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“Subirse a un caballo de carreras es muy serio”

El filósofo aprendió la pasión por la hípica “mucho antes” de que sintiera la pulsión por la filosofía

Juan Cruz
Fernando Savater
Fernando SavaterTOMÁS ONDARRA

Como Alberti nació con el cine y Juan Cueto con la infamia (de la tele), Fernando Savater nació con los caballos. El padre le llevaba a los cuatro años al hipódromo de San Sebastián. Allí, el filósofo que ha hecho de la lucidez volteriana la base de su capacidad universal de diatriba aprendió la pasión por la hípica “mucho antes” de que sintiera la pulsión por la filosofía. 

Sigue apasionado. Desde hace más de 30 años viaja con su hermano a Epsom, a degustar allí el más famoso de los derbis, y en España, cuando hay, sigue siendo un aficionado fiel que trata de mimar un deporte que ha sido dejado a un lado por los que no entienden que “hay que echar una mano para que la crisis no se lleve también por delante la hípica”.

Entre los desdenes que sufre el deporte que le fascina desde chico, dice, está la desmedida pasión con que los medios tratan el fútbol “en detrimento de cualquier otro deporte”. “Por ejemplo, pones la tele y, aunque pase lo más importante en el tenis o en la hípica, pongamos por caso, el fútbol se llevará siempre los primeros minutos y a veces todos los minutos”, recuerda.

Por ahí empezamos a hablar. Me dijo: “Ahí, en esos Extraños en la grada, EL PAÍS solo habla de fútbol”. Pues hablemos de hípica. Él estuvo encantado. Hace unos años, el presidente del Patrimonio Histórico Nacional vio tan desmejorado el ámbito de la hípica en España (y no solo por culpa de los medios de comunicación) que pidió a Savater ideas para sacar adelante la pasión dormida. Él estuvo dispuesto. Era como rendir tributo a la infancia. Y es en la infancia más remota donde se residencia esta afición que él relaciona con su otra alegría: la alegría de leer.

“A los cuatro años mi padre me llevaba al hipódromo. Y a esa edad mi madre me puso delante de los libros. Ella era una gran lectora de Salgari y de Julio Verne. A mi padre le veía casi tan solo los domingos porque trabajaba en una oficina, así que lo aprovechaba mucho yendo con él siempre a ver caballos. Y a mi madre la veía todos los días”.

“De modo”, dice, “que los caballos vinieron de papá y los libros de mamá”. “Esas son mis dos grandes aficiones, las raíces de mi infancia. Y, como me las sé, los libros son de madre y los caballos son de padre, no tengo que ir al psicoanalista para ver qué pasó en la infancia”.

No solo eso, sino que ya hizo el libro de la infancia y de los libros, La infancia recuperada, y ya escribió (salió publicado en 2011, de ahí el título) A caballo entre milenios sobre la seriedad de su otro oficio, el oficio de ver caballos corriendo.

¿Y no lo ha practicado, Savater; no se ha montado en un caballo para correr? “No, qué va. Tengo demasiado respeto a los caballos para subirme encima de ellos… De chico, me gustaban los caballitos del tiovivo y unos ponis que había en Monte Igueldo, en San Sebastián. Pero subirse a un caballo de carreras es algo muy serio”.

Como seria es la crisis de la hípica entre nosotros. “Desgraciadamente, las carreras han encontrado en los últimos años muchas dificultades. El hipódromo de Madrid ha estado una década cerrado, un desaprensivo hizo que se cerrara de nuevo y ahora la crisis golpea la hípica como está golpeando otros sectores de la vida y de la economía… Y es una verdadera pena porque es un espectáculo muy vinculado a España, desde los Reyes Católicos, que regalaron a Enrique VIII unas yeguas que, al cruzarse con los caballos guerreros ingleses, dieron los purasangre”.

La raíz profundamente española de la hípica reclamaría aquí una mayor atención para ese deporte. “Pero, en lugar de apoyo, ha tenido todo lo contrario. Ha sufrido una plaga. Incluso Internet, que tantas cosas buenas tiene, ha logrado deslocalizar las carreras por las que se apuesta y ya a los hipódromos no les llega dinero, así que están cerrando en Italia, en Bélgica… Y, claro, es evidente que han cerrado en España. Sería el momento de que alguien eche una mano precisamente en el solar donde más se las quiso”.

La atención a otros deportes, dice Savater, “no debería impedir la atención a este”. Los que usan los informativos de todos los medios para hablar de fútbol como contenido único “no se dan cuenta”. “A muchos nos hacen aborrecerlo por esa especie de ocupación total del espacio deportivo que deja en blanco todo lo demás. Ahora, por ejemplo, tenemos un gran campeón, un chico vasco que se llama Oritz Mendizábal. Este chico ha ganado tres veces la Fusta de Oro en Francia, que es un premio importantísimo y no lo gana cualquiera. Pues aquí se ha ignorado por completo ese triunfo como si la vida deportiva empezara en el fútbol y acabara en Rafael Nadal. Eso significa un maltrato ante el que uno siente la indignación que siempre se siente ante la prepotencia”.

¿Ni siquiera los resultados de la Real Sociedad, el equipo de su pueblo, le hacen mirar un segundo al fútbol? “Hombre, no te queda más remedio. Cuando juega en Donosti y marca, suena un cañonazo. Cómo quieres no enterarte. Te enteras por obligación”.

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