Purito, ante el peligro canadiense
El español sigue de rosa tras imponerse en la perla de los Dolomitas con una victoria simbólica en el aniversario del fallecimiento de su amigo Tondo, pero el pegajoso Hesjedal resiste
‘Tibi dabo’, esto te damos, y señalando el mundo, las paredes de granito gris claro, las cumbres afiladas, el cielo incluso con dos pequeñas nubes blancas, desde las primeras pendientes del Giau el último gregario del Liquigas, Eros Capecchi, un diablo sobre ruedas, se despidió de su jefe, Ivan Basso. Por delante del italiano, ocho kilómetros aún de ascensión al Giau, el puerto más duro abordado hasta ahora, la puerta de Cortina, la perla de los Dolomitas, la puerta del Giro; a su espalda, media docena de resistentes, los restos del naufragio provocado en el pelotón por “el ritmo diabólico” (así Pozzovivo, el pequeño escalador que aguantó) que en los anteriores puertos sostuvieron Damiano Caruso, de Ragusa, la Sicilia más pija, y Valerio Agnoli, otros dos de los chicos de Basso, y pobre Mikel Nieve, que intentó repetir su marcha dolomítica del 2011 para acabar siendo devorado por los hombres de verde que convirtieron el pelotón en una caravana de hormigas o, si se prefiere, en una procesión de penitentes en fila.
Clasificación de la general
1. Joaquim Rodriguez (ESP) Katusha 74h:46:46
2. Ryder Hesjedal (CAN) Garmin a 30
3. Ivan Basso (ITA) Liquigas a 1:22
4. Michele Scarponi (ITA) Lampre a 1:36
5. Rigoberto Uran (COL) Sky a 2:56
6. Benat Intxausti (ESP) Movistar a 03:04
7. Domenico Pozzovivo (ITA) Colnago a 3:19
8. Paolo Tiralongo (ITA) Astana a 4:13
9. Thomas De Gendt (BEL) Vacansoleil) a 4:38
10. Sergio Henao (COL) Sky a 4:42
Entre los que resistieron, por supuesto, Purito Rodríguez, vestido de rosa, que además ganó la etapa en el empedrado de corso Italia, la calle chic de la olímpica Cortina. Fue una victoria hermosa y simbólica, un homenaje nacido no de la fuerza diabólica sino de la fuerza del cariño y de la memoria. Hace un año justo, en un accidente en Sierra Nevada, murió Xavier Tondo, ciclista y amigo querido desde niño de Purito, que corrió con un lazo negro en la manga corta rosa, un lazo que besó emocionado varias veces al cruzar la meta. Y así se lo explicó a Basso, que le disputó el sprint y al que dejó clavado a 20 metros de la línea. “Sí, le abracé a Basso después y le dije al oído, muy bajito, que lo sentía, que hoy tenía que ganar yo, que era un día muy especial”. Hace un año, la noticia de la muerte de Tondo le pilló a Purito de día de descanso en el Giro, en un pueblo alpino. No quiso hablar con nadie. No quería llorar ante nadie, quiso que el dolor suyo fuera único, y solo salió al anochecer a tomarse una pizza, los ojos enrojecidos.
Fue una victoria especial simbólica, prestigiosa y cuantos adjetivos más se quieran añadir, hasta una señal de fuerza, pero que –no había bonificaciones—no le acerca más a la victoria final al ciclista catalán, pues entre los resistentes, los supervivientes de la masacre del Liquigas, estaba también el pegajoso Hesjedal, el larguirucho canadiense (1,90 metros / 70 kilos), tan feo como efectivo sobre los pedales, quien hasta se permitió el lujo de mostrarse agresivo subiendo. El peligro canadiense, insólito, asombró a sus rivales y a sí mismo y a falta de dos etapas de montaña y una contrarreloj se mantiene segundo, a solo 30s de Purito. “Claro que puedo ganar el Giro”, dijo resoplando y sudando después de terminar la etapa, pues para enfriar se dedica a hacer rodillo en la meta después de la paliza. “Ellos, los favoritos no son mejores que yo en la montaña y yo soy mejor que ellos contrarreloj”. “Para mí es el grandísimo favorito”, dijo Purito. “Ha estado fortísimo y si sale así de la montaña, el Giro será imposible para mí y para Basso y Scarponi, por supuesto. Así que debemos atacar”.
Del Giau en la ladera, con las llaves del Giro en su mano, Basso se portó como el mejor gregario de sí mismo; hombre no de ataques sino de largas progresiones, lentas aceleraciones como los camiones en las cuestas de las autopistas, el elevado ritmo de Basso, imponente, solo sirvió para hundir definitivamente a Kreuziger –“y eso me dio moral”, dijo Purito, “pues lo estaba pasando fatal: si sigue el Liquigas con estos ritmos viernes y sábado no sé si podré aguantar”—y para hacer sufrir a Scarponi, lo que, por supuesto, no le importó nada al histriónico corredor del Lampre pues le permitió montarse un numerito de actor en el rápido descenso hacia Cortina exagerando los dolores de los calambres y la heroicidad de enganchar con el grupo selecto en la última recta.
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