El goleador que se afiló con el béisbol
Falcao remata con la misma rapidez e intuición con que ganaba bases
“Si no llama más a Falcao, no le cobro la carrera”, le dijo en 2008 un taxista de Bogotá a Sebastián Lara, el seleccionador colombiano. “Entonces, me va a cobrar el doble porque a Radamel le voy a seguir llamando”, le respondió el técnico. La creencia en los goleadores sin una influencia directa en el juego con el balón, y el nueve del Atlético es uno de esos, suele ser una cuestión de fe que solo se apoya en el dogma de los números. La medida establecida por los aficionados y por gran parte de la prensa para esa tipología de rematadores es su capacidad de acierto. El trabajo de zapa únicamente lo suelen valorar entrenadores, compañeros y rivales.
Aunque se pegara con los centrales para prolongar los saques de Courtois o los balones largos de Godín y Miranda, aunque no parase de hacer movimientos de distracción para Adrián o para la llegada de la segunda línea, a Falcao también le ha costado lo suyo lograr el reconocimiento mayoritario del estadio Calderón. Parte de la grada le reprochaba, y aún lo hace a veces, que entorpeciera la gestación de las jugadas de ataque cuando le caía la pelota en los pies. Tanto que en un soporífero partido de la Liga ante el Granada, (2-0) en el que iba a ser sustituido, Simeone, intuyendo que parte de la afición le iba a despedir con abucheos, decidió mantenerle sobre el terreno de juego. Apenas un par de meses después, con 33 goles, 23 en la Liga y 10 en la Liga Europa, Falcao representa una de las grandes amenazas para el Athletic.
“Un goleador de ese tipo, a lo Hugo Sánchez, que domina el área y el remate a un toque, te gana una final y no te das cuenta”, dice Rafa Alkorta, exdefensa de Athletic y el Madrid; “para marcarle es fundamental que los dos centrales estén en constante comunicación, que se avisen de sus movimientos en cuanto pise el área, porque tiene intuición y rapidez para decidir dónde va a rematar en décimas de segundo”.
El béisbol, deporte que El Tigre —“mejor que me llamen así que no gatito”— practicó de niño en Venezuela, tuvo mucho que ver con esa velocidad de reacción y el sexto sentido que hoy enseña en el área. Su padre, también futbolista, jugó en el Tachira, el Monagas y el Vigía. Pero en el país caribeño existe una gran tradición por el béisbol y un entrenador vio que Falcao era muy listo y rápido para escoger el momento ideal de echar a correr y ganar las bases. Una acción muy similar a la secuencia desmarque-remate-gol en cuanto al arranque explosivo en pocos metros y a la capacidad de anticipación.
El juego aéreo de Falcao, con seis goles de cabeza en el campeonato nacional y cuatro en la Liga Europa, lo definió como nadie Iñigo López, central del Granada: “Tiene un salto espectacular y es capaz de meter la cabeza en un avispero”.
Su conexión con Adrián, a la que Gregorio Manzano no concedió ni 10 partidos, ha sido clave
Sus pelotas peinadas también son dañinas. El último gol de Adrián, el que dio al Atlético el triunfo sobre el Málaga, nació de un saque largo de Courtois y una posterior prolongación del colombiano. Su conexión con Adrián, a la que Gregorio Manzano no concedió ni 10 partidos, ha sido fundamental. En el River Plate requería a Buonanotte; en el Oporto, a Hulk. “Necesita otro delantero a su lado que conecte con él, le cree espacios y le descargue de marcajes”, apunta Juanfran.
Los centrales tienen a Falcao por un delantero duro, de los que no se quejan, e indesmayable en el cuerpo a cuerpo y las batallas aéreas. Schiavi, central del Boca Juniors, recordaba así sus duelos en los clásicos contra el River: “Falcao es muy religioso [su esposa es evangelista]. Mucho rezo y mucha iglesia. Pero, cuando salta por la pelota, lleva una granada sin espoleta en una mano y un cuchillo en la otra”. “La primera vez que jugué contra Schiavi acabé con la espalda amoratada e hinchada”, recuerda el máximo goleador de la Liga Europa.
Esa resistencia marmórea que tanto incomoda a los defensas porque no están acostumbrados a salir perdedores en el choque también la padeció Hernán Díaz en el primer entrenamiento de Falcao, que solo tenía 15 años, como jugador del River. Un directivo del club le preguntó si sabía algo de un delantero colombiano que acababa de llegar: “Sí, le cosí a patadas y no lo pude parar”.
Solo dos años antes y pese a los temores de su padre de que le rompieran, ya había debutado como profesional en la Segunda colombiana con 13 años. Jugó 20 minutos con el Lanceros ante el Pereira (2-2) y una tremenda entrada que sufrió fue la antesala del gol del empate de su equipo. “Ya es jugador de fútbol”, dijo el osado técnico que le lanzó.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.