El Niño ante el espejo
Sergio García ha buscado fuera explicaciones a sus problemas hasta que ha encontrado una respuesta: él mismo
Unas veces era el campo, que no le daba “ninguna oportunidad”, como en Augusta. Otras, el mal tiempo, que conspiraba contra él, como en el Open. A veces, la fortuna de sus rivales. Y, casi siempre, su propia mala suerte. Durante años, Sergio García ha visto enemigos en cada cosa que se movía a su alrededor para que no ganara un grande. El Niño creía que una fuerza invisible maquinaba en su contra, sobre todo en el Masters. Desde que irrumpió en el golf mundial en 1999 con aquel duelo contra Tiger Woods en el Campeonato de la PGA, el castellonense ha identificado todos los enemigos posibles para explicar por qué no ha conseguido un gran título en 51 majors consecutivos (54 en total). Nadie en el siglo XXI cuenta una racha semejante de participaciones seguidas en los grandes. Y tampoco nadie tiene tantas clasificaciones entre los 10 primeros, 17 (tres veces segundo), sin triunfar.
Pero al Niño, de 32 años, se le han acabado los fantasmas. El sábado, después de volver a enterrar sus opciones en un grande en la tercera ronda, dejó de mirar al exterior y por primera vez se miró a sí mismo: “Es la realidad. No soy capaz de ganar un grande. No soy lo suficientemente bueno. Me he dado cuenta”. Después de 13 años, Sergio García se puso ante el espejo. El mayor talento del golf español desde Ballesteros y Olazábal hacía autocrítica. Identificó el problema, sin rodeos ni excusas: él mismo. Ayer repitió discurso: “Intento ser sincero, es lo mejor y peor que tengo. No puedo venir aquí y decir mentiras como otros jugadores hacen. Tal y como he jugado, debería haber acabado más arriba, pero algo ocurre. Lo positivo es que es mi mejor Masters de los últimos años (sus 286 golpes son su mejor marcador desde 2004, cuando fue cuarto)”.
Intento ser sincero, es lo mejor y peor que tengo. No puedo venir aquí y decir mentiras como otros jugadores hacen"
La confesión pública fue como una liberación, y ahora está en la encrucijada. Deberá decidir si asume su incapacidad para ganar un grande, como dijo, o trabaja para remediarla. Tiene dos caminos y su futuro quedará marcado por su elección. El Niño parecía otro desde que a finales del año pasado recuperara “las ganas de jugar”. “Estoy muy ilusionado otra vez. Es una vuelta a la vida”, explicaba a este periódico en octubre; “he pasado años duros y he aprendido mucho de mí mismo. Hasta pensé dejar el golf temporalmente. Se me quitaban las ganas de luchar. Me ha costado llegar a la madurez, no solo en el campo. Es complicado, porque viajo mucho y me encuentro medio solo… He estado a las puertas de ganar tres grandes pero desafortunadamente no ha querido pasar”.
El Niño todavía hablaba entonces de la mala suerte. Ahora, después de 13 años sometido a grandes expectativas, ha explotado. “La impotencia ha hecho que salgan a la luz pensamientos que estaban en su interior acallados, y que seguramente Sergio se ha negado a escuchar por su negativa a trabajarlos para erradicarlos de su mente”, explica Óscar del Río, psicólogo deportivo especializado en golf. “Hacer oídos sordos no significa que el problema desaparezca. Ahora, esto puede ser un signo de madurez. Por fin se ha atrevido a escuchar unos pensamientos que le dicen que mentalmente no está preparado para ganar un grande. Todo pasa por que, reconocida la carencia, se atreva a trabajar en ella”. “Que tenga paciencia y que intente disfrutar y divertirse. Eso es lo más importante”, le aconsejó Jiménez.
García, sin embargo, nunca ha creído en la ayuda psicológica. La descarta. “Si estás bien, esas cosas te las dices tú. Yo nunca lo he necesitado. No lo veo útil. Yo me hablo a mí mismo, interiormente, de la mejor manera posible, me doy ánimos”, decía a EL PAÍS. Ayer, cuando le recordaron que tiene un mundo por delante, El Niño sacó su vena negativa: “¿Un mundo? Igual me estrello en el avión…”.
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