Un trofeo de museo
El presidente Nicollin, que destaca por su lengua desatada y por su colección de camisetas, logra la primera Liga en la historia del Montpellier
“¡Presidente, presidente!”, le incita el vestuario tras una victoria de alta alcurnia. Y Louis Nicollin (Valence, Francia; 1943) se acelera y responde con un grito particular, gutural, estruendoso. Luego, no es raro que les duplique la prima o les invite a cenar. Así es el peculiar e incorregible presidente del Montpellier, el primero en la historia del club, fundado hace 93 años, en lograr la Ligue 1.Le alcanzó con ganar al Auxerre (1-2), con soportar el acoso —por tres puntos— del millonario PSG. Aunque anoche costó lo suyo, sobre todo porque los hinchas del Auxerre tiraron primero pelotas de tenis y, después, bengalas para interrumpir el duelo por dos veces.
Ciudad rugbística por definición, nunca tuvo Montpellier en el fútbol su deporte favorito, por más que pasaran jugadores como Tigana o Roger Milla y se consiguieran dos Copas, allá en 1929 y 1990, cuando Valderrama dirigía el cotarro junto a los imberbes Blanc y Cantona. Una década después, sin embargo, el equipo descendió y tardó ocho años en regresar a la élite. Pero si hay algo invariable en el club desde 1974 es Nicollin. “Es una persona especial”, le define el técnico Luis Fernández, amigo suyo desde la época en la que era jugador porque no había año en que no le llamara para intentar llevárselo a su equipo; “porque ha puesto mucho dinero y porque dice lo que piensa”.
Próspero emprendedor que ha extendido su empresa de tratamiento de residuos por Francia, Marruecos y Bélgica —cuenta con unos 6.000 empleados—, también se ha visto envuelto en asuntos turbios, como un proceso de corrupción en Saint-Denis de la Reunión y varias multas por mal uso de activos sociales. Pero siempre ha tenido tiempo para el deporte, por más que él sobrepase con generosidad el centenar de kilos. No solo dirige al Montpellier, sino que también patrocina al Béziers Hérault, equipo de rugby local. Aunque con la lengua desatada. “Estos chicos no son aficionados, sino una mierda”, dijo de sus hinchas tras un partido en el que tiraron petardos al césped. “Pedretti es un pequeño mariquita”, soltó tras un duelo. “Prefiero hijos deportistas que músicos porque me gusta más un partido que Mozart”, convino. “Dice lo que dice, pero es muy buena persona”, remarca Fernández.
Te gana en las distancias cortas. Por eso no ha habido jugador que le haya negado su camiseta (se cifra su museo en torno a las 4.000 zamarras). Como en el antepenúltimo duelo liguero, ante el Rennes, cuando se la reclamó al emergente M’Vila. Una colección que el Ayuntamiento de Saint-Gabriel, (Marsillargues), le pidió que abriera al público porque también tiene miles de maillots de ciclismo, además de todas las revistas de France Football. Ahora, a su colección añade el mejor trofeo.
Dirigido el equipo por René Girard, que defendió a Francia en España 1982, y sustentado por los centrales M’Biwa y Hilton, además del despliegue del eje Estrada, el picante lo ponen por los flancos Camara y Utaka y, sobre todo, desde el enganche Belhanda, ingenio puro. Todo el juego acaba en las botas de Giroud, pichichi con Nené (PSG) con 21 dianas. “Tienen mucho mérito porque es un club familiar que compite con el PSG. Se merece el trofeo”, explica Tino Costa, ex jugador del Montpellier, desde Valencia. Era el que faltaba en el museo de Nicollin.
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