El curioso caso del doctor Guardiola
Algo se ha roto. Ninguno de los dos mejores equipos del mundo es el mejor de Europa. Pero todavía hay algo peor. Como en su día presagió el fantasma de Mae West, Guardiola nos deja y Mourinho se queda. Lo de Mourinho se comprende. Tras dos años de reinado, dedo en el ojo y lengua en el gatillo, no ha cazado el elefante más grande del safari. Es decir, la décima para Florentino. Lo de Guardiola es diferente. Asumo a regañadientes las razones personales que aduce, pero no comparto la decisión que ha tomado y menos aún el suspense con el que nos la ha aderezado. Durante la goleada al Rayo, se le vio deprimido en el banquillo. No celebraba los goles e incluso se mostraba aparentemente ajeno al deslumbrante juego exhibido por ese equipo que, Messi mediante, él había contribuido a crear. Compungido e intercambiando apenas algún que otro cuchicheo con Tito Vilanova, su heredero en vida, diríase que asistía a un funeral. Su funeral. ¿Se preguntaba acaso por qué no habían jugado así en los partidos decisivos? ¿Habría cambiado su decisión de haber ganado a sus cruciales contrincantes? ¿O, simplemente, entendía algo tarde que, cuando un entrenador tiene un equipo como este, no puede dejarlo por cuestiones personales? Sea como fuere, en la Liga de Dos ya solo queda uno. Corriendo en pos de sí mismo con la esquizoide intención de dejar atrás su propia sombra. Nunca como ahora se pone en evidencia la patética figura de un Mourinho que ya no tiene a quién escupir ni contra quién brindar. Diríase que la melancólica retirada de Guardiola ha vaciado las emponzoñadas copas de contenido. Al menos, beberemos en paz hasta que el dedo que rige los destinos del Real Mourinho encuentre otra vez el ojo del huracán.
En estas tensas temporadas vividas, la confrontación del Madrid y el Barça me trae a la memoria el combate fratricida entre Carrasco y Velázquez, probablemente nuestros mejores boxeadores de los setenta. Fue aquella una recíproca paliza cuyas psicológicas consecuencias gravitarían negativamente sobre ambos púgiles hasta el final de sus respectivas carreras. Mucho me temo que el fracaso europeo del Barça y el Madrid haya sido el resultado de una pelea, en ocasiones barriobajera, que ha dejado neurótica huella. Remedando las palabras de Bogart en Casablanca, siempre nos quedará ese Messi que, tras la debacle y contra el Rayo, relampagueó en una de sus jugadas inolvidables para que Keita marcara su gol.
¿Cuánto tiempo de descanso y reflexión necesitará? ¿Cuál es el equipo que elegirá para su regreso? ¿O lo ha elegido ya y le están esperando con los brazos abiertos?
¿Cuánto tiempo de descanso y reflexión necesitará el filósofo Guardiola? ¿Cuál es el equipo que elegirá para su regreso? ¿O lo ha elegido ya y le están esperando con los brazos abiertos? ¿Pretenderá acaso dejar una profesión en la que, hoy por hoy, entre los mejores, es el mejor? Dudo mucho de que, vaya donde vaya, pueda eludir una tensión que es inherente a la responsabilidad y el compromiso que debe asumir todo entrenador.
Pero será mejor que deje de acosar con cábalas y preguntas a quien quiere descansar y tiene merecido el descanso. Nosotros también deseamos cobrar resuello. Vuelvo, por tanto, a echar mano de la revista Chicos deportivo para remontarme con Eduardo Teus a los Juegos Olímpicos de Amberes 1920 y comprobar cómo, según nos cuenta, los 21 jugadores de la selección española “no pertenecían a ningún equipo de la región Centro, ni de Asturias, ni de Levante ni de Andalucía", y pormenoriza: "Zamora (Barcelona), Eizaguirre (Real Sociedad), Otero (R. Vigo), Arrate (R. Sociedad), Carrasco (Real Unión de Irún), Samitier (Barcelona), Artola (R. Sociedad), Belaustigoitia (Athlético de Bilbao), Sancho (Barcelona), Eguiazábal (R. Unión de Irún), Sabino (Athlético), Pagaza (Arenas de Guecho), Moncho (Vigo), Sesúmaga (R. Unión de Irún), González (Vigo), Patricio (R. Unión de Irún), Vázquez (R. Unión de Irún), Pichichi (Athlético), Acedo (Athlético), Silverol (R. Sociedad)”. Al que, en la actualidad, conozca a más de media docena de los jugadores mencionados se le nombrará hijo preclaro de la Real Academia de la Historia Balompédica, institución de mayor esplendor que la muy carca Academia de la Historia a secas.
Para terminar su crónica, Teus nos recordaba que, en aquella ocasión, España eliminó en Bruselas a la favorita Dinamarca. Luego, perderíamos contra Bélgica. Pero esa es ya otra historia, a la espera de que nuestro sabio y querido marqués Del Bosque tome de nuevo las riendas y, 92 años después, podamos volver a hablar de fútbol sin extradeportivas animadversiones.
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