez no pareció preocuparle mucho a Gago, que, al ver tan solo al mejor del mundo, no perdió ni un segundo en buscarlo a la carrera para que este, primero como asistente y luego en una precisa combinación, rematara el partido junto a Higuaín en dos fulgurantes contragolpes.
Fue ese el lapso en que, por el rabillo del ojo de las asociaciones libres, me pareció ver, en su costado más vertical y contragolpeador, a Messi jugando con la camiseta de Argentina como si lo hiciera para el Real Madrid.
Esa combinación entre la paciencia para destrabar el partido y la contundencia para rematarlo armaron en el primer tiempo los mejores momentos de la selección desde hace tiempo y demostraron, una vez más, que Messi es capaz de jugar a cualquier cosa.
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